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Reportaje:

1983, el año de los cien centenarios

En 1883 nacía Ortega y Gasset y fallecía Carlos Marx

Hay años auspiciosos en la historia de la humanidad, o quizás, en el lenguaje de la lotería, terminaciones que traen o se llevan del mundo una pedrea notable de nombres ilustres. El año que comienza acarrea un eco de centenarios de los mejor surtidos.En 1883 nacieron dos políticos que provocaron variadas conmociones en el mapa europeo. Benito Mussolini convirtió el fascismo en política; propugnó la intervención de Italia en la I Guerra Mundial, y trató inútilmente de evitar que le metieran en la II; inspiró con su ejemplo, comparativamente mucho más civilizado, al déspota más sanguinario del siglo XX, Adolf Hitler y murió ajusticiado en una carretera cerca de Verona, por la que huía disfrazado con la misma mala fortuna que Luis XVI en Varennes. Más modestamente pero apenas con menor influencia, el líder del laborismo británico, Clement Attlee, incurrió en la osadía de arrebatar las elecciones de 1945 al vencedor de la II Guerra, el conservador Winston Churchili, y en el breve plazo de seis años en que tardaron en volver los tories al poder, transformó la sociedad de las Islas con la creación del Estadoprovidencia, el primer experimento completo en socialdemocracia. Sin su ejemplo el franco-falangismo dificilmente habría implantado la Seguridad Social en España.

Dos fenomenales pensadores de nuestro tiempo se dieron cita para nacer también en el año. El español José Ortega y Gasset y el británico John Maynard Keynes. Hay centenarios que se adelantan o que llegan tarde para exhumar cadáveres que se han descompuesto con la velocidad del olvido. Con Ortega diríase que la operaciónmemoria se beneficia de una puntualidad a la medida. Tras su muerte en 1955, y las tentativas más o menos estériles de rentabilizar sus últimos años, protagonizadas por el pasado régimen, se inició la devastadora moda de olvidar a Ortega, confundiéndolo deliberadamente con una especie de viajante a comisión de las ideas de los demás. El 252 aniversario de su muerte y la atención de figuras internacionales como el mexicano Octavio Paz y de tantos otros que reconocen la deuda impagable contraída con el pensador madrileño, ha rescatado de un relativo purgatorio una obra que sigue siendo la de un maitre a penser para todos los españoles. El segundo es un economista, J. M. Keynes, el hombre que mejor describió, en su obra Las consecuencias económicas de la paz, las deliberaciones sobre el futuro orden europeo en la firma del tratado de Versalles, y que convirtió su nombre en un antes de Cristo y después de Cristo, inevitable para fechar la evolución de la economía mundial, ha pasado recientemente por momentos ba os con la feroz ofensiva del monetarismo en versión Friedinan y sus ejecutores Reagan y Thatcher. Su futuro es todavía incierto, sobre todo a la vista del repliegue en la política económica del socialista Mitterrand y la moderación evangelicardel equipo de Miguel Boyer, pero cuando menos sus más directos hedereros, los laboristas británicos de Michael Foot, siguen creyendo en el poder terapéutico del déficit como correctivo de desigualdades.

La literatura, la pintura y el cine están también magníficamente representados en ese año de gracia de 1883 con los nacimientos de Franz Kafica, el checo que era judío y escribía en alemán, símbolo del expatriado de sí mismo, Maurice Utrillo, el artista francés que se anticipó a media selección de fútbol de su país en tirar de nombre español, y Douglas Fairbanks, padre, el primer galán auténticamente mundial inventado por Hollywood.

La lista de fallecimientos debe detenerse aquel año en dos franceses, el pintor Edouard Manet, y en el ilustrador de tanto volumen en cartonné de otras épocas, Gustave Doré; en el primer nombre de la ópera germánica, Ricardo Wagner; en el novelista ruso Iván Turguenev; y, por encima de todos, en otro judío que, como Kafka, no ejercía, pero que ha dado al siglo XX una nueva religión política: el alemán Carlos Marx. Ya se sabe que cuando el nombre de un insigne extranjero adquiere el privilegio, habitualmente sólo reservado a los reyes, a los papas y a Julio Verne, de ver su nombre traducido a todas las lenguas algo se está cociendo en el ambiente.

Marx falleció el año en que nació Ortega y en más de un sentido puede decirse que los dos jamás llegaron a encontrarse, que pese a que los años formativos del pensador español, variamente adscrito a la generación del 1908 o a la del 14, son los que inmediatamente precedieron al triunfo de la insurrección comunista en lo que luego sería Unión Soviética, el marxismo fue siempre como un saber extraño al autor de España invertebrada, y que éste se confesaba próximo a la incomodidad ante aquel atentado a su liberalismo esencial. De esa falta de comunicación aunque fuera para refutar, entre el español y la herencia del alemán, se ha derivado mucha de la altanería oscurantista de una parte de la juventud de hace quince años, que, sobre todo, en la periferia no supo conllevarse con el nacionalismo un tanto agresivo y un mucho castellano del filósofo.

En lo que hace a las terminaciones, la del 83 tiene un poco de todo como en botica, desde el gran pintor renacentista, Rafael de Urbino, supuestamente nacido en 1483, hasta el mayor revolucionario de la historia de las religiones: Martín Lutero -he aquí otra vez la inquietante fórmula del nombre traducido- el hombre que mejor preparó el terreno para que a la vez fuera inevitable el marxismo y encontrara las más sólidas resistencias en su expansión; que si no inventó el capitalismo, pues es un lugar común que la teoría de Weber sobre las relaciones entre protestantismo y capitalismo de tan sabidas han de pasar a revisión, sí hizo más que nadie para alumbrar el mundo en el que este'último floreciera. Entre uno y otro encontramos un segundo centenario del nacimiento de dos literatos, el norteamericano enamorado de Granada, Washington Irving, autor de una biografia non sancta de los Reyes Católicos, y el novelista francés Stendhal, para el que no pasan los aniversarios; la partida de bautismo en 1583 del holandés Hugo Grotius, presunto fundador del derecho internacional; y la de Renée Antoine de Reamur, científico francés venido al mundo en 1683, confieso que no sé exactamente con qué propósitos.

La lista sería fácilmente interminable si ampliáramos la selección a los que celebran fracciones de centenario, como la primera reina Isabel de la historia de Inglaterra, nacida en 1533; o Simón Bolívar, el español que se sublevó en América, nacido en 1833; el profundamente olvidado, Pedro Antonio de Alarcón, cuyas novelas aún servían de material cinematográfico en el retrofranquismo, nacido en el mismo año que el anterior, y tantos otros como esa multitud de músicos y filósofos alemanes que por su densidad copan todas las fechas del calendario, y de cuya enumeración me excuso. El rito de las conmemoraciones, con toda su carga de fetichismo y entrecruzar de dedos, como quien conjura la memoria por el temor de que esta antigua civilización no recuerde que es la hora de honrar a sus muertos, va a hacer horas extraordinarias en 1983.

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