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La sorpresa italiana

Después de 40 años de mando ininterrumpido, la Democracia Cristiana ha descendido bruscamente en las elecciones generales al nivel mínimo de su historia política. La otra gran formación política de la República Italiana, el partido comunista, ha mantenido su nivel anterior del 30% del voto emitido. Ambos partidos tienen ahora prácticamente la misma implantación popular, y entre los dos constituyen casi los dos tercios del electorado votante. Pero el Partido Comunista italiano sigue estando excluido del turno gubernativo alternante, y esa situación constituye, de hecho, un cerrojo que bloquea, por su dimensión, la vida institucional de la democracia en la península.Muchos han sido los abstenidos, los votos nulos y blancos. Se piensa que ha sido un gesto de rechazo de parte de los ciudadanos hacia la ineficacia, el relativo desorden, la corrupción y la fragilidad de los Gobiernos, sobre todo en los últimos años. Interesante ha sido también el aumento del voto fascista y de los votos de los pequeños partidos, como el liberal, el republicano y el radical, que se han beneficiado de la reducción de los sufragios cristianodemócratas. El socialismo de Craxi ha subido algo, pero no lo suficiente para despegarse de modo notorio. Su intento de arrancar sustanciales bloques de votantes al poderoso PCI no pasa de ser un ardiente deseo. Spadolini, dentro de la relativa modestia de sus votos globales, ha tenido éxitos resonantes en las grandes ciudades, entre ellas Milán, en la que desbordó ampliamente al voto socialista. Spadolini, hombre de oratoria fluida y bellísima y eminente periodista, tiene fuertes posibilidades de ser jefe del Gobierno de la necesaria coalición. Y hay quien piensa que, al cesar Pertini en su mandato presidencial de la República, Spadolini tendría buenas posibilidades para sucederle en el palacio del Quirinal.

La República Italiana es para muchos el cajón de las sorpresas por los inesperados giros de su política interior. La Democracia Cristiana está, según dicen, dividida, desacreditada, erosionada y sufre de un rechazo social y juvenil notorio. No ha logrado superar la crisis económica ni acabar con el terrorismo de las Brigadas Rojas. Ni ha podido tampoco frenar la corrupción endémica que estalla esporádicamente en tomo a los fraudes fiscales, a las quiebras bancarias, a los escándalos municipales, a las posibles conexiones mafiosas. Y, sin embargo, la Democracia Cristiana sigue ahí, como la pieza indispensable del sistema, como la clave del arco de la democracia parlamentaria de la nación, cuya fidelidad al atlantismo está fuera de duda, cuyo europeísmo es quizá el más firme; es decir, el que funciona con mayor arraigo en las instituciones de la Europa occidental.

En un reciente viaje al norte de Italia conversé con una relevante personalidad democristiana recién elegida para el nuevo Parlamento. Le pregunté sobre el descalabro electoral. "La sociedad italiana es enormemente viva y dinámica", me dijo. "En general, puede decirse que los grandes

Pasa a la página 10

La sorpresa italiana

Viene de la página 9 partidos del sistema no han sabido adecuarse a los nuevos temas y problemas que interesan a la colectividad de hoy. Quedaron anclados en programas y planteamientos arcaicos. De ahí viene la baja de nuestros votos; la dispersión y el ascenso de los votos nulos, del voto al neofascismo, al radicalismo de Panella y, por supuesto, el índice de abstención. No es fácil llevar a cabo la reforma interior de un partido de gran solera y poderío. El nuevo y joven secretario general lo intentó valerosamente, pero quizá produjo más confusión que ventajas, achaque de casi todas las reformas precipitadas. Mientras tanto, la solución gubernamental será la misma, porque no hay otra. Y la nación saldrá adelante de los complejos y difíciles problemas como pueda. Con inventiva, paciencia, disimulo a veces, y habilidad".

Es la sabiduría consustancial al pueblo italiano, que, después de inventar la norma jurídica que romanizó a Europa, creó la diplomacia permanente en el siglo XIV, a través de Venecia y Florencia, y explicó la razón de Estado de los príncipes soberanos de la Edad Moderna por la pluma de Maquiavelo. Mi interlocutor me hizo ver que la Iglesia había sido la gran presencia durante 1.500 años en la vida pública de la península. "Nos enseñó sus métodos", añadió con una sonrisa irónica.

Le inquirí su opinión sobre la Internacional Conservadora, en cuya reunión fundacional de Londres estuvieron la CDU alemana de Kohl, la CSU bávara de Strauss y la OVP austriaca. Pero no la DC italiana ni la del Benelux. No lo encontré favorablemente dispuesto a la operación, a su juicio, demasiado inclinada a las tesis americanas de Reagan y a las británicas de Thatcher. "Nosotros no creemos en las ventajas de una cruzada derecha-izquierda en el mundo actual". Es un planteamiento grato al conservatismo americano, pero en Europa supondría una rectificación de lo que se ha hecho de 1945 de adelante. Desde la Alianza Atlántica al Tratado de Roma, pasando por el Consejo de Europa, el éxito de esas operaciones institucionales estuvo basado en un consenso de unanimidad democrática, no de unanimidad conservadora o socialista. El esfuerzo de la Democracia Cristiana ha sido en Italia, desde 1946, un constante propósito de atraer al socialismo hacia posiciones moderadas, alejándolo del comunismo totalitario y dogmático. Si ahora se pretende incluir dialécticamente al socialismo y al comunismo en un mismo paquete marxista, la costosa y lentísima edificación de la Europa occidental basada en la alternancia democrática y en la convergencia en rotación de una planificación socialista y una planificación capitalista de la economía se vendría abajo con esta nueva y devastadora estrategia que puede despertar radicalismos insospechados. En Italia misma, en el mañana inmediato, un Gobierno Spadolino, o un Gobierno Fanfani, o un Gobierno Craxi pasarán obligatoriamente por una coalición en que la Democracia Cristiana y el Partido Socialista italiano habrán de colaborar en el seno del nuevo Gabinete. Esa coalición dejará una vez más al Partido Comunista italiano en la "legalidad democrática, pero en la marginalización del poder", como ocurre desde los tiempos de Alcide de Gasperi.

El italiano es individualista, desconfiado y escéptico, defensor de suo particulare, en palabras de Guicciardini. Tanto ha visto en su historia y tantos ejércitos han desfilado, ocupado e invadido sus tierras acogedoras, que escucha con reticencia las promesas del poder. Pero su buen sentido le lleva a la moderación y al equilibrio, y más en tiempos de crisis. Una buena parte de la economía nacional tiene el casco sumergido, como los submarinos en maniobra. Muchos problemas agudizados se resuelven con el arrangamento. La convivencia es, a pesar de las amenazas terroristas, el cimiento de la vida pública. Y la democracia parlamentaria italiana sigue garantizando en buena parte la estabilidad europea en el tenso y conflictivo mar Mediterráneo.

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