Cataluña, en Glasgow
He tenido que ir a Glasgow (Escocia) para ver en vídeo el programa que hizo la BBC sobre las realidades de España. Los estudiantes escoceses de la Universidad de Strathclyde han visto por la televisión lo que todavía no se dice en Madrid sobre Cataluña. Así, pues, estos estudiantes saben ya cómo se formó la nación catalana y han oído lo que les cuenta Josep Benet en este programa: que Cataluña era un pueblo con sentimiento nacional en la Edad Media. Y que hoy día es un país totalmente distinto del pueblo que ocupa el centro de la Península y que domina la política del Estado español. Claro que los escoceses no son ingleses y pueden comprender perfectamente qué significa sentirse distinto. Pero además en este programa no hay propaganda ni autosatisfacción -lo que los catalanes llamamos cofoisme-, y una profesora de catalán cuenta el grave conflicto lingüístico debido a la irracional inmigración de los que tuvieron que huir de su tierra a consecuencia de la economía franquista. Y saben ya que ésta es una de las peores y más sangrientas herencias del régimen anterior.A raíz del famoso manifiesto de los dos mil y pico intelectuales que surgieron de pronto como setas en Cataluña en defensa de la depauperada lengua castellana, La clave organizó un coloquio en Televisión Española y escogió una de las películas menos representativas de nuestro. conflicto lingüístico; me refiero a Mariona Rebull, un melodrama conservador sobre la naciente burguesía industrial catalana. De este modo quedaban, una vez más, exculpados los que prefieren pensar que la cuestión catalana no es otra cosa que un conflicto social entre burguesía y proletariado.
El ministro de Cultura, Javier Solana, que en espíritu me recuerda la Primavera, de Botticelli, le dijo hace poco a Juan Cruz en EL PAIS que "la descentralización en el hecho cultural hay que llevarla hasta sus últimas consecuencias...". Dejando aparte lo de hecho cultural, que no sé a ciencia cierta qué significa, la verdad es que Solana me parece el primer ministro primaveral que tenemos desde 1932. Pero no sé si entramos en este hecho cultural los que somos distintos. Los que aceptaríamos ser españoles siempre que se nos invitara a almorzar en el comedor y no en la cocina.
No puedo negar cierta perplejidad ante esta campaña de intelectuales brillantes y rigurosos empecinados en reivindicar una nueva españolidad. Ante el próximo gran aniversario del descubrimiento de América surgen multitud de proclamas en favor de la lengua española -como patrimonio universal de todos los castellanohablantes, incluidos los indios peruanos y guatemaltecos, según parece-. Los nuevos gobernantes, inocentes en su pasado histórico, reínventan alegremente el concepto patria. Una patria para todos y que surja del pueblo, alejados ya los momentos distorsionantes del imperio hacia Dios. Comprendo hasta cierto punto esta búsqueda racional de la identidad perdida, pues mientras los catalanes sí sabemos cuál es nuestra identidad -aunque algo maltrecha, la pobre-, los españoles no. En esta ilusión se intuye la vieja fe de encontrarse a sí mismos, esta fe que va desde Blanco White a Machado. Es la patria que va en contra de la España de las esencias, la patria relatada en la lengua que escribieron Max Aub y Sender y hablaron Picasso y Buñuel en el exilio. Es la lengua de un Cernuda, nostálgico y solitario. Y también de un Guillén en su plenitud vital.
Pero en este nuevo concepto de patria, ¿qué pintamos los catalanes, los vascos o los gallegos? La verdad es que no me conmueve demasiado eso de la celebración del descubrimiento de América, y no sé si es sólo porque su majestad Isabel I no permitió que llegaran allí naves catalanas. Lo que me une a un uruguayo exiliado o a un argentino perseguido no es precl samente este sentimiento de nueva españolidad. Ni tampoco me une con García Márquez sus apasionadas reivindicaciones de la cultura española ante el Premio Nobel. Quizá me atraiga su actitud ante la vida, su concepción del mundo, no sé...
Ignoro si en este nuevo concepto de España voy a sentirme por fin integrada. Y no sólo porque hablo y escribo en catalán. Me parece que, hoy día, la mayoría de los nuevos ministros están de acuerdo en que España no es sólo Castilla. Sin embargo, no sé si todavía hoy en Madrid se entiende eso de que España está todavía por hacer, como decía nuestro historiador Bosch i Gimpera, tan exiliado como Alberti y León Felipe. El día en que los estudiantes de Zamora, por ejemplo, conozcan tan bien como los estudiantes de Glasgow la realidad de Cataluña empezaré a creer que algo está cambiando. Que en España tiene tanta importancia lo uno como lo otro, para decirlo en los términos machadianos que tanto le gustan a Alfonso Guerra.
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