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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un juguete bonito

El 29 de diciembre de 1803 se enterró, en la iglesia de San José, el cuerpo de la que fue gran actriz María del Rosario Fernández, La Tirana: "... un ataúd que llegaba con acompañamiento de histrionaje", escribió, más de un siglo después, Pedro de Répide. En el prólogo de Domingo Miras se supone que parte de ese histrionaje seencuentra después en un teatro desafectado, y que entre todos reúnen el reparto necesario para hacer El barón: unos porque participaron en la versión de zarzuela que el capitán de caballería Andrés de Mendoza, había plagiado del manuscrito de Moratín, con el título La lugareña orgullosa, y otros porque interpretaron la verdadera obra de don Leandro Fernández de Moratín. Este prólogo es largo, probablemente forzado por la necesidad de cubrir un tiempo -la versión de El barón es breve- y por la de contar los antecedentes históricos y teatrales. Se sabe que en el teatro el artificio de que los personajes se cuenten entre sí cosas que más o menos ya saben para que nos enteremos los demás es siempre falso. No escapa a esa falsedad este prólogo, pero cumple su misión de informar y da ocasión de ver a Guillermo Marín, de apreciar su antiguo prestigio y su dicción del verso.El barón tuvo en su tiempo su misión. Moratín, en un texto anterior (nota: a El viejo y la niña) explicaba que "la comedia, imitando los vicios y errores más comunes, haciendo que el espectador se ría de las extravagancias en que incurren sus semejantes, le da una lección agradable y útil, para que no se precipite en ellas". Tiempos de la Ilustración. Enseñar deleitando... En El barón hay una casa de lugareños ricos -Illescas- y un sinvergüenza, un pícaro, que se hace pasar por aristócrata, infunde en la mujer que le hospeda manías de grandeza, pretende matrimoniar con su hija y quedarse, en fin, con todo. Hay, en los hábiles versos prosaistas, menosprecio. de corte y alabanza de aldea; burla de la falsa cultura, ridiculez de la grandeza empingorotada, alabanza de la mujer que no debe ser adorada ni humillada.

El barón, de Leandro Fernández de Moratín (escrito en 1876, estrenado en 1803)

Intérpretes: Guillermo Marín, Ana María Barbany, Amparo Baró, Asunción Balaguer, Félix Navarro, Joaquín Kremel, José María Pou, Juan Calot, José Andrés Álvarez. Escenografía de Gustavo Torner. Figurines de Elisa Ruiz. Dirección: José María Morera. Estreno, Teatro Bellas Artes (concertado con el Ministerio de Cultura), 23 de mayo de 1983.

José María Morera ha hecho un montaje cómico, alegre y elegante. El sistema parece ser el de acentuar y exagerar convenientemente lo contenido en el texto; lo falso -el barón- convertido en netamente ridículo, ostensiblemente pícaro; lo llano, lo natural, lógicamente naturalista -don Pedro, el que lo arregla todo-; la víctima, la engañada, grotesca pero con las suficientes reservas como para poder ser respetable; los enamorados, enamorados; los criados, decididamente graciosos. Minucioso como es, los detalles están cuidados -después de inventados por él mismo-, y los actores, y los objetos. En sus manos, El barón es un juguete. Si el niño-espectador tiene la tentación eterna de romperlo para ver lo que hay dentro, se encontrará con un lenguaje castizo, una moraleja antigua, una influencia del Tartufo y un trozo de historia de la cultura española: no mucho más. Pero el juguete es bonito. A lo que contribuye, por un lado, la elegancia austera del decorado de Torner; por otro, el descoco brillante y efectista de los figurines de Elisa Ruiz. Otra vez el contraste entre lo natural y lo artificial-grotesco. Todo a favor del texto.

Y contribuyen extraordinariamente los actores. Pou compone lo que se llamaba, en el lenguaje teatral, un figurón: el arte de exagerar justo hasta donde conviene es muy difícil, y Pou lo ejerce como lo hizo ya en El galán fantasma. Félix Navarro es la naturalidad misma, la voz de la razón y de la honradez, y se ganó una ovación con su tirada de versos morales. Asunción Balaguer se contiene en el límite preciso entre la ridiculez y el patetismo; Ana María Barbany y Juan Calot tienen los papeles originalmente deslucidos de los enamorados (objetos en torno a los cuales se mueve la trama, pero que participan poco en ella) y los cumplen con su oficio. Los dos graciosos se dividen muy bien el trabajo: Amparo Baró luce una ironía mordiente, coloca con fuerza y serenidad cómica sus frases, y Joaquín Kremel compone una figura desmesurada, rica de matices de absurdo. José Andrés Álvarez completa el reparto con un personaje prácticamente mudo. En todo está la solvencia de esta compañía estable, que sabe lo que se sabía antes y parecía perdido: saltar de un género a otro, asumir los papeles que correspondan.

Al público le gustó este juguete con el que debe terminar la temporada; el del estreno lo acogió muy bien.

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