El artista y la realidad, en la exposición cubista de Londres
La importancia única de esta exposición está sobre todo en que los cuadros se ordenan en el tiempo y en el espacio de las salas, de acuerdo con el principio, desarrollo y culminación de la aventura artística que en 1908 y 1909 iniciaron Braque y Picasso, y que vino a llamarse, a partir de Vauxeelles, el cubismo. Con el arte cubista pasó, y aún sigue pasando, que la primera vez que el observador se enfrenta con un cuadro puede hasta irritarse contra lo que parece un atentado gratuito ;a la lógica y al sentido común. Pero hoy sabemos que el artista ha intuido, genialmente, lo que en su época la ciencia física, la matemática y la filosofía empezaban a descubrir.Como dice Whitehead, "la característica de la época presente es que se han desarrollado tantas complejidades contemplando la materia, el espacio, el tiempo y la energía que la, simple seguridad de las antiguas, ortodoxas presunciones se ha desvanecido. La nueva situación en el pensamiento de hoy se asienta sobre el hecho de que la teoría científica está prescindiendo del sentido común".
No olvidemos que Einstein concibe y desarrolla su teoría de la relatividad, que revoluciona la concepción de las relaciones espaciotemporales, en los años en que Braque y Picasso inician su fecunda aventura.
La doble aventura de Braque y Picasso tiene un punto de partida común: la obra de Cézanne -el cuadro de Cézanne El jardinero está fechado en 1906, es decir, un año antes de que Braque inicie su aventura cubista- y, en el caso de Picasso, además, su interés por el arte egipcio, por el arte arcaico griego y el íbero, y también por el arte primitivo africano.
Pero, desde estas bases de partida, uno y otro se lanzan a la siempre repetida, apasionante aventura de descubrir la realidad, de enfrentarse con esa terra incognita de la realidad objetiva, de aquélla que por definición o, mejor dicho, por prejuicio, está más allá del artista. Una realidad plenamente condicionada, en su presentación, por esa otra omnipotente del cuadro que la delimita, y dentro del cual el artista la concibe y la transforma.
Los dos principios básicos
El cubismo, recordémoslo, parte de dos principios básicos: descomponer los objetos observados en su representación pictórica en planos rectangulares o cubos ("bizarreries cubiques") y del principio de la relatividad de las relaciones espaciales. Un objeto cualquiera, una figura, humana se presenta, en el espacio plano y limitado del cuadro, visto desde diferentes posiciones a la vez. Además, los cubos en los que el objeto se descompone en una evolución creciente desde el cubismo analítico al principio del movimiento, hasta el alto cubismo y el cubismo sintético no se ordenan de acuerdo con una lógica visual materialista o del sentido común, sino de acuerdo con la sensibilidad del artista que observa, que explora la realidad y la sugiere.
Emociona, al recorrer las primeras salas, ver, sentir la intensa y apasionada búsqueda, casi funambulesca, que Braque y Picaso emprenden, hace ya 76 años, buscando y encontrando nuevas formas de expresión, de representación plástica de la realidad: Emociona esa ruptura de cánones y tradiciones, hermosos y encadenantes, esos caminos de libertad abiertos para siempre al arte plástico, inagotables en posibilidades.
La primera exploración, la descomposición en planos de los objetos percibidos por el artista, la presentación del objeto desde distintas perspectivas que constituye la etapa del cubismo analítico conduce a una descomposición cada vez más avanzada y abstracta, a una elección de colores neutros: la realidad se vuelve evanescente, casi desaparece. Es el momento del alto cubismo.
Pero Braque y Picasso no van a lanzarse definitivamente a la gran avenida del arte abstracto, que ellos abren, y empiezan a introducir en sus cuadros señas de realidad, de una realidad humana, comprensible como significado para sus contemporáneos, en cultura y viviencias. El homenaje a Juan Sebastián Bach, de Braque, tiende ese puente a la realidad con una inscripción en negro en el centro del cuadro -Bach J. S.- y todo el cuadro se ilumina y se ordena en torno a esa referencia.
Como la naturaleza muerta de Picasso en una silla de rejilla, que es un portento cubista que se ancla en la realidad cotidiana por el asiento de la silla en que está pintado y por las letras que sugieren la presencia de un periódico, de un journal. El periódico de todos los días, que, con la pipa y el tabaco, el naipe y la guitarra, llenarán el arte cubista de la vida cotidiana.
Y empiezan los collages. Trozos de madera, de periódico, de arena, sobres, papeles, añadidos a los cuadros. Otra avenida del arte, que aún continúa, se abre en ese principio del cubismo en su madurez. El collage, que descubre a medias la clave del cuadro o la liga a una determinada realidad en la que se confunden objeto y sujeto, objeto y sensibilidad del artista y receptividad creativa del observador. Porque en el arte cubista, como en todo el arte moderno que de él se deriva, el espectador no es un sujeto pasivo sino un sujeto activo. El tercer elemento creador de la obra de arte o, mejor dicho, re creador de la obra y sobre todo de su significado estético.
Y, al final, es el cubismo sintético, esa explosión de alegría, de color, de fuerza decorativa, de dominio de la forma y, siempre nueva y siempre misteriosa, de belleza.
Allí en la Tate, sala tras sala, también se presenta la obra rotunda de Juan Gris. La comprensión, la emoción estética del cubismo se la debo a Juan Gris. A una exposición antológica suya que vi hace años en París. Desde entonces, este artista, que a diferencia de Braque y Picasso nunca abandonó el estilo cubista que para él era una estética y un estado de la mente, ha sido para mí el Fidias del cubismo, la absoluta perfección.
El cubismo acabó agotándose, pero la revolución cubista supuso un haz de caminos nuevos que aún hoy siguen vivos en el arte de nuestros días, y también la conquista de la libertad para la pintura moderna. A pesar de su posible dificultad de comprensión, la condición humana está presente en el arte cubista. Y cuando uno ve ese retrato de Madame Berthe Lipchitz, de Juan Gris, siente el soplo permanente y eterno de la belleza viva en la caducidad de la obra humana. Como siente, no sé por qué, en ese bodegón de Picasso en el que parece caer y quedar detenida una carta, un as de trébol, la futilidad de la suerte y la soledad de las cosas como un reflejo de la soledad del hombre.
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