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Juan Pablo II asistió a un concierto de Verdi en la Scala de Milán

Juan Arias

El sábado por la noche Juan Pablo II estuvo en la Scala de Milán. Era la primera vez que un Papa atravesaba el dintel del gran templo mundano europeo de la lírica. Y era la primera noche profana de un Papa después de los tiempos del Renacimiento.El Papa polaco tenía conciencia de todo ello, y cuando al final del concierto, fuera de programa, salió sobre el podio que hasta entonces había ocupado el director de orquesta, Ricardo Muti, para hablar a los privilegiados huéspedes de aquella noche histórica de la Scala, empezó diciendo: "Un Papa aquí es un acontecimiento difícil de definir".

Pero rápidamente quiso poner su sello a aquel acto original, en aquel escenario, testigo centenario de las grandes noches mundanas del arte: "No se debe separar a Dios del hombre; no existe entre ellos lucha o contradicción, sino más bien unión y amor".

Explotaron los aplausos, como los que se otorgan a los grandes intérpretes de la lírica. Todo el mundo en pie. "Mi presencia aquí", añadió el papa Wojtyla, "desea ser un acto en el mundo del arte, es decir, un inundo que está al servicio del espíritu".

Durante el concierto, en el que fueron interpretados para el Papa polaco la gran Oberture de Juana de Arco, el Stabat mater y el Tedeum de Verdi, Juan Pablo Il estuvo sentado en la primera butaca de la fila 14, que corresponde a la fila 13. Estaba vestido de blanco desde los pies a la cabeza, sin una gota de rojo. Roja era, sin embargo, la butaca preparada para el ilustre huésped, que escuchó el concierto apoyando casi siempre el codo derecho sobre el brazo dorado de la butaca. Y Karol Wojtyla que, más que a aplaudir, está siempre acostumbrado a recibir aplausos por todo el mundo, esta vez unió también él sus manos para aplaudir como los demás; con los demás. Pero lo hizo con moderación, "como hacen los reyes", ha comentado un cronista.

Y a propósito de reyes, hubo hasta el Último momento una discusión sobre el lugar destinado al Papa: colocar o no a Juan Pablo II y a su séquito en el palco real de la Scala. Así lo quería el Ayuntamiento de Milán. Pero se objetó que en ese caso la mayor parte de los espectadores no habría podido ver al Papa durante el concierto. Al final se optó por hacerle decidir a él mismo. Y Juan Pablo II escogió la butaca que normalmente usa el presidente de la República, el socialista Sandro Pertini, a quien tanto le gusta estar entre la gente.

Para la exclusiva de Wojtyla en la Scala, el gran teatro lírico milanés fue iluminado como un ascua. Doscientas bombillas que se habían fundido en los últimos meses fueron sustituidas, por otras tantas nuevas y flamantes. Pero en todo lo demás el escenario era austero, casi monacal. No se vieron los grandes escotes femeninos, ni las joyas fulgurantes, ni los trajes de gala. Nunca hubo tanta policía pública y secreta, fuera y dentro de la Scala. Ni tanto revuelo de cardenales y solideos.

Al Papa lo colocaron entre el alcalde socialista Carlo Tognoli y el famoso arzobispo de Milán, el jesuita cardenal Carlos María Martini, ya con fama de papable.

Y habían sido precisamente estos dos grandes personajes, que representan a la Milán laica y religiosa al mismo tiempo, quienes habían firmado, personal y conjuntamente, una por una las invitaciones de aquel. concierto. Unas entradas que seguramente acabarán teniendo valor de colección.

Ni que decir que no quedó ni un puesto vacío. O mejor, sólo dos: las dos butacas a derecha e izquierda del Papa, que habían sido arrancadas para que el huésped sagrado estuviera Más cómodo.

El discurso del Papa

"Artistas e intelectuales queridísimos", les dijo el Papa al público encandilado ante la visión de un Pontífice en el podio de la Scala, "es necesaria en el mundo una ecología del espíritu". Momentos antes, Juan Pablo II había dicho: "Encontrarme esta tarde aquí, en este teatro universalmente aplaudido, es para mí una pausa sugestiva de carácter estético y cultural, pero también un ¡gran honor". Y el aplauso sonó fuerte. Era como la consagración de la Scala por un Papa que está recorriendo el mundo predicando siempre su idea fija, que repitió también en Milán, de que "toda obra verdaderamente artística no puede dejar de tener profundas raíces religiosas".La voz del solista en el concierto de Verdi fue de Elisabeth Connel. El concierto duró cuarenta minutos. Al final, el alcalde de Milán regaló al Papa una medalla de oro con la imagen desan Ambrosio. Al alcalde socialista el Papa le entregó un rosario bendecido por él, y le dijo a la puerta del teatro: "Tenía que llegar a Papa para poder venir a la Scala".

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