El cuerpo, ante la medicina y la ley
LA LIGADURA de trompas es una operación quirúrgica sencilla, normalmente sin riesgo, que produce la esterilidad en la mujer. Es irreversible. Su equivalente clínico en el hombre es la vasectomía, que puede ser recuperable. En algunos países son operaciones frecuentes y voluntarias: en España están vigiladas, controladas, sometidas a la ley. En Granada una mujer de veintinueve años, madre de cinco hijos, marido en paro y dificultades económicas absolutas, ha pedido que le hagan la ligadura de trompas; se le ha negado y está en huelga de hambre en el hospital Clínico. (Ver EL PAÍS de 15-3-83). Se le responde que la ley no autoriza la operación más que en una serie de supuestos: razones clínicas (no sociales ni económicas), más de 35 años de edad y haber tenido al menos cinco hijos. Una vez más entramos -y de una manera muy distinta a la del aborto- en el problema de la disponibilidad del propio cuerpo, a la presencia de leyes arcaicas con relación a la situación social y la difusa pero permanente doctrina que impiden decisiones sobre sí mismo. Generalmente los médicos se oponen a la vasectomía y a la ligadura (y a otras operaciones similares). Muchos, por convicción; otros, por miedo a responsabilidades.A pesar de su extensión real, otros sistemas de anticonceptivos temporales (la madre granadina no puede utilizarlos por razones clínicas) están todavía sometidos a cierta vigilancia, a numerosas reservas en las que a veces se mezclan razones pseudocientíficas a fundamentos de los llamados morales, en los que no deja de haber una resonancia social y de estado-propietario inspirada en otros tiempos: las necesidades de aumentar la demografía en tiempos en los que la mano de obra múltiple, barata y concurrente podía resultar positivo en el funcionamiento de los sistemas económicos. Aun hay numerosos demógrafos que defienden la idea de aumento de natalidad. No se ha advertido suficientemente que una política natalista es una intervención tan grande y tan coactiva en la vida de la pareja como una política antinatalista; que se han señalado ya las líneas diferenciales entre sexualidad y procreación, como dos libertades distintas, y que un problema muy evidente del mundo actual es el fallo de dos previsiones distintas y coincidentes: el de que la providencia resolvería y el de que la ciencia y la técnica encontrarían formas de alimentación, vivienda y suficiencia para todos. Ya hace muchos años que no es así.
Este caso, de tintes un tanto dramáticos sucedido en Granada, debe cuando menos inspirar a la reflexión de si nuestras normas penales, que impiden una operación de ligaduras de trompas, resultan consecuentes con la libertad de la pareja, el respeto a la vida y la búsqueda necesaria de la felicidad para nuestra civilización en este último tramo del siglo XX. En situaciones como ésta que comentamos, la tolerancia y el respeto son actitudes fundamentales, frente a la intransigencia y el autoritarismo. La provisionalidad de los juicios y la relatividad de las opiniones encuentran en estos casos una justificación difícilmente atacables. No parece, por tanto, que la aplicación pura y dura del código penal sea la mejor de las soluciones.
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