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El Papa, en el "volcán centroamericano"

Inequívoca denuncia papal en Quezaltenango de la opresión y la represión que sufren los indios guatemaltecos

El encuentro del Papa con los indígenas guatemaltecos ha sido, probablemente, el más emotivo de cuantos ha tenido hasta ahora en su viaje por Centroamérica. A través de ellos conectó con la realidad más doliente de la región y tuvo para ellos un mensaje claro y firme: defensa enérgica de los derechos humanos, sobre todo del derecho a la vida, y rechazo de los métodos de lucha violentos, sin que ello signifique sumisión ante la injusticia.

Cerca de 300.000 personas, en su mayoría indígenas, acudieron a la cita con Juan Pablo II en Quezaltenango, la mítica Xelaju de los mayas quichés. A lo largo de la noche anterior, muchos de ellos sembraron los caminos que conducen a la segunda ciudad de Guatemala (95.000 habitantes). Caminatas de veinte y más kilómetros llenaron de polvo sus trajes de fiesta.Dirigiéndose muy especialmente a los indígenas, el Papa les dijo que conoce "la marginación que sufrís, las injusticias que soportáis, las serias dificultades que tenéis para defender vuestras tierras y vuestros derechos". La misión evangelizadora de la Iglesia incluye, dijo, "estar cerca de vosotros y elevar su voz de condena cuando se viole vuestra dignidad de seres humanos".

Frente a la propaganda de los grupos protestantes más reaccionarios, que acusan a los católicos de haberse convertido en compañeros de viaje de los marxistas, el Papa no renunció al mensaje social de la Iglesia, que pacíficamente (tres veces insistió en este punto), pero con decisión y energía "quiere acompañaros en el logro del reconocimiento y promoción de vuestra dignidad y de vuestros derechos como personas".

Con el tono atronador que emplea en los momentos más solemnes, Juan Pablo II pidió a los gobernantes una legislación que ampare eficazmente a los indígenas de los abusos y les proporcione el ambiente y los medios adecuados para su desarrollo social.

Pocas veces como en Quezalte nango cosechó el Papa aplausos tan espontáneos.

Los indios de rostro impenetra ble, que minutos antes se consultaban entre sí en su idioma maya, para concluir ante el periodista que nada esperaban de la visita del Papa -"sólo venimos a verle"- se destaparon luego con un griterío formidable, que fue creciendo cada vez que el discurso papal aludía a su estado de postración.

La estancia del Papa en Guatemala ha sido un canto a la vida ante un pueblo que por millares ha enterrado a las víctimas de la violencia política. En sus palabras no hubo esta vez equívocos que permitan una instrumentalización política, aunque no faltará quien lo intente, empezando posiblemente por el propio Gobierno.

"Quede siempre asegurada, en primer lugar, la vida de vuestro hermano", había dicho por la mañana en el campo de Marte, un escenario de desfiles militares que se empleó en esta ocasión para la misa de campaña en la capital.

A lo largo de toda su jornada guatemalteca, la sotana blanca de Juan Pablo II estuvo enmarcada entre uniformes castrenses, siempre en actitud de alerta. El aeropuerto de Quezaltenango (una pista de tierra balizada con cal), donde tuvo lugar su encuentro con los indígenas, se rodeó de un auténtico cordón de soldados. Jeeps con ametralladoras patrullaban incluso dentro de la zona de seguridad.

Pero el mensaje de Juan Pablo II, a pesar de la parafernalia militar que le rodeaba, fue un mensaje de paz en todas direcciones: al Gobierno y a la guerrilla.

El régimen del general Efraín Ríos Montt no tiene el recurso de decir que es la guerrilla la que mata, la que viola los derechos humanos, la que provoca situaciones de injusticia. Muchos de estos mensajes iban directamente destinados a las autoridades guatemaltecas.

Los propios indígenas, a los que un miedo secular ha sellado la boca ante los periodistas, supieron expresarse con el ritmo de sus aplausos o con el calor de sus gritos. Cada requerimiento papal al Gobierno, cada alusión a la injusticia provocó una reacción instantánea del pueblo. El rechazo de la lucha armada no supone esta vez una coartada para que se mantengan situaciones de tremendo desequilibrio social, violaciones sistemáticas a los derechos humanos. La doctrina de la seguridad nacional no entra en el discurso del Papa.

También destacó Juan Pablo II los lazos existentes entre evangelización y promoción humana y puso énfasis en que la Iglesia debe estar al lado de los pobres. Que emplease términos siempre moderados no restó fuerza a su mensaje. Vino a subrayar desde la autoridad papal lo que el obispo de Quezaltenango, Oscar García, había dicho antes con expresiones inevitablemente más cercanas a la realidad.

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