AIberti
Yo le vi por primera vez en la campiña italiana, hace más de diez años. Unos amigos le celaban como tesoro barroco y otros le mostraban como verdad revelada.El, por encima de unos y otros, era el hombre que volvía de la compra con dos capachos cargadísimos y los tacones un poco ladeados.
Quevedo haciendo el mercado. Rafael Alberti. Se conjetura de excesiva luz en el Puerto, adolescente, y se viene a Madrid, a vivir de casa de huéspedes en el Museo del Prado. Por el Museo, cuando se vive allí de huésped, vuelan ángeles del Greco, del Giotto, ángeles renacentistas, primitivos y barrocos. Bajo los ángeles, sobre los ángeles. En el verano italiano y campesino me dijo una verdad muy española:
- El barroquismo de Góngora y Quevedo es la profundidad hacia afuera.
De eso había querido siempre vivir uno, de la profundidad hacia afuera (que sólo los muy exteriores llaman "exterioridad"), y he aquí que el maestro lo definía de golpe. La vuelta al mundo en ochenta años. Ochenta vueltas al mundo en un año. Alberti es que no para Ahora se le hace un homenaje en Madrid. Un homenaje debido. Como debérsele, se le debe todo en ese punto de arco, delicado y dificil, que sustancIalmente es el 27, toda la generación: el entrecruce clasicismo / surrealismo. Lorca Gerardo, Alberti. Todos echan sobre los cafés madrileños de Recoletos su tesorería conceptista, gongorina, renacentista, y la intercambian, en chamarilería de iluminados, con la aventura y la vanguardias.
Sólo los genios -Alberti-aciertan con la síntesis, la alquimia, la piedra u oro verde de la nueva poesía, el futuro del siglo puesto a orear en el pasado. A la pintura. Sermones y moradas. El alba del alhelí. Marinero en tierra Marinero en Madrid, no ha perdí do en ochenta años ese algo de elegante gandulón genial de clase me día que no se sabía si iba a hacer carrera. Deshecha su familia por las eficacias negras del vino mal vendido, avinagrado de usuras sólo le quedan la pintura y la poesía. Marinero en tierra, en aire, en cielo. Marinero en Madrid, en París, en Moscú, en Buenos Aires, en Roma, en Antícoli. La guerra, el comunismo, la revolución. Estandarte de sí mismo, lo ha abanderado todo, por el progreso, en más de medio siglo, en más de medio mundo. No confundir con bardos extranjeros de edad y de melena, guitarreros, cebados de opio burgués y vacíos de mensaje. En Alberti se incorpora todo el Siglo de Oro para vivir en un soneto (en un soneto suyo, de Rafael), y detrás le siguen los harapientos de las van guardias y detrás, aún, el lumpen revolucionario de varias Américas y Europas. Me lo dijo también, una vez:
- Yo he ido pasando, con el tiempo, de Góngora a Quevedo.
Claro. De lo conceptual esteticista a lo existencial común y popular. Quevedo, cortesano, es hospedaje involuntario de las huestes pre / proletariales de la miseria, en sus germanias. Así le veo siempre a Alberti, tan interiormente solo por Madrid: cortejado y cortesanado de clásicos, marxistas, actrices, poetas nuevos, andaluces nada lozanos y algún revoluciona río. España le debería -España y el mundo- varios premios funda mentales, convencionales, si él no hubiera orinado previamente contra todas las traseras oficiales, en la madrugada del marginal, el genio, el poeta. Lo que de chicos, con perdón llamábamos "una meada olímpica".
En estos días hay una movida importante, madrileña, en torno de Rafael Alberti, en sus ochenta años juveniles. Poetas dificultosos, temulentos catedráticos, tiemblan cerca y lejos, ante la facilidad pi cassiana (lo digo porque fue su amigo) del hombre que ha metido Siglo de Oro, 27 y Marx en un so neto. No ha ido a más viejo, sino a más ángel.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.