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Justicia a la italiana

Italia es una democracia, y nadie puede pretender que yo haya dicho lo contrario, como se leyó en la Prensa italiana en 1977, cuando me adherí a una protesta de intelectuales franceses contra la represión que empezaba a ejercerse por entonces sobre la izquierda extraparlamentaria, los operaístas, el movimiento de Bolonia, etcétera. Italia es, pues, una democracia, pero su justicia se ha descarriado de unos años a esta parte, saliéndose de los principios de derecho y de una práctica de independencia efectiva de la magistratura. Como en ningún otro país de Europa occidental, está manipulada por los partidos políticos y, aunque de forma más indirecta, por los medios de comunicación.Con el pretexto de la lucha antiterrorista, miles de personas han sido encarceladas en Italia por razones políticas. Al parecer, más de 4.000 se hallan actualmente en estas condiciones, muchas de ellas sometidas a un régimen especial particularmente severo *.Es de destacar que una considerable proporción de estas personas siguen sin ser juzgadas después de varios años de cárcel. El día 22 de mayo de 1982, el Parlamento italiano votó una ley llamada de los arrepentidos, por la que se confiere un estatuto legal a las negociaciones entre policías y delatores. "Si nos dices quiénes son tus cómplices, olvidaremos tus crímenes y te devolveremos toda o parte de tu libertad, en proporción a lo que confieses". Sobre esta base, un tal señor Fioroni, que tiene sobre su conciencia el secuestro y la muerte de uno de sus amigos, ha estimado oportuno convertirse en uno de los principales acusadores de Toni Negri y sus coinculpados. En prueba de agradecimiento por sus confesiones y mentiras, la Digos (policía especial italiana) le ha ofrecido algunas sesiones de cirugía estética y le ha autorizado a esconderse quién sabe dónde... ¡Tanto mejor para él! Pero este sistema presenta un inconveniente: el caballero en cuestión ha sido pura y simplemente retirado de la circulación judicial y no podrá ser confrontado en el juicio con aquellos a quienes ha acusado. Como puede apreciarse, la calidad de la prueba tiene aquí bastante menos importancia que la cantidad de ofrendas hechas al Baal policiaco judicial y de los medios de comunicación (dicho sea de paso, en Francia tampoco están exentos de este tipo de perversión judicial, como nos lo está demostrando de manera espectacular el asunto del Coral). Estas prácticas nos retrotraen a las tradiciones más arcaicas de una justicia que tenía por misión principal fomentar encarnaciones conjuratorias de la culpabilidad y no se preocupaba lo más mínimo de garantizar la presunción de inocencia de quienes eran llevados a su presencia.

Pero volvamos al ejemplo de Toni Negri y sus amigos. Como es sabido, hace ya mucho tiempo que han sido exonerados de cualquier cargo relativo al secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro. ¡Qué más da! Ello no ha sido óbice para que se haya pretendido imponerles el mismo tribunal y el mismo jurado que se ocupó del asunto Moro, intentando de esta forma cubrirlos con el mismo halo de oprobio que rodea a las Brigadas Rojas. La maniobra ha fracasado, pero lo cierto es que, como consecuencia de ello, su proceso ha sufrido nuevos retrasos. Se habla ya ahora del próximo mes de febrero, con lo que nos acercamos al cuarto aniversario de su detención preventiva, y tampoco es seguro, ni mucho menos, que el citado tribunal esté libre por entonces.

En las bases de la acusación, que se han renovado en el transcurso del tiempo, al capricho de los magistrados de instrucción y en función de su necesidad de dar consistencia al sumario, nos encontramos con una constante, un tenor, como se decía en la Edad Media a propósito del canto llano: Toni Negri y sus amigos habrían sido los instigadores de una "insurrección armada contra el Estado". ¿Qué día y dónde? ¡Nadie lo sabe! Extraño suceso, en verdad, que ningún historiador de Italia sabrá nunca precisar ni fechar y que parece flotar sobre toda la década de los setenta.

Podría objetarse quizá que ha existido y sigue existiendo una ola de terrorismo en Italia, por lo que en estas circunstancias no cabe reparar demasiado en los medios utilizados. Este argumento evoca ya de por sí uno de los axiomas básicos de los sistemas totalitarios, a saber, que todo es válido para destruir al adversario. En este caso, sin embargo, nos conduce a lo que quizá se reconozca algún día como una de las mayores imposturas de la historia contemporánea. Porque, evidentemente, no pueden olvidarse los verdaderos orígenes de todo el asunto. ¿Por qué razones, a partir del 7 de abril de 1979, millares de jóvenes italianos, que no tenían nada que ver con las Brigadas Rojas ni con otros grupos terroristas caracterizados, se han visto acusados, encarcelados u obligados a huir al extranjero? Porque representaban una molestia a la izquierda del Partido Comunista Italiano. Porque la Democracia Cristiana se los ha regalado. Porque los medios de comunicación y la magistratura italiana se han prestado a todo tipo de amalgamas entre los movimientos autónomos y el terrorismo. El resultado de este vergonzoso trato ha sido que toda una parte del terreno social, nacida del mayo rastrero italiano, ha quedado políticamente abandonada a las peores aberraciones de los grupúsculos terroristas. No debemos olvidar que Toni Negri, en particular, no ha dejado de combatir el síntoma terrorista porque considera que conducirá ineluctablemente a una degeneración de las nuevas formas de lucha social. ¿Sabe acaso todo el mundo que esa postura le ha valido el ser condenado a muerte por las Brigadas Rojas?

El PCI se ha situado deliberadamente a contracorriente de la inmensa aspiración al cambio que ha conocido Italia en los últimos años. Lo más probable es que tenga que pagar bastante caros, desde el punto de vista electoral, sus compromisos históricos con la Democracia Cristiana. Hoy en día, los socialistas italianos desearían que se olvidara su pasado -dudoso en muchos sentidos- para convertirse en los portadores de la antorcha rosa que se está afirmando en todo el Sur de Europa. ¿Lo conseguirán? Quizá las probables elecciones legislativas anticipadas puedan dar respuesta a esta pregunta. Lo que parece indudable es que sus propuestas -si es que llegan a formularlas- para encontrar una solución justa y humana a la existencia de miles de presos políticos en Italia van a tener un peso considerable. Toda una generación políticamente marginada está pendiente de su actitud. Sin duda, cuando el fenómeno terrorista haya desaparecido, habrá que conceder algún día una amnistía general. Mientras tanto, urge la liberación de todos aquellos sobre los que pesa la mítica acusación de insurrección armada contra el Estado, a los que sólo cabe imputar escritos o hechos constitutivos de prácticas ilegales o incluso de violencias que, en suma, fueron banales en la Europa de los años posteriores al 68. Toda una generación debe poder volver políticamente a la luz del día en Italia, y no sobre las bases vergonzosas de una especie de arrepentimiento, sino bajo la perspectiva del desarrollo de nuevas formas de emancipación social.

* En Voguera, por ejemplo, cincuenta mujeres se encuentran totalmente incomunicadas, encerradas veintitrés de las veinticuatro horas del día en minúsculas celdas individuales, sin ventanas al exterior, sin ningún contacto humano, vestidas como presidiarias, con prohibición de escribir y derecho restringido a la lectura. Félix Guattari es analista, autor, junto a Gilles Deleuze, de El Antiedipo y Mille Plateaux, entre otras obras.

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