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La mosca del vinagre de un español genial

España cuenta con investigadores de primerísima fila. Hombres que aportan a la ciencia tanto o más que Dalí o Picasso trajeron a la pintura.En mi novela La torre herida por el rayo me he servido como marco de los descubrimientos recientísimos de dos de ellos en dos de las vías más activas y significativas de la ciencia de hoy: el código genético y la gran unificación de las partículas elementales.

Hubiera podido elegir como soporte de mi libro la morfología, parte de la ciencia capital para el estudio de la vida.

Antonio García Bellido es el morfólogo, o, si se prefiere, el embrio-genético por antonomasia, es el Einstein en su dominio y uno de los investigadores más importantes del siglo. Este hombre, que trabaja en España, y al que no tengo la suerte de conocer, realiza, lejos del mundo, sus pompas y sus vanidades, una de las exploraciones más difíciles y excitantes de hoy. ¿Cuál es el objeto de su apasionante trabajo?: García Bellido analiza la evolución de la vida desde el óvulo, es decir, desde una célula fecundada microscópica, hasta el ser en tres dimensiones con ojos y pelos, con corazón y sexo. Gracias a su fantástica labor de observación, hoy comprendemos la metamorfosis que transforma una célula en un individuo adulto. A Antonio García Bellido no puedo imaginarlo; para mí es casi como un óvulo de ciencia del que no sé ni cómo son sus ojos ni sus manos, ni su cabeza, ignoro la edad que tiene, desconozco el pueblo en que nació, o si cree en Dios o en el diablo, en Marx o en Jesús. Le sigo a distancia, entrañablemente, desde hace años. Cuando mis amigos científicos, franceses o norteamericanos, me hablan de él con arrobo, yo me siento muy emocionado, como si celebraran algo muy mío. Durante mi último viaje a Nueva York no sólo me arrodillé, en la catedral de San Patricio, ante mis idolatradas banderas del Vaticano y de Estados Unidos, para que Dios y la Purísima protejan esa fragilísima creación de la civilización occidental que es la democracia, sino también para que mi desconocido García Bellido gane el Premio Nobel. Según mis amigos, lo merece desde hace años; por si fuera poco, probablemente a él el premio le importará dos higas.

García Bellido ha conseguido descubrir ese camino, esa verdad y esa vida estudiando un ser entrañable del que yo imaginaba hasta que tuve ecos de sus trabajos, que sólo existía en Ciudad Rodrigo. La mosca del vinagre: insecto de un milímetro de tamaño y que en los artículos científicos nombran Drosofila-Melano gaster.

Si santa Teresa de Ávila, ma maitresse, o san Juan de la Cruz mi maestro, hubieran vivido hoy habrían sido científicos y hubieran estudiado, como García Bellido, la mosca del vinagre.

Desde la edad de 10 años, la ciencia y las matemáticas me fascinaron, y es casi un milagro que no haya abrazado estas disciplinas. Milagro que, en realidad, debo a un examinador al cual odié rabiosamente, es decir, irracionalmente y sin sentido. Cuando a los 11 años me dieron el premio de superdotado, me excitó intensamente comprobar que con ello forzaba a los hombres que habían condenado a muerte a mi padre a galardonarme. Durante la última prueba, que abordé convencido de que sacaría el número uno, recuerdo que no pude impedir la erección. Reconozco avergonzado que hubiera deseado violar a todos aquellos hombres. Al final, uno de los examinadores me aseguró que sería un "gran hombre de ciencia": juré que nunca seguiría su consejo. ¡La venganza es tan mala consejera! Seguramente hubiera sido mucho más feliz por esa vía..., y Beckett no hubiera tenido que escribir a mis jueces que me mantenían en prisión: "Es mucho lo que tiene que sufrir Arrabal para escribir; no añadan nada a su pena".

Un investigador catalán afincado en París, a quien llamaré JG para no perturbarle con una publicidad que, dada su timidez, juzgaría intempestiva, ha descubierto hace unos meses, tal y como cuento en La torre herida por el rayo, la estructura y la dinámica del código genético (del ADN), así como su organización y su regulación. He pasado días enteros en su laboratorio, observándole, consultándole, dialogando con sus colaboradores y colegas, intentando captar su precioso y enrevesado saber.

Todo lo que en la novela cuento sobre el tema (o sobre la gran unificación de las partículas elementales) corresponde, pues, al estado actual de la más reciente investigación. por eso agradezco a la crítica y al público en general que hayan apreciado el que trate "temas tan arduos de forma tan divertida y comprensible", como me escribe un lector vallisoletano.

El código genético es nuestra tarjeta de identidad que poseemos en todas y cada una de nuestras células, es nuestro centro de información, en el que está encerrado todo nuestro saber biológico, gracias al cual nacemos, crecemos, vivimos y, por ejemplo, fabricamos proteínas. JG, tras pasar muchos años oscuros estudiando la informática y las partículas elementales como utensilios de su investigación biológica, se encaró con el código genético con la pretensión loca de, dando la espalda a todos los laboratorios que buscaban la palabra mágica, analizar la ADN como el libro abierto de la organización biológica.

JG nada tiene que ver con Marc Amary, el héroe de mi novela..., pero científicamente ha sido su inspirador. Espero que nunca lo sepa.

El extravagante triunfo de JG y de García Bellido en el universo de la ciencia es normal. Ninguno de los dos se conformó con pensar o investigar como los demás. Imperturbables, actuaron como heterodoxos españoles... ¡Gracias a Dios!

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