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Tribuna:Reacciones ante la muerte del autor de 'El cero y el infinito'
Tribuna
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El intelectual deshabitado

Koestler ha tardado sesenta años más que Larra en descubrir el vacío; dieciocho más que otro gran judío centroeuropeo, Stephan Zweig, que también se suicidó con su esposa. El número de años que pueda tardar un intelectual en quedarse deshabitado es variable. Depende de su fragilidad, depende de su tiempo. Koestler tenía, de su raza, una resistencia larga, una paciencia; quizá la aprendió también de sus tiempos de bolchevique. Tenía otra virtud, si se puede llamar virtud al trabajo de sobrevivir, y también de judío: su capacidad de cangrejo ermitaño. Resquebrajado un caparazón, buscaba otro en el que albergarse. Así ha ido emigrando por las ideologías, los partidos, grupos y grupúsculos, paseando por guerras y conspiraciones, por misiones de agente secreto. Se ha convertido a varias cosas varias veces: es una carrera que siempre se puede emprender para vencer provisionalmente la dificultad de ser aunque se sepa que, al final, si la muerte natural no llega a tiempo, siempre se agotarán las capillas a las que convertirse antes que la propia capacidad de conversión. Para este tipo de intelectuales siempre habrá un desencanto más que el número de encantos posibles. Se puede pasar, a lo largo de una vida, de joven militante comunista y agente de la Comintern a conservador británico, de húngaro al servicio de Stalin a inglés al servicio de la Thatcher. Pero un poco más allá de la Thatcher ya no hay nada, y el conservador converso puede llegar a comprender que la Thatcher misma es ya la nada cuando se ha pasado una vida de peripecias y de busca: la busca que hizo Koestler de un cierto culturalismo que pudiera resolverle la dificultad de ser, desde su novelaensayo sobre Espartaco -como mesías, como precristiano, como precomunista-, hasta la de la ley de los grandes números a la que dedicó un gran ensayo; desde los astrónomos que cambiaron el mundo -Los sonámbulos, les llamaba- al yoga, desde el periodismo directo y anecdótico hasta la ciencia abstracta; todo ello con un poco de misticismo (hasta en el materialismo; la dialéctica es un misterio místico no diferente del de la Santísima Trinidad), de adhesión a lo inefable, que ya es un principio de adherirse a la nada. Hasta su misma muerte: un suicidio realizado dentro de las normas de una asociación para ayudar a morir. Como si aún hubiese querido ingresar en un último partido, en una última militancia: aquella que se dedica sólo a morir.Cuando se suicida un intelectual deshabitado, suicida su entorno. Larra mató la época que no le pudo contener; Zwieg suicidó el terrible mundo de 1942, Arthur Koestler suicida el mundo contemporáneo. Ya en 1963 montó un libro, con textos suyos y de otros contemporáneos, que se titulaba ¿Suicidio de una nación? La nación era Inglaterra -la conservadora- y las interrogantes suponían aún una esperanza. Sólo se duda cuando se espera algo. Al principio de ese libro escribía unas palabras: "Se llama Quimera, en la mitología griega, a un monstruo con cabeza de león y cuerpo de cabra, con una cola de serpiente. De una manera general, un animal compuesto". Pero la quimera es una visión, una alucinación, una "creación de la mente tomada como realidad", una "cosa agradable en que se piensa como posible no siéndolo en realidad" (dice la Academia). Arthur Koestler ha perseguido a la Quimera toda su larga vida, y la Quimera le ha devorado a él. Su última Quimera ha sido la de la muerte dulce, la de la muerte elegida, la del suicidio como una libertad posible (según Camus). Era un optimista. El verdadero pesimista sabe bien que ni siquiera en la muerte elegida está el hallazgo del animal compuesto, de la Quimera.

Más información
El escritor Arthur Koestler, que se suicidó en Londres, fue uno de los principales apologistas de la eutanasia
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