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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El difícil viaje de Juan Pablo II

JUAN PABLO II ha emprendido ayer su tercer viaje a Latinoamérica, viaje que todos los comentarios califican como el más arriesgado y el más delicado de los que ha realizado hasta ahora. Quizá se convierta también en el más importante si se cumplen algunas de las esperanzas que en él han depositado amplios sectores del catolicismo americano.Importante, en primer lugar, porque los católicos latinoamericanos constituyen un tercio de los católicos que existen en el mundo. Unido a otros factores de índole histórica, cultural, este dato numérico determina que la Iglesia ha tenido siempre una influencia particular en la historia de ese continente. Llegada con los conquistadores españoles y asociada durante un largo período a las clases más conservadoras, la Iglesia latinoamericana ha tenido siempre cierto dualismo en su seno, una tendencia a ser también "iglesia de los oprimidos", tendencia que podría encontrar en fray Bartolomé de las Casas un punto de arranque español.

En las épocas más recientes, el impacto renovador del Concilio Vaticano II se manifestó con particular claridad en la Conferencia episcopal de Medellín, en 1968, que abrió un espacio al papel profético de la Iglesia al lado de las capas más pobres. Si se tienen en cuenta las novedades que a partir de entonces aparecen en diversos países latinoamericanos, no sólo en la teología, sino en el compromiso práctico, político, de numerosos sacerdotes, el significado del mensaje del Papa Wojtila en la Conferencia episcopal de Puebla -durante su primer viaje a tierras americanas- no ofrece dudas: fue una llamada matizada, cautelosa, a que los sacerdotes se alejasen de actitudes políticas progresistas, a que se limitasen a predicar el Evangelio; en resumen, al descompromiso político del cristianismo.

¿Era eso posible en las condiciones de América Latina, tan diferentes a las de Europa y a otras parte del mundo? Quizá sea precisamente Centroamérica la zona en la que la ambigüedad del mensaje de Puebla se ha puesto en evidencia con mayor fuerza.

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En El Salvador y Guatemala, Juan Pablo II se va a encontrar con dictaduras militares que prolongan situaciones terribles de violencias, torturas, desapariciones, ejecuciones; con sectores muy extensos de la Iglesia que, impulsados a ello por el Evangelio, se colocan activamente al lado de los que sufren la represión y la miseria. No podrá olvidar que monseñor Romero fue asesinado porque preconizaba soluciones de paz y justicia. Las treguas que han decidido las fuerzas guerrilleras en El Salvador y Guatemala tienen un significado evidente.

Concretamente en El Salvador, la Iglesia apoya la propuesta del Frente Democrático Revolucionario de abrir negociaciones para poner fin a la guerra civil. Pero el Gobierno rechaza esa propuesta. Y Reagan se dispone a enviar mayores cantidades de armamento, incluso un mayor número de consejeros militares norteamericanos, para sostener al Gobierno. ¿Cómo influirá lo que diga Juan Pablo II en esa situación? Cuando dentro de la propia Iglesia católica de EE UU crece la oposición a la política de la Administración en Centroamérica, es difícil imaginar que el Papa no hable con claridad en defensa de los derechos humanos, en pro de soluciones de negociación y de paz. Sus palabras podrían ser una contribución para promover una mediación como la que México, Panamá, Colombia y Venezuela propugnan, y en la que podría desempeñar un papel importante el jefe del Gobierno español.

Nicaragua será otra etapa clave del viaje papal. Todo indica que han sido superados ciertos intentos de fomentar tensiones con el Gobierno sandinista; ya no se habla de presiones para exigir las dimisiones de diversos sacerdotes que han sido dirigentes de la lucha contra la dictadura de Somoza y que hoy son ministros. Ante la división de la Iglesia en Nicaragua, la actitud crítica del Papa con respecto a las "comunidades cristianas populares" es conocida. Es lógico, por otro lado, que ciertos aspectos del actual sistema en Nicaragua sean juzgados de forma negativa. Pero ello no tiene por qué impedir que la visita de Juan Pablo II se desarrolle con toda normalidad, con el mismo ceremonial que en otras ocasiones.

Todos los comentarios destacan que los discursos del Papa han sido preparados con el mayor esmero, pesando cada punto y cada coma. Es obligado que en ellos tenga cabida un porcentaje de diplomacia; pero una tendencia a poner en orden a esas iglesias en posiciones tradicionales no favorecería la capacidad profética del Papa, incluso en otros lugares del mundo. Cabe esperar que su viaje tenga un sentido completamente diferente.

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