La muerte de la 'reina' olvidada de Hollywood
Esta noche, TVE emite 'Mujeres', la mejor película de Norma Shearer
Mujeres, película rodada por Cukor en 1939, estaba programada por TVE en el ciclo dedicado a este director. El domingo murió en Los Ángeles, ya octogenaria, su protagonista, Norma Shearer, lo que da ocasión para un inesperado homenaje a esta actriz, cuyo destino estuvo ligado a la figura de un legendario productor, Irving Thalberg, enigmático individuo, que inspiró a Scott Fitzgerald su El último magnate.
Norma Shearer era canadiense. Estudió arte dramático en Montreal, donde había nacido en 1902, y emigró a los 18 años a Nueva York, tras las huellas de las teatros de Broadway, y con su familia arruinada a las espaldas. Hizo cola y entró en las nóminas de las compañías con relativa velocidad. Era una muchacha de rostro dulce, perfil clásico, casi perfecto, y mirada muy transparente. Hacia la mitad de los años veinte era ya una dama joven bastante apreciada en las oficinas de colocación de los agentes de teatro neoyorquinos. A la suave muchacha canadiense no le atraía el cine.En 1926, el todopoderoso magnate de la Metro, Louis B. Mayer, conoció a uno de los productores ejecutivos de la firma Universal, llamado Irving Grant Thalberg, que era entonces ayudante personal de Carl Laemmle, uno de los pioneros más duros, supervivientes de la fundación de Hollywood, famoso por sus rapiñas, plagios y fechorías, por su despiadada eficacia comercial y, sobre todo, por haber acuñado para el cine el término estrella.
Laemmle contagió a Thalberg su obsesión por la búsqueda, descubrimiento y lanzamiento de estrellas. Y durante los 10 años en que Thalberg dirigió, por encargo directo de Mayer, el tremendo aparato de producción de la Metro, esta marca se convirtió, además de en un imperio financiero, en un nido de estrellas. Se contaba que Thalberg, sujeto imprevisible y excepcionalmente inteligente, de personalidad tormentosa, violenta o dulce según sus conveniencias, que encumbraba o destruía carreras a su antojo, era ante todo un coleccionista de estrellas.
Destruyó, entre otras, la carrera de Erich von Stroheini, y creó entre otras, casi de la nada, la de Norma Shearer. Solía ir Thalberg, en busca de estrellas, a las plateas de los teatros de Hollywood, y allí descubrió a la joven canadiense de rostro griego. Se enamoró de ella y logró llevarla consigo a Hollywood, como esposa y como estrella. Entre 1927 y 1936, año en que Thalberg murió repentinamente en plena juventud, la Shearer subió a la cumbre, hasta coniderársela como rival, a dos bandas, de las intocables Mary Pickford y Greta Garbo. Una exageración que, años despues, pagó cara.
En 1930 ganó Norma Shearer un oscar por una mediana interpretación en una igualmente mediana película de Robert Z. Leonard, La divorciada. La mano sutil y omnipotente de su marido estaba detrás de este premio, como lo estuvo en sus trabajos en Un alma libre, La buena tierra, María Antonieta y Romeo y Julieta, en las que interpretó, con dignidad y sonrisa permanente, personajes por encima de sus calidades de actriz, que no eran muchas.
Muerto Thalberg, la Shearer desapareció de las cartas estelares de Hollywood. Tres años se mantuvo enterrada en vida, con los dos hijos que había tenido con Thalberg. Hasta que, en 1939, Cukor, por encargo de Louis B. Mayer, la rescató de la tumba y la llevó a su cumbre como profesional: Mujeres, que es su mejor trabajo.
Comedia liviana
Cukor, un habilísimo director de actores, era considerado especialista en sacar partido de las estrellas, de hacerles bajar de su Olimpo y darles una encarnadura que les faltaba en sus estereotipadas interpretaciones de encargo. Norma, convertida en un mito con pies de barro por su marido, cayó en manos de Cukor, y éste la sometió a un auténtico ejercicio interpretativo, en el que la Shearer no las tuvo fáciles, pues hubo de medirse con actrices de la talla de Joan Crawford, Rossalind Russell y Paulette Godard, esgrimiendo sus facultades ante ellas sin privilegios de estrellato, de tú a tú.La liviana comedia de Clara Booth Luce The women erapor entonces un reciente éxito de Broadway, y se ajustaba al patrón no sólo físico, sino también biográfico de la Shearer. El público echaba de menos a la musa enclaustrada del fallecido Thalberg, y la recuperó precisamente en un papel de esposa bondadosa y fiel, que defiende el amor de un marido que nunca llega a aparecer en la pantalla. Algunas, no faltas de calculado morbo, equivalencias circularon por las emisoras de rumores, y hasta entra en lo posible que los directivos de la Metro sacaran de su retiro a la que fue llamada "gran dama de Hollywood", para extraerle jugo publicitario y monetario a su vida privada. La especie de que los directivos de la Metro habían dado un nuevo papel estelar a la Shearer para proporcionarle un dinero con que educar a sus hijos, no casa bien con la falta de filantropía habitual en aquel despiadado mundo de utilidades, cuyas implacables leyes del "beso final y la ganancia segura" fueron férreamente codificadas por Thalberg.
Tras de Mujeres, la Shearer se eclipsé. Volvió, en un trabajo mediocre, al cine en 1942. Volvió a casarse, ese mismo año, con un hombre más joven que ella y con gran parecido a Thalberg. Después, y hasta su muerte, el olvido.
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