Melodrama
La enemiga fue un gran melodrama en una época de grandes melodramas. El italiano Darío Niccodemi lo estrenó en 1916; situó su acción en Francia, porque parecía la tierra destinada a los melodramas. Había allí una alta burguesía, una aristocracia, a la que parecían preocupar especialmente los problemas de pureza de nacimiento, reparto justo o injusto de títulos y fortunas, línea de sangre y otras cosas. Aun en la retrasadísima España, Galdós había planteado problemas de linaje y nacimiento adulterino en 1904 con El abuelo y con una solución abierta y humana: pero El abuelo era gran teatro, y La enemiga fue teatro menor.Había todavía una clase de público que se había formado nada menos que con los griegos, en cuya expectación estaba ver los debates, los sufrimientos, las normas estrictas en forma de destino, de "los superiores", de "los grandes". Lo vio una vez más en La enemiga. Pero veía también algo más que el problema de la duquesa de Niévres y sus herederos: veía ciertas pasiones eternas, como el dolor de un hijo no querido, por su madre, la venganza de los plebeyos sin acceso a la grandeza, las intrigas amorosas... Y La enemiga fue una de las obras más representadas en este siglo, en todas las capitales y por las mejores actrices. Está en el cuadro sintomático de nuestra situación teatral que vuelva La enemiga. De ella ha hecho una versión con buen idioma Rodríguez Buded.
La enemiga, de Dario Niccodemi
Intérpretes: Antonio Vico, Carmen Varela, José Albiach, Luisa Rodrigo, Manuel Díaz, Alfonso Goda, Carmen Roldán, Pepe Lara, Mary Carrillo, Ramón Durán. Versión de Ricardo Rodpíguez Buded. Escenografía de Emilio Burgos. Dirección de Ricardo Lucía. Estreno, teatro Lara. Madrid. 24 de noviembre de 1982.
En todo lo que se ve, se trata de reproducir el melodrama de gesto ampuloso y palabra enfática, a veces cortante y distante, a veces conmovida. No es necesario decir que todo ello es antiguo: es antiguo, porque La enemiga no es algo que se pueda representar a la manera moderna, si es que hay una manera moderna de interpretar. Lo que sí se ve es que la sabiduría del autor para construir sus actos, mover sus personajes, preparar y desanudar escenas sigue siendo una muestra de teatro bien hecho.
Queda con esas palabras descrita más o menos la interpretación, que si resulta más adecuada en personajes relativamente secundarios, como Luisa Rodrigo y Alfonso Goda, es porque todavía ellos han alcanzado la época de la alta comedia y la hacen con la naturalidad teatral que requería; Mary Carrillo sostiene sus personajes con un oficio que nunca le ha faltado, y los demás cumplen sus papeles con la aproximación posible a las normas del género. En el estreno hubo muchos aplausos, reforzados en la presencia de Mary Carrillo y de Luisa Rodrigo.
Babelia
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