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El desafío urbano

El autor dedica este artículo en recuerdo de los hombres y mujeres que en 1933 hicieron posible la promulgación de la ley para la Protección del Patrimonio Artístico y Arquitectónico de España. El borrador del texto que sustituya a esta ley, la futura ley del Patrimonio Artístico, probablemente esté elaborado antes del próximo mes de septiembre.

La ciudad, desde los acontecimientos ya lejanos de la revolución industrial, no se ha recuperado del trauma ambiental que sufrió como consecuencia de tan significativo acontecimiento, de tal manera que las relaciones del hombre con su espacio más inmediato, sus objetos y sus semejantes en el ámbito de la ciudad apenas le permiten contabilizar como hechos que pertenecen a sus formas de vida.

El tiempo de la ciudad, sin medida ni sosiego, y el espacio, sin escala adecuada, resaltan como imágenes primarias en ese gran caleidoscopio que resulta ser la ciudad y que traduce las sensaciones en ficción o las emociones en estereotipos. El ámbito de lo urbano carece de lo que en otros tiempos se consideraba como el lugar más razonable para la convivencia.

Su historia más reciente manifiesta los efectos de los modelos de crecimiento rápido, que desde los supuestos teóricos de la ciencia urbana pretendían ofrecer una respuesta a la configuración del espacio físico de la ciudad, en un esfuerzo conceptual para encajar hipótesis planificatorias que permitieran al menos amortiguar las incisivas actuaciones de las fuerzas económicas que producían el espacio urbano. Día a día hemos podido comprobar cómo los desnudos bordes de estas concentraciones o sus reductos centrales desaparecían bajo las presiones de la máquina diseñada para producir ciudad. Los supuestos metacapitalistas alrededor de la ciudad han dejado bien claro su proceso destructor.

No obstante, y pese a tanto desastre, junto a los perfiles de este organigrama frío y desolador que ofrece la ciudad herida, un capitalismo envejecido, que no muerto, trata de nuevo de inventariar los materiales para reciclar un proceso de reconstrucción de la ciudad, aceptando como modelo de referencia los espacios de la historia abandonada.

En nuestro país asistimos, con expectativa y esperanza generalizada, a los primeros ejercicios que realiza un Gobierno cuya adolescencia política puede significar su mayor virtud, que desea poner al día los niveles mínimos de una convivencia plural, en una sociedad como la nuestra, mutilada secularmente por intrigas y fantasmas familiares. Se configura desde las diversificadas administraciones del Estado, los borradores y esbozos para acometer la gestión de la construcción y reconstrucción de la ciudad, abandonada ésta a la promiscuidad física de sus espacios e inmersa en un deterioro moral en las normas y preceptos de la convivencia de sus habitantes; no debe extrañar por tanto el interés que suscitan estos gestos iniciales.

Retorno a la ciudad histórica

Los primeros síntomas insinúan la prefiguración de un modelo de tutela proteccionista para con la ciudad, con el consecuente retorno a la ciudad histórica. Este mensaje sin mayores expectativas parece imbuido de una cierta limitación: retocar la ciudadela asediada y sanear la periferia sangrante de una espacialidad inconclusa, mediante diagnósticos concretos, sin referencia a un modelo global de ciudad.

De ser esta consideración cierta, ¿cómo dar respuesta a las perspectivas de la nueva ciudad posindustrial que ya se perfila, tan rica en acontecimientos, imágenes y expectativas como lo fueron las catedrales grises del primer industrialismo o los pórticos ilustrados del absolutismo mercantil?

Se podrá objetar que estos esbozos planificatorios iniciales se inscriben en una actitud revisionista, dentro de la catástrofe urbana que sufre la ciudad hoy en España, cuyos límites vienen marcados por la elección de un arquetipo de moderación espacial que excluya, o al menos limite, los excesos de la profecía formal y, consecuentemente, los riesgos de la utopía sin nombre. Este principio teórico que parece animar las decisiones de emergencia, las acotaciones sintéticas para recuperar la ciudad, puede ser válido siempre que no eluda el hecho de poder legalizar un proyecto global de ciudad, y no sólo los aspectos parciales de su recuperación coyuntural, pues los postulados que animan la realidad social y las demandas del hábitat contemporáneo se orientan más hacia su cualidad ambiental, calidad de vida, que a su simple cobertura física o restitución histórica.

Marginar, por tanto, la utopía urbana y su correlato de escenarios imaginarios como materiales para formalizar y construir la realidad de los espacios urbanos de nuestro tiempo puede desembocar en decepciones significativas y consecuencias dolorosas, entre otras, interrumpir esa profecía en proceso, la liberación del hombre, cuya morada primaria reside en planear y edificar bien la ciudad desde las exigencias de la cultura de su propio tiempo. Es bien conocido que los espacios ambientales en las sociedades industriales avanzadas aún no han podido superar las dificultades, tanto conceptuales como prácticas, para que tanto los presupuestos que subyacen en la actitud científica como aquellos otros que residen en la introspección poética puedan formular una mediación común que haga posible un reducto urbano habitable. De la misma manera, se sabe que este papel mediador, esta demanda peculiar, viene asignado a la gestión política, operación mediadora que el político excluye y a veces transfiere a los equipos técnicos o las instancias jerarquizadas del poder burocrático.

Modelo y política

Ante la realidad concreta de nuestro país, será oportuno preguntarnos: ¿hacia qué modelo de ciudad nos dirigimos? ¿La multiplicidad de actitudes políticas nacionales, con sus atavismos e incongruencias regionales, tienen alguna evidencia explícita del proyecto de ciudad común? ¿Existe una política de Estado para la ciudad que, independiente de los gestos de buena voluntad coyuntural, proponga un modelo urbano capaz de aceptar, en lugar de rechazar, la realidad de la ciudad actual y que lleve implícito en su propuesta el significado más positivo del progreso? ¿Se deben considerar como orientadores de esta política urbana las exposiciones parciales de los planes de actuación y remodelación que se vienen ofreciendo en el ámbito de algunas propuestas municipales?

"De una ciudad", señala Italo Calvino, "no disfrutas las siete o setenta maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya". Es muy larga la historia de los remedios puntuales que sobre la ciudad industrial en la que vivimos se han pretendido aplicar. Propuestas románticas, liberales, naturalistas, positivistas y humanistas llenan las páginas de la literatura urbana; el resultado fue ese laberinto de bloques, ese infierno de hormigón que estratifica la vida, esa ausencia de lugares sin arquitectura posible.

La sociedad y el cambio hacia el que nos dirigimos se manifiestan en contraposición elocuente al medio construido que hemos heredado; el desafío urbano reclama de la gestión política no respuestas mediatizadoras, simbólicas por las intenciones éticas que las animan. El voluntarismo heroico o los excesos entusiastas son tan nocivos como el miedo al fracaso por imaginar lo inédito. Separar lo que es la ciudadela asediada de la nueva ciudad es una necesidad implícita para realizar cualquier innovación y es una exigencia hacia una política de la ciudad, que debe asumir todos los planos de conocimiento que el desarrollo histórico del país necesita.

es arquitecto.

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