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La paz y la espada

Con motivo de la visita de Juan Pablo II a América Central han salido a luz algunas de las peculiaridades que, en el plano religioso, tienen los habitantes de esa zona, convertida hoy en polvorín político. Más visibles tal vez que en otras regiones de América, aparecen allí las consabidas contradicciones: sacerdotes cercanos a los intereses de la alta burguesía y sacerdotes inmersos en las revoluciones populares. Es posible que, al menos a nivel local, la explicación sea que unos y otros son conscientes de que amplios sectores de la población, y en especial el campesinado, son profundamente religiosos.Un personaje que en los últimos tiempos ha estado en el centro de la polémica, ya que es uno de los sacerdotes nicaragüenses que (contra la postura del obispo de Managua) ocupa cargos relevantes en el Gobierno sandinista, me ha ayudado, a través de los años, a comprender ciertos matices de esa religiosidad campesina. Ernesto Cardenal, poeta de primer rango, admirador confeso de figuras tan disímiles como Pound y Gandhi, participante en la rebelión de 1954 contra Somoza, novicio de Thomas Merton en el monasterio trapense de Gethsemaní, estudiante de teología en el Seminario de Cristo Sacerdote, en Colombia, y ordenado en 1965, es hoy ministro de Cultura de Nicaragua.

Tuve la suerte de conocerlo hace trece años, cuando lo entrevisté para el semanario montevideano Marcha. Posteriormente

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La paz y la espada

Viene de la página 11coincidí con él en varias ciudades: Caracas, Roma, La Habana, Madrid, México y, por supuesto, Managua, y de a poco, al calor de su amistad, de su poesía y de su sencillo amor por su pueblo, he ido comprendiendo a Nicaragua y a América Central mucho mejor que a través de rigurosas monografías. En la época en que lo entrevisté, Cardenal hablaba con fervor de la colonia de Solentiname, que él creara en el archipiélago del mismo nombre, y ya entonces me dijo, respondiendo a uno de mis requerimientos periodísticos: "Ahora que estoy entregado a la vida religiosa, y soy sacerdote y monje más o menos, considero que el cristianismo debe ser revolucionario. Es revolucionario o de lo contrario no es nada. Nuestra posición política, como cristianos y como seguidores de Cristo, debe ser revolucionaria, no meramente como una posición política, sino también como una posición religiosa. Considero que el evangelio es político, y es económico, y es radical también".

Años después, en Roma, tras una lectura de sus poemas, alguien del público preguntó a Cardenal cómo se explicaba que él, un sacerdote, trabajara activamente junto a marxistas. Recuerdo casi textualmente la respuesta que, sin pensarlo dos veces, dio Cardenal: "Sucede que, en la lucha revolucionaria de mi país, fuimos aprendiendo que en realidad había dos tipos (no contradictorios) de cristianos: los cristianos creyentes y los cristianos ateos, o sea los marxistas, ya que éstos a veces, sin ser conscientes de ello, realizaban las enseñanzas de Cristo". El envidiable candor de la respuesta, por cierto nada ortodoxa, daba indirectamente en el clavo, ya que para los campesinos analfabetos de Nicaragua el evangelio era hechos concretos y no simples versículos.

En este sentido, es altamente recomendable la lectura del menos conocido de los libros de Cardenal: El Evangelio en Solentiname, publicado en 1976, bajo Somoza. La respuesta de éste no se hizo esperar: arrasó la colonia. El libro, que es en definitiva una reivindicación del evangelio y la figura de Cristo, es también uno de los documentos más diáfanos y a la vez más consistentes que se hayan publicado en nuestros países.

En su momento, Antidio Cabal sintetizó así el sentido de la obra: "Ha llegado el momento de que los cristianos se cristianicen o desaparecerán". Durante varios años, todos los domingos, Cardenal y los campesinos de Solentiname habían tenido, en lugar del tradicional sermón sobre el evangelio, un diálogo fresco, sencillo y también singularmente profundo, que fue recogido por una grabadora.

Cuando Cardenal pone sobre la mesa las maldiciones para los ricos, según san Lucas ("¡Ay de ustedes los ricos porque ya han tenido su alegría! ¡Ay de ustedes los que ahora están hartos porque van a tener hambre!") a uno de los asistentes le parece evidente "que para Cristo la humanidad está dividida en dos clases bien definidas, y que él está a favor de unos y en contra de los otros". Y otro comenta: "Esto es bien revolucionario. Dice que todos los que están bien van a estar jodidos. Es la vuelta de la tortilla completamente". Al pasar al último versículo ("¡Ay de ustedes cuando todos hablen bien de ustedes!") y preguntar Cardenal por qué dirá todos, una voz campesina interroga a su vez: "¿Será que los buenos son pocos, unos cuatrito?", pero otro acota: "O son muchos, pero son pobres". Los feligreses de Solentiname no arrastran una falsa imagen de Cristo. Su Jesús no ha pasado por el filtro de incontables intereses; es tan sólo la palabra evangélica. En consecuencia, conectan rápidamente la palabra de Cristo con un hecho del presente, de su presente.

A estos ingenuos, sin embargo, es difícil pasarles gato por liebre. Aquí van algunos ejemplos, elegidos un poco al azar: "Un rico que comparte el amor, tiene que compartir también sus bienes"; "Podemos estar alegres por la noticia de ese reino que viene, pero no podemos estar satisfechos hasta que venga"; "(Cristo) felicita a los que tienen compa sión. Yo creo que los que hacen revoluciones es porque tienen compasión de los demás". Y firente al pronunciamiento de Jesús: "No he venido a traer la paz sino la espada", otro campesino no pierde tiempo en metáforas, y ireflexiona: "El viene pues en plan de lucha". No obstante, jamás son obsecuentes, ni siquiera frente al evangelio. Cierto domingo en que está a discusión una cita de Lucas 6, 27-31 ("Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a los que les odian, bendigan a los que les maldicen, oren por los que les insultan"), hay un silencio prolongado, nadie habla, hasta que Cardenal le pregunta a Laureano, un campesino, si no tiene nada que comentar, y éste dice: "No, no tengo ganas de hablar. Esa babosada está muy oscura. Arrecho es eso".

Es claro que Cardenal también aporta, en ciertas ocasiones, datos orientadores que restituyen la acepción verdadera de alguna palabra que en las sucesivas traducciones se fue desvirtuando. Digamos, por ejemplo, cuando Cristo dice a sus discípulos: "Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos", Cardenal aclara que en la Biblia los pobres muchas veces son llamados anawim, o sea (en hebreo) "pobres de Yavé" o, por extensión, "pobres de la liberación de Yavé". Sólo al ser pasado al griego el evangelio de Mateo, la palabra se tradujo como "pobres de espíritu", en tanto que Lucas, en cambio, dice más exactamente "los pobres". Y Cardenal aprovecha para contar que conoció a un sacerdote que creía que los "pobres de espíritu" eran los ricos buenos.

Lo cierto es que en esa América Central que en estos días recibe al Papa, los pobres son pobres y nada más. Recuerdo que, en cierta ocasión, uno de los vecinos del pueblo sevillano Marinaleda que mantuvieron una prolongada huelga de hambre, dijo que "a veces se considera extrema izquierda lo que sólo es extrema necesidad". Ese es también el extremismo que se levanta en El Salvador, donde ha habido 40.000 muertos en los últimos tres años, o en Guatemala, donde se da el terrible promedio de un asesinato político cada cinco horas. ¿No es acaso explicable que la religiosidad de estos campesinos, de estos indios, de estos pueblos, los haga mirar esperanzadamente hacia un Mesías que no viene a traer la paz sino la espada, a un Cristo que "viene en plan de lucha"?

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