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Cirugía estética política la democracia cristiana

Los españoles tenemos el vicio (O, en este caso, la virtud) de llegar tarde al proceso de la modernidad seguido por nuestros vecinos europeos. Uno de estos retrasos acaba de realizarse con el triunfo, en las filas de UCD, de la llamada "ideología demócrata-cristiana".Hace ya bastantes años, en pleno fervor franquista, mis amigos de Italia, donde tanto tiempo he vivido, me preguntaban ansiosos si, a la muerte del general, se reproduciría en España el fenómeno demócrata-cristiano. Yo les repondía rotundamente que no. Y adviértase que no digo "partido demócrata-cristiano" sino "fenómeno demócrata-cristiano". Un partido que se apellidara así bien pudiera surgir en el magma desordenado del fraccionamiento de la falsa unidad pretendida por la dictadura. Pero el fenómeno democristiano significa algo más, a saber: que se levantaría con la hegemonía un partido apoyado en la fuerza y raigambre del catolicismo en las masas populares e incluso en las estructuras sociales. El caso italiano se produjo con la mayor naturalidad del mundo: la época de la posguerra supuso una cumbre para el neocatolicismo, cuya testa coronada fue tan ostentosamente representada por un Papa tan exquisito como lo fue Pío XII, el romano príncipe Pacelli.

La democracia cristiana significaba en aquel momento una auténtica restauración de la vieja cristiandad en ruinas: algo parecido a las monarquías absolutas que, tras ver rodar las cabezas reales bajo múltiples instrumentos de suplicio, pudieron restaurarse convirtiéndose en monarquías constitucionales. La democracia cristiana venía a ser una especie de cristiandad constitucional. En Italia el partido de la mayoría pudo contar incondicionalmente con el poder de la Iglesia, que en la vecina península es todavía más fáctico por el hecho de albergar en su seno el Estado Vaticano.

Y vimos cómo desde los púlpitos (que todavía estaban en uso) se predicaba estentóreamente que un buen católico debería votar un partido que fuera a la vez demócrata y cristiano: en el caso contrario, su salvación eterna quedaría gravemente comprometida. Y hasta a veces los confesores ponían a sus penitentes como penitencia el votar "democracia cristiana" (yo mismo fui testigo de este hecho).

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"Corruptio optimi pessima"

Y como todos los refranes tienen razón (sobre todo si están en latín), pasó con la democracia italiana aquello de que la "corrupción del mejor es la peor". Hoy ya no hace falta demostrar el grado de corrupción a que ha llegado el sagrado partido de la mayoría italiana. Los escándalos se suceden unos tras otros. A los lectores italianos no les escandaliza ya que se les diga que el piadoso Giulio Andreotti, varias veces primer ministro de la DC, haya podido ser una pieza principal en el sucio asunto de la logia P-2 y de sus funestas consecuencias en el caso de Calvi, del Banco Ambrosiano e incluso de las mismísimas finanzas vaticanas, tan hábilmente gestionadas por el vaticano jugador de golf Marzinkus, arzobispo americano de origen lituano, asentado en el pivote del microestado Vaticano.Conocer el pueblo italiano no es nada fácil: la primera apariencia es de transparencia y simplicidad. Pero la recámara tiene mucha más profundidad que la de que hacen gala los mismísimos gallegos. En Italia las cosas funcionan por sí mismas. El aparente caos político se resuelve siempre de la manera más insospechada, y ahí tenemos otra vez al viejo zorro Fanfani, que, a pesar de sus vínculos con los tiempos mussolinianos, siempre ha conseguido hacerse el indispensable en las más difíciles épocas de crisis. El onorébole Fanfani tiene lo que los romanos dicen graciosamente una buena faccia tosta (algo así como cara dura, pero con más gracia).

¿Y en España, qué?

En España esta vez hemos llegado tarde a una modernidad en la que maldita sea la necesidad que teníamos de entrar. Quiero decir que aquí no es ya posible la " restauración de la cristiandad", solamente pretendida por algún grupo solitario y aislado del catolicismo que anacrónicamente se encierra en su concha poniendo a sus miembros en cuarentena para que no se contaminen con la sana laicidad que la mayoría de la Iglesia ha aceptado con naturalidad, a veces con entusiasmo y, en algunos -pocos- casos, con resignación.Hay un fenómeno que ya no tiene marcha atrás: la dispersión política de los católicos, que se encuentran tanto en la izquierda, en número considerable, como igualmente en la derecha. En Italia, la derecha es de origen anticlerical, pero aquí sueña con una imposible restauración que no les llegará nunca. Quizá esto dé lugar a que se produzcan muchas fugas de católicos de derecha, al ver que escasea el agua bendita para sus viejas y sólidas instalaciones sociales, económicas y políticas.

En Italia, la democracia cristiana llegó a punto y pudo realizar la virguería de la restauración de la cristiandad. Sin embargo, el éxito no ha sido total ni permanente: basta con leer la obra de la hija de Gásperi -De Gásperi, hombre solo- para averiguar cómo desde el principio la unión Iglesia y Estado era muy precaria en aquel país.

Por eso el resurgimiento de un partido que se autoproclama de ideología democristiana, a estas alturas, da la impresión de eso que por acá en Andalucía la gente del pueblo llama "la mejoría de la muerte". Y es que el fenómeno democristiano sólo es posible cuando la Iglesia, compacta y unida y dotada de un poder fáctico, fiche por la opción política del partido que pretende honrarse llevando indebidamente un apellido que nunca debería ponerse a una institución política, por mucha agua bendita que chorreara.

¡Buena paradoja: adelantar a Europa por haber llegado tarde a una cita de hace cuarenta años!

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