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No hay tiempo para dar marcha atrás

Antonio Caño

Esto no es lo que quisiéramos, pero ya no queda tiempo para rectificar. Esta frase probablemente esté en la mente de los representantes de Estados Unidos y de la Unión Soviética a la hora de que tengan que firmar el acta final de la Conferencia de Madrid, que pone fin a casi tres años de muchas proclamas propagandísticas, muchas acusaciones mutuas y algunas negociaciones serias. Los Gobiernos europeos y neutrales han impuesto su criterio de que es necesario un documento final de Madrid equilibrado y sustancial, y lo han impuesto con tal habilidad diplomática que han situado la reunión en un punto en el que ni Washington ni Moscú tienen argumentos mínimamente serios para decir: "Señores, yo no firmo".La Unión Soviética y los países del Este en general no parecen tener ningún interés en que una conferencia sobre desarme en Europa, que el documento de Madrid convocará para el próximo enero en Estocolmo, tenga lugar después de que la OTAN haya procedido al despliegue de los euromisiles (diciembre). Para eso, los soviéticos no hubiesen hecho ningún esfuerzo.

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Por su parte, la representación de EE UU en Madrid ha estado diciendo hasta hace dos meses que no querían llegar a la firma de un documento que después los soviéticos convirtiesen en papel mojado. Max Kampelman, el embajador norteamericano, ha repetido hasta la saciedad:: "Queremos hechos, no palabras, por parte de la Unión Soviética".

Hace dos meses, nadie hubiese apostado por un acuerdo, si la URSS no accedía a la liberación de algún importante disidente o daba alguna muestra de mejora en el tema de los derechos humanos. Hoy, Kampelman acepta el riesgo del papel mojado, probablemente no por su voluntad, sino porque la aceleración que algunos países europeos han conferido a la Conferencia de Madrid le ha impedido oponerse sin el riesgo de aparecer ante la opinión pública internacional como responsable del fracaso del único foro en el que la distensión está todavía viva. Lo mismo se podría decir de su homólogo soviético.

La máquina del tren europeo ha sido el embajador de España, Juan Luis Pan de Soraluce. La delegación española, el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Gobierno español, tomaron una iniciativa cuya gran virtud, quizá por haberse elegido bien el momento en que era bresentada, consistía en que su contenido era irrechazable desde bases de cierta coherencia.

La promesa formulada por Fernando Morán desde la tribuna de la CSCE de que España actuaría como mediador si las cosas se complicaban ha sido cumplida impecablemente.

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