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Los huertos urbanos, un ejemplo de economía subterranea

La nostalgia del campo del morador de la moderna ciudad le ha llevado a ordenar pequeños huertos junto a la vía del tren, el arcén de la autopista o el abandonado cauce del río. El paro ha obligado a numerosas personas a sacar alimentos de las piedras y sustituir la compra en el mercado por el abastecimiento por medio de un huerto propicio. El ocio busca nuevas formas de comportamiento, y el trabajador que sale a media tarde de la fábrica abandona la ronda de bares y su deambular callejero por el reencuentro con la tierra que le permiten los administradores del municipio. Los huertos urbanos, en definitiva, se han convertido en el reverso de las ciudades españolas, donde los residuos orgánicos se llaman abono y las aguas inmundas, agua de riego de ricas hortalizas.

Las ciudades conquistaron espacio al ámbito rural de los campesinos.

La industrialización obligó a emigrar a muchos de ellos y enterrar su trabajo con la tierra en aras de adquirir destreza en la manipulación de un torno, por ser esto último mucho más rentable económicamente.

Ahora los agricultores le devuelven la pelota a la ciudad y tratan de retornar a sus orígenes sin mudar sus viviendas.

En la misma ciudad donde habitan conquistan un pequeño espacio de terreno de nadie y, con su esfuerzo diario, extienden un tramado de la llamada economía subterránea de cultivo y consumo de hortalizas, frutales, productos de huerta en definitiva, que ahoga los edificios urbanos con este cinturón de vergeles espontáneos y que ofrece alternativas a la economía de mercado. Son fórmulas imaginativas de supervivencia.

Tierra de nadie

Sorprenderá el descubrimiento de parcelas de libre ocupación en ciudades modernas, como Valencia o Barcelona, cuando la especulación del suelo limita cualquier expansión de las urbes españolas. Sin embargo, así es.En Valencia, en Barcelona, en otras diversas ciudades, numerosas personas cuidan espontáneamente pequeños huertos urbanos situados junto a trazados de vías ferroviarias o carreteras.

La presencia de estos hortelanos por horas es cada día más abundante en los actuales momentos de recesión económica y angustioso paro. Como un auténtico cinturón verde, los huertos urbanos se extienden en zonas de terreno, presuntamente tierra de nadie, con el consentimiento tácito de los diversos responsables municipales y la vista gorda de los propietarios legales de los terrenos.

Rafael Gutiérrez, de 45 años, sepulturero de ocupación, realiza todos los días en Valencia un permanente viaje entre la vida y la muerte.

Después de trabajar por la mañana con los cadáveres que genera la ciudad en el cementerio municipal de Valencia, regresa a su casa y a media tarde acude a su pequeño huerto urbano, que se encuentra junto a la avenida de Baleares, a escasa distanclia del viejo cauce del río Turia.

Animado por unos vecinos optó hace meses, cuando se encontraba parado, por volver a trabajar la tierra. Desde que emigró de Badajoz a Valencia no había tocado la azada.

Los muertos quedan allí en el cementerio. Cada tarde cuida primorosamente la tierra para hacer nacer preciosas hortalizas, que aligeran la economía familiar de la cesta de la compra.

De lo que la ciudad rechaza: aguas residuales, muebles viejos solares llenos de escombros, ha realizado en pocos meses un productivo huerto, que puede dar si se lo propone cuatro cosechas anuales.

Válvula de escape

"Para mí este huerto es una válvula de escape", comenta al periodista. "Comencé cuando me quedé sin trabajo. Conozco a uno que también cultiva su huerto aquí al lado.El me animó. Un día vine y comencé a cavar la tierra. Saqué los primeros tomates, las primeras lechugas, y como nadie me decía nada cogí unos tableros de la fábrica, que habían tirado, y vallé el huerto.

No hacemos mal a nadie y aprovechamos una tierra abandonada. Yo sé que igual un día me levanto y me encuentro con una máquina que arrasa mi huerto. No me importa.

Mientras tanto he trabajado y me he distraído". Gutiérrez toma el agua de una acequia que abastece al propietario de una alquería próxima. Tiene un acuerdo no firmado con éste.

No se considera propietario de su parcela -"la he vallado para que no entren las ovejas que pastan todas las tardes", dice-, pero reclama al menos respeto a su trabajo. "A veces, han entrado jóvenes en los huertos y los han destruido, para nada. Si al menos cogieran un pepino y se lo comieran. Esto es como si estuviera uno de paso", añade.

Rescatar la basura

Como el sepulturero Gutiérrez, en la ciudad de Valencia hay hortelanos repartidos por muchas barriadas. Los principales puntos donde se concentran se sitúan junto a la Universidad Politécnica y la autopista de Barcelona, en el viejo cauce del río Turia, en Campanar, junto a la autopista del Rincón de Ademuz, en las inmediaciones del estadio de fútbol y antigua estación ferroviaria de Aragón, en la zona industrial situada entre la avenida del Puerto y el viejo cauce. Todos estos espacios tienen un denominador común. Pertenecen a grandes empresas: Renfe o el Ayuntamiento, que consideran en desuso estos terrenos limítrofes y desconocen todavía su utilización futura.Lo que tira la ciudad, lo que tira incluso la propia familia del hortelano urbano encuentra un uso adecuado en estos huertos, que rescatan la basura antes de su definitiva extinción.

Un recorrido por estos huertos deja estupefacto al visitante por la endeblez de su estructura externa

Espacios de escasos metros cuadrados, tres por tres metros como media, aparecen acotados por vallas realizadas con puertas de derribo, somieres y cabezales de cama, maderas de todo ancho y grosor, que levantan muros de es casa altura, poco grosor y de apariencia raquítica. Los débiles cerrojos y candados que cierran su puertas podrían saltar con el más leve tirón y dejar abierto el espacio en dónde se realizan estos imaginativos ensayos de economía su mergida.

Todo en ellos denota provisionalidad, estar de paso. Pero esta inseguridad no impide, sin embargo, que el hortelano dedique es fuerzo e imaginación por tener la tierra perfectamente cultivada y las herramientas de trabajo ordenadas en un desvencijado baúl cubierto por los restos de una vieja alfombra del comedor.

Desaparecen cualquier día

Rafael era plenamente consciente de esta provisionalidad cuando le recriminó a su mujer por la compra de recipientes de cristal para conservar los sesenta kilos de tomates recogidos en el huerto. "¿Para qué te has gastado 3.000 pesetas en El Corte Inglés comprando botes, si igual mañana voy al huerto y ha desaparecido?", comentó a su esposa cuando a ésta se le abrieron los ojos al contemplar los buenos resultados de esta tierra de nadie. La mujer, cautivada por las hortalizas, había proyectado una artesanal industria de conservas y empezado a vaciar los armarios de ropa para situar los recipientes.El hortelano no tiene ninguna licencia. El municipio ignora oficialmente la existencia de estos huertos que, sin embargo, ahí están. De todos modos, reconoce algunos derechos a los que los ocupan.

En Valencia, el Ayuntamiento accedió a pagar unos pocos miles de pesetas a los ocupantes de doce huertos urbanos que se llevó la excavadora por delante cuando abrió la avenida de Aragón, junto al estadio Luis Casanova, para realizar las obras de infraestructura del pasado Mundial de Fútbol. Estos cultivaban parcelas en una antigua estación ferroviaria.

Un arquitecto municipal asegura que "el Ayuntamiento sólo se plantea este tema si se topa con los huertos urbanos al hacer un planeamiento urbanístico".

Los hortelanos no están censados, aunque en los pasillos municipales no hay inconveniente por reconocer la pérdida de su cosecha mediante un dinero a modo de indemnización cuando esa tierra va a ser utilizada y se reclama del agricultor nostálgico un rápido abandono.

Aunque también hay ayuntamientos, como el de Alicante, que tiene previsto comprar zona verde en la ciudad para, una parte, parcelarla y alquilarla a bajo precio a quien quiera tener su huerto urbano.

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