"Estábamos convencidos de que nos iban a matar"
La española María Monteverde permaneció tres semanas a disposición de los arbitrarios 'tribunales especiales' guatemaltecos y puede contarlo
"Hace cuatro años estuve en Guatemala", dice María Monteverde, "en el pueblo de San Lucas Tulimán, en el lago Aticlán. Me gustó mucho y decidí ir otra vez con mi amigo Mike. Todo parecía tranquilo, no se veían soldados, ni camiones militares. Pero resultó que este paradisíaco lugar, con doce pueblos alrededor del lago, cada uno con el nombre de los apóstoles, cuenta con muchos volcanes donde se esconde la guerrilla".Monteverde, de 27 años de edad, canaria, lleva un año en Golden. Acepta explicar su detención en Guatemala, donde fue de turista, pero prefiere no entrar en valoraciones de tipo político. Sus problemas comenzaron tras el asalto por la guerrilla a una hacienda cercana al pueblo de San Lucas Tulimán.
"Antes había muchos turistas en la zona, pero, en enero de este año, sólo estábamos Mike, un alemán llamado Peter, y yo. Todo empezó en la mañana del 11 de enero. Al regresar del mercado nos encontramos la casa que alquilábamos rodeada de soldados. Primero revisaron la casa los miembros de un equipo especial, llamado Cobra, entrenados por Estados Unidos para la lucha contra la guerrilla. Nos dijeron que tenían que ver nuestros pasaportes. A las cuatro horas llegó gente de la G-2, todos muy altos y fuertes, que, al parecer, son los que se encargan de los asuntos sucios en Guatemala".
María recuerda pausadamente su aventura, tomando café, mientras un temporal de nieve paraliza el área de Denver. Recuerda perfectamente cuándo las cosas comenzaron a ponerse feas.
"A mí se me pusieron los pelos de punta cuando dijeron que nos llevaban a otro sitio para interrogamos. Nos esposaron, vendaron los ojos y nos metieron en el fondo de un jeep. Me entró el pánico cuando me vi en medio, de una finca, a medio terminar, sin puertas ni ventanas. Daban órdenes contradictorias. Nos sacaron a Mike y a mí -siempre esposados y con los ojos vendados- a dar varias vueltas por el campo. Regresamos y nos metieron en un cuarto, sin ventanas. Ahí empezamos a convencemos, tanto Mike como yo, de que nos iban a matar. De que íbamos a desaparecer".
Algo debió ocurrir, quizá la nacionalidad de los detenidos, porque la situación cambió al cabo de varias horas.
"Después de varias horas incomunicados llegó un grupo de personas, amables y sonrientes, diciendo que no nos preocuparamos Que estábamos en la base militar de Retauleu. Nos sacaron las esposas y nos llevaron a un sitio más decente, Nos dieron de cenar y nos ofrecieron cerveza al enteresarse de que era el veintisiete aniversario de Mike".
¿Había avisado el alemán Peter a la Embajada de Estados Unidos en Guatemala para que la sítuación cambiara?
"No", dice María, "porque todo eso sucedió el mismo martes. Peter, según nos enteramos después, no pudo avisar hasta el viernes, y nuestras embajadas no supieron nada de nosotros hasta el domingo":
"No se preocupen, mañana se arreglan sus papeles", cuenta María que les dijeron, "pero, todo volvió a complicarse cuando nos llevaron al cuartel de la policía, en Ciudad de Guatemala, lugar donde nos enteramos después, sólo llevan a los casos muy especiales, incluidos los condenados a muerte. Allí la seguridad, es más fuerte que en una cárcel. Tienen cuartos para incomunicados. Al mismo tiempo, es un hospital, con lo cual las condiciones de detención, al menos para nosotros, fueron mejores, tanto en higiene como en comida",
Cuatro testigos
Continúa explicando María Monteverde la justificación guatemalteca de las acusaciones.Decían que tenían cuatro testigos, cuatro personas que nos habían visto en la finca. Lo cual era una locura. Primero, porque no estuvimos en la finca asaltada por la guerrilla. Segundo, porque eran las cinco de la madrugada cuando ocurrió, aún de noche, cuando no es posible reconocer a nadie. Y tercero, Mike estaba en Panamá, como figuraba en el sello de su pasaporte, el día que atacaron la finca. Pero, en Guatemala, basta que una persona diga que uno es culpable para que sea suficiente. Por más que uno presente pruebas de inocencia. Yo estaba segura que íbamos a salir porque no podían decir, ni demostrar, ante la opinión mundial que nosotros éramos culpables".
Recuerda Monteverde la alegría y la esperanza cuándo vio llegar al cónsul de España en Guatemala, país con el que Madrid tiene rotas sus relaciones diplomáticas después del salvaje asalto del Ejército y la policía a la Embajada de España, en enero de 1980, donde mataron a 32 personas, incluido el diplomático español Jaime Ruiz del Árbol
"El domingo 16 de enero recibimos la primera visita de los cónsules. El norteamericano fue a ver a Mike, y él cónsul español, José Antonio Bordallo, vino a verme a mí. Se me abrieron los cielos cuando le vi entrar. Porque hasta entonces creíamos que nadie se había enterado de nuestra situación. Desde este momento vino a verme a diario. Fue siempre muy realista, diciéndome que la situación era grave. A veces era yo quien le daba esperanza, porque, para mí, el peor momento, cuando tuve más pánico, fue cuando nos pasearon con los ojos vendados y esposados por el campo. Cuando vi que las Embajadas sabían que estábamos allí, tuve la esperanza de que, tarde o temprano, íbamos a salir. De que ya no nos podrían tocar. Pasé un poco el miedo de que me torturasen o que me matasen.
"Una semana y media después vino mi madre. Los padres de Mike también vinieron. Nos podían visitar una vez al día, durante una hora o durante cinco minutos, según el humor de la policía. Al final cortaron las visitas, reduciéndolas sólo a lunes y viernes".
"¿Cómo fueron los interrogatorios durante vuestra detención?".
"Sólo durante el primer momento hubo interrogatorios. No en Guatemala. Al principio, en el pueblo de Retaulen, nos hacían preguntas como ¿por qué habíamos quemado la finca?, ¿cuántos pagaba la guerrilla?, ¿quién nos había enviado? Y así".
Recuerda María a las otras detenidas durante su estancia en la prisión de Guatemala.
"Yo estaba con otras diez mujeres en mi cuarto de encierro. Tres de ellas, sometidas al fuero especial, como yo.
"Nunca regresaré"
"¿Cómo fue la liberación?"."El cónsul, que se portó siempre de una manera extraordinaria, llegó por la mañana y me dijo que había hablado con el ministro de Defensa y que, en su opinión, esto iba a durar muy poco. Pero era ya la tercera vez que nos habían prometido liberarnos. Yo no me lo creí. Preferí pensar que todavía continuaría la detención para no desanimarme".
"¿En qué momento anunciaron que era usted otra vez una persona libre?".
"Había conseguido que me dejaran empezar a pintar cuadros, para las enfermeras. Gracias a ello me dejaban salir a una pequeña sala. Estaba pintando cuando llegaron dos miembros del fuero especial y me dijeron: 'María, ya no vas a tener tiempo para terminar tu cuadro'. Me dieron unos papeles para que los firmara. Me dijeron que tenía tres cuartos de hora para empaquetar y me anunciaron que los cónsules iban a pasar a recogernos. Mi madre estaba en Guatemala y vino disparada a buscarme, con el cónsul y el abogado. Nos liberaron a las cuatro de la tarde y salimos al día siguiente, al cabo de más de tres semanas de pesadilla, a las ocho de la mañana, en el primer avión con destino a Miami. Nunca más regresaré a Guatemala. Porque, además de la detención, no sé en qué condiciones quedó mi proceso. Nunca nos dijeron que éramos inocentes, sino que nos liberaban por falta de pruebas".
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