Contra el nuevo Savater
Últimamente me da la impresión de que a Fernando Savater nos lo han cambiado. Quizá sólo sea un error de interpretación por mí parte y él siempre ha sido así. De todos modos, su artículo El derecho a lo peculiar (EL PAIS, 20 de marzo de 1983), aun con el relativo valor de toda provocación, se revela claramente defensor de una moral (una moral pretendidamente humana, o sea, superior a las menos humanas), una moral perfectible, es decir, capaz de ser más superior todavía.Nuestro profesor de Ética (con mayúscula, claro) afirma que los conquistadores hispanos se sintieron horrorizados ante los sacrificios humanos de los aztecas. ¡Por favor, Fernando! ¿Y no se horrorizaron un poquito al consumar, ellos mismos, uno de los más espantosos genocidios de la historia? Ignoro si los campesinos extremeños metidos a soldaditos de Su Majestad Católica veían al azteca como hombre, como animal o como diablo, pero estoy seguro de que sus grandes capitanes lo veían únicamente como un competidor en el dominio de aquellas tierras. Ahí no cabe hablar de horror, ni tampoco de moral: es un eslabón más del proceso animal (o sea, humano) de expansión territorial.
Savater defiende la moral aparentando atacarla. Porque sólo hay una moral, que puede tomar distintas formas, pero que siempre cumple su función: justificar a su usuario, adormecer su conciencia crítica. Es la moral-aspirina. El propio Savater (creo que en unos coloquios sobre la tortura celebrados en San Sebastián en mayo pasado) definía a la ética como "lo que nos permite vivir sin sentir demasiado asco de nosotros mismos". Con la ética (ética o moral, tanto da, no vamos a caer en distingos escolásticos) cualquiera puede cometer atrocidades sin que la comida le vaya a sentar mal.
Volvamos al artículo (lamento no poder ir a por todo el artículo, por razones obvias de espacio): Savater cita al régimen de Jomeini. Parece ser que ese régimen está logrando convertirse en paradigma expiatorio de Occidente. Millones de personas europeas, cultas, civilizadas, que han sido educadas en el más puro estilo judeocristiano, castrador, negador del placer y de la vida, confinador del sexo en el altar monogámico-heterosexual, gustan de repetir: "¡Ah, en Irán sí que lo pasan mal!". La evidencia de que en Irán (y en Pakistán, y en Beluchistán) existe una fuerte represión sexual es meridiana, pero son sospechosas esas enfáticas declaraciones de anatema cuando en nuestro adelantado continente miles de jovencitos son civilizadamente abofeteados por sus demócratas papás cuando llegan a casa más tarde de lo establecido por nuestras seculares buenas costumbres.
Y lo que sirve para el plano sexual es perfectamente ajustable al político en general: Savater llama homicida al régimen iraní. ¡Claro que lo es, Fernando! Como los regímenes de EE UU y la URSS, fabricantes de misiles en masa. Como los democráticos Estados europeos, que han aprendido a suicidar a sus presos. (¡Qué bárbaros esos Estados que todavía torturan, cuando es tan fácil que el preso se suicide!).
La ética siempre es una justificación tramposa. Trotski escribió su moral y la nuestra contra el régimen de Stalin, pero la acción de Stalin contra sus adversarios descansaba en idénticos motivos que los que habían puesto a Trotski a la cabeza de las tropas que ahogaron en sangre la insurrección soviética de Khronstadt. Tampoco cabe hablar ahí de moral (o sí: en su auténtico sentido de autojustificación). Eisenhower explicó en su Cruzada en Europa los altos impulsos morales que le llevaron a combatir al fascismo, pero luego esa misma moral justificaría el lanzamiento de bombas nucleares sobre objetivos civiles, y más tarde le llevaría al abrazo con el títere fascista de Madrid. Cabe la paradoja de afirmar que la moral es la más inmoral de las invenciones humanas. En este aspecto avanzaremos cuando volvamos a ser como los demás animales, que no justifican
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sus actos en nombre de Dios y de la Patria.
Acabo con un ejemplo sencillo: si la ética nos ha de servir para cenar tranquilamente cuando a cien metros del restaurante un par de viejos agonizan de frío y desnutrición, eso ya lo puedo hacer, y lo hago, sin ninguna necesidad de la puñetera ética. Y temo que si Savater precisa de ella, lo que desea no es justificarse sólo a sí mismo, sino al sistema político democrático en el que nos ha tocado vivir. O, por lo menos, esa impresión me dio la lectura de la declaración sobre la tortura que hizo conjuntamente con otros intelectuales: una llamada al Gobierno para erradicar esa lacra, porque la tortura brutal (la salvaje, la física, la que deja huellas, que de ésa se trataba) es el único detalle demasiado repugnante que le impide afirmar que nuestra democracia está en el buen camino para convertirse en el mejor de los mundos posibles.
¿Me equivoco? En fin, tampoco sé si estas líneas servirán para algo. Ojalá. /
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