La ilusión de una arquítectura civil
Al repasar mentalmente la obra de Josep Lluís Sert, la primera cosa que causa una viva impresión es su basta extensión. Un trabajo de arquitecto desarrollado en más de doscientos proyectos, con no menos de cincuenta edificios o conjuntos construidos, ya sería, por su propia dimensión, un dato destacable. Pero cuando se entra en el detalle de esta obra ingente se advierte que el trabajo esforzado de este personaje de talla menuda y mirada vivaz que ahora nos ha dejado, tiene la estatura de quienes, en este siglo, todavía creyeron en la arquitectura como arte y servicio colectivo.No es sólo un trabajo de diseñador lo que Sert nos deja al final de su vida. Es también una obra de urbanista, de profesor universitario, de polemista y de investigador cultural. Entre los arquitectos parece que lo que permanece es sobre todo la obra construida, el objeto físico colocado en la ciudad o en el paisaje. En el caso de Sert esta presencia es evidente y ya nadie difícilemente podrá borrarla. Desde las obras barcelonesas de joven militancia racionalista como la casa de la calle Muntaner o el dispensario antituberculoso de la calle Torres Amat hasta los edificios, universitarios de Boston y Cambridge o la Fundación Maeght de Saint Paul de Vence se despliega el programa lecorbuseriano de una arquitectura geométricamente nítida, tecnológicamente expresiva de la modernidad y espacialmente atenta a la forma urbana en la que se ubica y al ambiente interno que el edificio produce. Se trata, qué duda cabe, de una arquitectura programática pero siempre atenta al equilibrio entre razón y sensibilidad.
El programa de acción colectiva a través de la arquitectura del movimiento moderno fue preciso en sus ideas higiénicas, en su atención a la luz natural, a la vegetación, al espacio mínimo, a la racionalización de las funciones. Fue también preciso en el método que permitiese traducir estos requisitos en repertorios tipológicos nuevos capaces de ser producidos desde una gramática formal abstracta, regular y tectónicamente articulada.
Pero Sert, como su maestro Le Corbursier, no se conformó con esta concepción casi automática de la producción arquitectónica y reivindicó una y otra vez, frente a los postulados vanguardistas de la disolución del arte en la vida, la permanente atención que la condición singular y sensiblede la obra arquitectónica reclama. "El décano Sert es muy mediterráneo" oí decir en los años 60 a un joven estudiante de Harvard con una expresión que llena de admiración y respeto. Bajo el tópico del mediterranismo se enunciaba, en realidad, la atención a la condición sensible de la arquitectura, a su modo de aparecer como forma habitable bajo la luz cambiante del sol.
El color, la vibración de la luz y de las sombras sobre los muros, la textura cálida de los materiales, la articulación encadenada de las partes de los edificios, la permanente sorpresa que las formas geométricas nítidas nos causan, los prismas, la redondez de las bóvedas, los grandes ventanales cuadrados y profundos, son una respuesta a esta condición estética que para Sert tuvieron siempre las máquinas de habitar. Pero también, en las palabras de aquel estudiante, mediterranismo significaba, confusamente, una condición urbana para la obra arquitectónica. No en vano el arquitecto dedicó al mismo tiempo su atención a los pequeños problemas de diseño pero también al planeamiento global de nuevas áreas urbanas, de poblados, de barrios, con unaclara conciencia de que la arquitectura no es nada si no produce un lugar en su entorno y si, a su vez, no se produce desde este mismo lugar. Algunas de sus importantes realizaciones americanas, el Holyoke Center de Cambridge (Massachusets), el barrio residencial de Roosevelt Island en Nueva York o el conjunto de apartamentos para estudiantes casados en la Universidad de Harvard son una muestra de que la arquitectura nunca es un objeto aislado, sino un sistema de artefactos en diálogo permanente con los espacios que ella misma genera. Accesos, plazas, jardines, porches, paseos, son cuestiones cuidadosamente dispuestas en una arquitectura en la que la calidad de los espacios exteriores es siempre tan importante como los ámbitos más recogidos de la vida privada.
Por ello en Sert la arquitectura aparece como un fenómeno total del cual el arquitecto se responsabiliza. Desde la ciudad hasta la silla, todo un escalado de cuestiones son competencia del arquitecto. Las funciones urbanas más generales, el crecimiento, su formalización en los trazados y en las formas básicas de ocupación edificada forman parte de la misma preocupación que acaba ¡tendiendo a la calidad de un pavimento o al color de una puerta.
Una concepción optimista de las posibilidades de acción y de éxito en los propósitos del arquitecto recorre toda su obra. También en su actividad como educador y polemista debe verse esta concepción optimista y voluntariosa del trabajo del arquitecto. Los artículos y los libros de Sert respiran, en todo momento, la confianza de un hombre convencido de que es posible controlar, racionalizar, ordenar y mejorar las características físicas del marco en el que se produce la vida colectiva. Desde las páginas de la revista A. C. del G. A. T. C. P. A. C. en los años 30 o desde las publicaciones de los C. I. A. M. en los 40 y 50 o desde su cátedra de Harvard hasta su jubilación en los años 70 el magisterio y las propuestas de Sert mantuvieron en alto una concepción cívica de su trabajo y una idea de su profesión desde la convicción, racional e ilustrada de que la arquitectura, tarea colectiva, no debía dimitir ante las contradicciones de la sociedad industrial avanzada, sino que podía y debía aferrarse a la inteligencia y a la sensibilidad como únicas posibilidades de producir una sociedad más feliz. Esta fue su tarea y su ilusión.
Babelia
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