'La Masia' armonía en la luz mediterránea
La reacción del público catalán ante esta magnífica exposición titulada Miró: anys vint da que pensar: excepto los domingos, hay relativamente pocos espectadores durante la semana, teniendo en cuenta la oportunidad única que supone poder ver juntas unas obras maestras desperdigadas por el mundo que tal vez tardaremos años y años en poder contemplar de nuevo. Mucho más debería escribirse aún sobre esta exposición de la que, por el momento, comentaremos La masía, una obra mítica por su dificultad de préstamo y que, finalmente, llegó a Barcelona el 29 de abril.Lo primero que sorprende en La masía es el cambio de color respecto a las reproducciones y su buen estado de conservación, por más que el azul del cielo comienza, ciertamente, a resquebrajarse. Fue empezada en 1921, en Montroig, y representa la casa que el padre del pintor adquirió en 1910 en esta localidad vecina a Cornudella, lugar de origen de la familia Miré. El cuadro, que supone la síntesis mas elaborada de lo que Ràfols llamara el período detallista y Dupin calificara de realismo poético, fue terminado en París en 1922. Hemingway, el comprador de la obra, dijo de ella: "Tiene todo lo que tú sientes sobre España cuando estás allí y lo que sientes cuando estás lejos y no puedes ir. Nadie ha podido pintar estas dos cosas tan opuestas a la vez". Salvo que para nosotros esta generalización típicamente norteamericana de España es chocante, pues La masía condensa en realidad el mundo rural catalán, el comentario es acertado, en su puntualizar lo que la obra tiene de inmediatez y recuerdo, de visión con lupa y estilización mnemotécnica. No estamos aún aquí ante el Miró estilísticamente original, creador de formas realmente nuevas, aunque sí lo estamos ante lo que es su forma de mirar y concebir el mundo: "Cuando trabajo en un paisaje, empiezo amándolo", dijo el artista, "con este amor que es hijo de una lenta comprensión. Lenta comprensión de la gran riqueza de matices, riqueza concentrada que da el sol".
Ritmo y ornamento
De hecho, no sabemos si el círculo blanco es el sol o la luna, dada la mayor oscuridad del original; el contraste de luces y sombras, sin embargo, parece cortado con hacha, con esa rotundidad de la luz mediterránea al caer la tarde. Todos los objetos, por otro lado, tienen idéntica importancia en el espacio de la tela, algo que, indirectamente, apunta a lo que, en abstracto, harán las Constelaciones, de 1940-1941, una miríada de signos danzarines en donde lo ornamental y lo rítmico son básicos. Aquí, sin embargo, no sólo cada objeto, sino también cada elemento de él está pormenorizado, enfatizando sensaciones táctiles, exagerándolas incluso, como en el lenguaje plástico infantil: cada hoja, cada brizna de hierba (Miró se llevó unas cuantas a París), cada teja, cada rugosidad del tronco de eucalipto, cada grieta de la pared de la casa, cada piedra, que por aisladas y sin más sombras que las de ellas mismas parecen flotar, casi cósmicas, cada huella en el camino, como ideogramas. La influencia del douanier Rousseau y del arte japonés (también en boga en Cataluña desde el cambio de siglo), así como el arte de los primitivos flamencos e italianos está aquí presente. Tal vez incluso, como ha sugerido Tomás Llorens, lo esté en esta espléndida manera de reducir la rejilla del gallinero, un recurso que en las Anunciaciones italianas sirve para mejor mostrar el interior. Otras estilizaciones provienen del cubismo sintético, de Juan Gris, del arte popular (el jinete del fondo) o de Picabia (ese extraño bebé en cuclillas, mitad blanco y mitad negro).La masía es un cuadro que hay que contemplar lenta, amorosamente, como una miniatura persa o un tapiz medieval. Cada objeto podría ser un cuadro por sí mismo (como de hecho lo fueron las siguientes obras de 1922-1923, la Lámpara de carburo o La espiga de trigo), impregnados de vibración espiritual 31 de la innegable magia poética que confiere la condensación, la imagen vivida de ciertos recuerdos. Es también un inmejorable ejemplo. de esta síntesis entre catalanidad y vanguardia internacional que Miró logré a lo largo de toda su vida desde su desplazamiento a París, en 1920. Los temas primarios -el paisaje, el hombre, la mujer, los objetos, los astros- metamorfoseados por un lenguaje que, paulatinamente, se hará radicalmente innovador, lejos de los tics provincianos, lejos de la amabilidad casolana.
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