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La transvanguardia italiana presenta en Madrid un balance significativo de su aportación estética

Como haciendo gala del carácter polémico que por fama precede a la transvanguardia, una buena parte de las preguntas formuladas por los informadores despertaron el recelo de los protagonistas de la jornada, creándose situaciones de tirantez. Acudieron a Madrid para presentar la muestra el crítico Achille Bonito Oliva, teórico del movimiento, los galeristas Lucio Amelio y Emilio Mazzoli y los pintores Enzo Cucchi, Mimino Paladino y Ernesto Tatafiore, los restantes integrantes de la exposición (Sandro Chia, Francesco Clemente, Nicola de María y Nino Longobardi) justificaron por diversos motivos su ausencia.El inicio del diálogo corrió a cargo de Achille Bonito Oliva, quien hizo una exposición, dentro de su línea de discurso habitual, de las principales características de la transvanguardia. Comenzó refiriéndose a la oportunidad de la exposición de Madrid, que llega a España en un momento de particular efervescencia cultural. Para él, la transvanguardia supone, ante todo, una actitud del artista que, en una situación de crisis cultural, económica, política e ideológica, que pone en cuestión el carácter optimista de la vanguardia tradicional, opta por transformar esa crisis en productividad. A un modelo darwinista, esto es, evolutivo de la historia y, en particular, de los lenguajes artísticos, Bonito Oliva opone el modelo catastrofista, esto es, no lineal. La transvarguardia, nos dijo, recupera serenamente una técnica inactual como la pintura, que no es un lugar reductor sino íntegrador de lenguajes, y practica el eclecticismo como un nomadismo intelectual. Con ella, añadió, surge en Italia, por primera vez desde la época del futurismo, algo capaz de oponerse a la hegemonía americana.

Ante una pregunta que recordaba las acusaciones de regresión que se le suelen hacer a la transvarguardia, definió la actitud de estos artistas como enfrentada al optimismo historicista, pero sin nostalgia ni identificación con el pasado.

Ciertas dudas apuntadas acerca de esa no identificación y de la validez del modelo catastrofista como explicación de la historia, hicieron surgir los primeros signos de tirantez en el diálogo. Esta crecería ante una doble pregunta del crítico Javier Rubio.

Dirigiéndose en concreto a los pintores, les preguntó por su estado de ánimo ante el intenso ritmo de trabajo que parece desprenderse de su actividad en estos últimos tiempos, y por su relación con una única lectura crítica, la de Bonito Oliva. Respecto al ritmo creativo, el galerista Lucio Amelio sacó a colación la figura paradigmática de Picasso, y el pintor Enzo Cucchi invitó al crítico español a no preocuparse por el ritmo de producción sino por el producto.

En un tono más conciliador, Mimmo Paladino aceptó la posibilidad de un ritmo forzado por las circunstancias pero, dentro de unos límites, reivindicó como beneficioso para el artista un cierto estrés productivo, sobre todo si viene provocado por los problemas inherentes a la creación. Refiriéndose al discurso crítico de Bonito Oliva, quien fue definido como un compañero de viaje, consideró que ayuda a arrojar lucidez sobre el trabajo, más compulsivo, del pintor. Respecto al papel jugado por la transvanguardia en la recuperación de un protagonismo europeo frente a la hegemonía americana, resaltaron la poca vocación patriótica de los artistas, en especial en Italia, a diferencia del modelo francés.

Con cierta ironía, el galerista Mazzoli añadió que lo que le había atraído de la transvanguardia era su vigor creativo, que el éxito había venido después y que, más que el mercado americano, le interesaba comer, beber y ocuparse de su galería en Módena.

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