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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una obra muerta

El rey de Sodoma pertenece al antiguo teatro de provocación: pero aquí estamos ya suficientemente provocados, pasados de provocación. El escándalo es un artículo de consumo; y las osadías refrenadas, las audacias tímidas, los avances medidos de El rey de Sodoma no provocan más que el aburrimiento. En cuanto a teatro, lo que tiene lo ponen, con denodado y meritísimo esfuerzo, los actores -Pellicena, Yolanda Farr- y el infatigable director de escena Narros. Produce, de todas formas, algún conato de indignación: la de que el Centro Dramático le ceda el escenario, otros tiempos prestigioso, del María Guerrero y Cultura le proteja. Pero también a eso hay ya alguna habituación.En un autógrafo del programa, Arrabal da el punto de referencia de lo que intenta: "Reinventar el teatro es un quehacer fascinante..." Parece que aquí trata de reinventar la revista a la española, desmesurándola. Pero no la sobrepasa: por el contrario, se queda corto. Las invenciones del Martín o del Pavón eran más desvergonzadas, más ingeniosas: sus músicos y sus actores estaban especializados. El posible juego intelectual de apurar el juego de la revistilla y convertirla en otra cosa no aparece: quedan los juegos de palabras sexuales, las obscenidades, los anticlericalismos, las situaciones equívocas del género. No hay segunda vuelta, no hay enormidad: ni ceremonia, ni pánico. Simple vulgaridad de preguerra. Los supervivientes de los tiempos de La Traca no tienen nada que aprender, ni que desaprender. Los mismos chistes suenan de la misma manera. No hay más allá.

El rey de Sodoma, de Arrabal

Intérpretes: José Luis Pellicena y Yolanda Farr. Éscenografía: Andrea d'Odorico. Dirección: Miguel Narros. Estreno, Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional, del Ministerio de Cultura), 27 de mayo.

Auscultando otra vez el programa, se sigue viendo el propósito del autor: "Se marcan límites, se crean tabúes, se dictan normas... Pero el dramaturgo, escuchando tan sólo su inspiración, escribe todo lo que le pasa por la cabeza". Lo cual es lícito o no según la cabeza de la que se trate. La de Arrabal, en el momento de escribir El rey de Sodoma, debía ser un desierto, quizá poblado por reminiscencias del morbo infantil con que pudo ver alguna revista en otros tiempos. Y por una creencia desmesurada en la existencia de "normas, límites y tabúes", y un cierto mesianismo en creer que él es la persona indicada para la ruptura. Finalmente, no ha conseguido más que una parodia de sí mismo. Repetitiva, sin imaginación, sin invento, sin teatro. Cuando llega la segunda parte, después de la larguísima primera, parece imposible poderla soportar. Pero quizá no sea peor: solamente sucede que viene después, que desborda ya cualquier capacidad receptiva: el espectador no tiene más objetivo que el de ver pronto el final. Llega como de pronto.

Es una obra muerta. Trata de levantarla Miguel Narros: es hombre ducho en rellenar textos en acción, con detalles, con puntos de atención alejados del texto -como hacen los ilusionistas mientras se desarrolla la trampa- y la intenta una vez más. La atracción puesta y acentuada consiste en las sucesivas transformaciones de la actriz y el actor -únicos personajes-, para lo cual no puede evitar que entre cambio y cambio de identidad haya largos espacios vacíos, en los que queda desamparada la escritura, el monólogo -sobre el teléfono, habitualmente: como en el antiguo teatro malo- y no se resiste. El escenario de D'Odorico ha buscado la estética kitsch que: corresponde a la idea de El rey de Sodoma; los figurines de Narros, en la misma línea, son divertidos y graciosos.

Pellicena hace una colección de papeles entre los que predomina el de travestido, el de homosexual, el de loca: no deja efecto sin agotar, y obtiene el mejor éxito de la obra. El papel de Yolanda Farr -o la colección de papeles- es mucho menos consistente: casi parece un pretexto para la existencia del otro personaje múltiple. Por eso su trabajo, que no regatea, luce menos.

Hay todo un trabajo honesto, serio y digno en el director y el escenógrafo, en la pareja de actores y hasta en el músico Mariano Díaz, no sobrado de inspiración, pero capacitado y técnico. Hay esfuerzo de técnicos, de ayudantes, de todos. Se nota ese esfuerzo, y eso es malo. Y se nota el esfuerzo porque los muertos no se resucitan, y El rey de Sodoma es una obra completamente muerta.

En los aplausos finales, en algunos de los otorgados a Pellicena en los mutis y en algunos números se advertía sobre todo la recompensa a ese enorme esfuerzo, al oficio derrochado, a la defensa de su misión. Admira más su inutilidad.

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