¿Cambio de dirección o cambio de política.?
La destitución de Federico Sopeña en la dirección del Museo del Prado y el anunciado nombramiento para ocupar dicho cargo de Alfonso E. Pérez Sánchez parece inscribirse en una decidida voluntad oficial de intervención en el complicado y difícil mundo de nuestra primera pinacoteca. Nada hay que objetar, en principio, sino todo lo contrario, respecto a la preocupación demostrada por parte del Ministerio de Cultura hacia la situación de esta institución, que quizá haya sido la que más gravemente ha padecido los efectos de una ausencia completa de tutela oficial o del más lamentable oportunismo. A nadie, sin embargo, se le oculta que los problemas que hoy gravitan sobre el Prado son de fondo y que, como tales, trascienden toda coyuntura personal.Hay que refrescar la memoria, por ejemplo, y recordar que durante estos cinco últimos años se ha cambiado tres veces la dirección del museo; la primera de las cuales se produjo mediante la dimisión espectacular del titular, J. M. Pita Andrade, que se justificó entonces calificando la subida de precio de la entrada y la instalación del Guernica -llevadas a cabo sin previa consulta a la dirección- como las gotas que colman el vaso. Previamente, me consta que se tuvo que realizar un gran esfuerzo para convencer a Pita Andrade para que asumiera la dirección del Prado, donde literalmente se desfondó en pocos años. Tras él llegó Federico Sopeña, gran musicólogo y académico de San Fernando, el cual, en un mandato todavía más breve que el anterior, ya que apenas ha durado un par de años, se dedicó con ilusión a esta noble e ingrata tarea.
Nada hay, por cierto, más escalofriante que la lectura del folleto titulado Pasado, presente y futuro del Museo del Prado, donde el citado Pérez Sánchez trazaba la terrible historia de la pinacoteca y denunciaba la irresponsabilidad sistemática de nuestros políticos del pasado y del presente siglo. En todo caso, en este relato, como en el que antes hizo J. A. Gaya Nuño, quedabla claro, por encima de la acumulación de datos sórdidos, la gravedad de la indefensión jurídica y económica del Prado, sometido continuamente a la instrumentalización demagógica del ministro de turno.
De manera que, con un siglo y medio largo de incuria histórica a las espaldas, estamos obligados ya a exigir en el Prado un cambio de verdad y no un simple baile de directivos. Desde hace unos veinticinco años los ha tenido muy ilustres -Sánchez Cantón, Diego Angulo, Xavier de Salas, Pita Andrade, Federico Sopeña y, ahora, Pérez Sánchez, que conoce bien sus entresijos-, pero precisamente por eso conviene pensar ya en los males de estructura. Si se hace así -esto es, si la nueva dirección recibe por fin los apoyos y medios que antes faltaron-, estoy convencido del éxito; si no, tanto da. Me imagino que en esto mismo debe estar ahora pensando Pérez Sánchez y con él, aunque quizá no sin cierta frustración, los que le han precedido en el cargo.
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