Los toros de la esperanza
La Comisión de Presidencia del Gobierno e Interior del Senado, que tengo la satisfacción de presidir, ha acordado estudiar e investigar sobre la actual situación de la fiesta de los toros. Es la primera vez en la historia parlamentaria de nuestro país que, oficialmente y bajo las distinguidas bóvedas que acogen a los representantes del pueblo, se inicia un trabajo de esta naturaleza. No sé cuánto tiempo dedicará la comisión al estudio completo que se pone en marcha coincidiendo con la feria de San Isidro. Dispuesta está a llegar a conclusiones parciales y finales que, sin duda, darán la medida justa de cómo están hoy las cosas y qué se debe hacer.El éxito completo del trabajo será posible con las aportaciones, ayudas y auxilios de los interesados en el bien de la fiesta. En primer lugar, el público, que es el destinatario del espectáculo y el que, con su exigencia y disposición, está en las mejores condiciones de ayudar al cambio necesario en la fiesta. Sería magnífico que la comisión del Senado se viera inundada de sugerencias, iniciativas y denuncias procedentes de los aficionados. No cabe duda que la popularidad de la fiesta tiene que servir para que el ruido no se limite a los cosos taurinos, sino que llegue directamente a las instancias adecuadas, y nada hay más reconfortante para los parlamentarios que recibir de sus representados las advertencias, quejas y consejos.
Toreros, ganaderos y empresarios tienen que aportar y opinar no sólo cuando pudieran ser llamados a comparecer, sino a su propia iniciativa, y es alentador que tan pronto fue hecho público el proyecto a realizar se han recibido llamadas, cartas y ofrecimientos personales que demuestran el interés de mucha gente por participar y dar lo que sea necesario.
Veterinarios, presidentes de corridas, delegados de la autoridad están en la mejor disposición ya. No pueden continuar muchas cosas como están. Es la hora de la verdad para la fiesta, y de ahora en adelante unos utilizarán nuevos prismas y otros verán con satisfacción que sus preocupaciones entran en la hora de ser tenidas en cuenta. Hay muchos que han estado luchando por libre, sin poder hacer casi nada, reducidos y hasta acogotados. Para ellos es un respiro la novedad.
Críticos, cronistas, revisteros, escritores de toros. Cuando en los años sesenta se colman los vasos de la paciencia ante tanta corrupción y falsedad, fue un alarde profesional el grito que desde algunos medios de comunicación se dio en apoyo de los buenos aficionados que ya desesperaban en la plaza de toros. Aquellos críticos, que hoy siguen, tienen que ser una vez más conciencia pública y severa de los males y de las posibilidades de recuperación de la autenticidad de la fiesta.
Es la hora de la verdad. Estamos en San Isidro. De lo que aquí suceda a lo largo de tantas tardes depende algo más que la temporada de 1983. Este año lo vamos a ver todo con lupa. Creo que podemos estar tranquilos. La esperanza puede ser la tónica del momento para poner en marcha todo el complicado (o no tan complicado) mecanismo de la recuperación de la fiesta, que no es nada cuando le falta la verdad. Si no existiera esperanza y todo nos amenazara a la pantomima permanente, lo único que cabría facilitar es la desaparición del espectáculo por falso y defraudador.
Babelia
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