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Brassens y la cofradía de los desconocidos

Es una extensa cofradía de anónimos. Están repartidos por todos los confines, pero que nadie piense mal: no tienen nada de mafiosos. Es difícil que los otros puedan comprendernos; tampoco hacemos nada por intentarlo. Entre nosotros no hay organización, ni carnés, ni regla alguna. Apenas unos pocos conocen a otros cuantos, pero intuimos el potencial esparcido por el mundo.Resulta casi mágico cuando, sin esperarlo, en el lugar menos idóneo, por pura casualidad, descubres a un cofrade. Porque siempre se trata de un descubrimiento. Entonces compruebas esa patria sin fronteras, ambigua y especial, que ni siquiera os une. No hace falta emplear muchas palabras; basta un emocionado "¿pero tú también ... ?" Así podéis empezar a hablar de lo que esto significa para cada uno, de cómo cada cual lo vive y lo siente. Debajo de cualquier capa puede esconderse un hermano. Podéis desgranar vuestros recuerdos y experiencias hasta la madrugada. Pero también puede ocurrir que se instale entre vosotros una especie de pudor que impida pronunciar ni una sola palabra en voz alta. Lo calláis todo -sabiendo que los dos sabéis- con una mezcla de amor propio e impotencia, como si sobre eso no se pudieran decir ya más que banalidades.

Las personas más inesperadas pueden formar parte de esta cofradía. Yo tengo en ella amigos tan dispares como el cantante Joaquín Sabina, el crítico José Luis Guarner o el banquero Emilio Gilolmo. Pero ¿es posible que un banquero pueda formar parte de algo tan antieconómico? Pues sí, la emoción parece ser un arma misteriosa, y sus registros, insondables.

La cofradía de la libertad

Esta es la cofradía de la libertad. Nada nos ata, nada nos liga. Nada se pide, no hay nada que dar. Iremos muriendo uno traso tro sin enterarnos de que existían los demás, como él mismo murió ignorándonos, quizá -como escribió- s'étendit sans rien dire, pour ne pas deranger les gens... Y si hubiera sabido de nosotros habría muerto igual, ignorándonos. Y hacía muy bien. No quiso ser tratado como maestro, ni nosotros nos sentíamos discípulos dispuestos a repartirnos sus despojos. Por nada del mundo hubiera aceptado títulos semejantes, y menos aún el de doctrinario (vade retro!) No nos enseñó doctrina alguna ni sistema.

¿Qué era, pues, para nosotros? No es fácil saberlo. Cada cual debe haberle sentido de manera diferente. Puede que no sea ni más ni menos que una parte de nuestra vida. Tres notas de guitarra, un verso en su voz de caimán y volvemos a revivirnos tal como no éramos, en un esfuerzo tan absolutamente emocionante como estéril y peligroso, dada la proximidad del abismo.

No le invocamos; viene solo, cuando menos se espera. Reconozco que cada vez me cuesta más escuchar sus canciones -esos ejercicios de reencarnación- a medida que uno se aleja de aquella edad en que su canto era un presente. Echar la vista atrás y encontrarse con el escalofriante verso de Aragón: "Le temps d'apprendre á vivre, il est déjá trop tard". O el reconocimiento postrero de Octavio Paz: "Que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde". Por eso ahora comienza a resultar doloroso resolver esas músicas, no porque él haya muerto, sino porque sin querer suplantamos al pauvre Martin, pauvre misère.

En el fondo, ¿cómo no reconocer que su ayuda ue decisiva para grabar en nosotros el sentimiento de la libertad, lo único que está por encima de todo?

Tradición libertaria

No se trata de hacer aquí un panegírico, pero sí de decir que este hombre se ciscó en todo menos en la libertad de la tradición libertaria, fuera de toda sospecha, en la paz y en la amistad. Se declaró voyou, pornógrafo, antimilitarista, libertino, antibelicista, agnóstico radical. Cargó contra los buenos sentimientos, las buenas oraciones, el buen orden burgués, la historia de manual, la mitología, las grandes ideas, los grandes del mundo y las ceremonias. ¿Qué quedaba, pues? Quedaban los pequeños, la libertad, los débiles, les copains dabord, el placer, los gatos, la libertad, la vida cotidiana, el humor, el amor, el vino, la libertad.

Fustigó, escandalizó, provocó, subvirtió. La hipocresía se dio por aludida desde el primer momento. Introdujo la inmoralidad, la impudicia a modo de vacuna. Bajo esa capa de come-burgueses se escondía un tipo inocente, púdico, solitario, un gran poeta que veía las cosas en versión original.

Cuando murió, un cierto recato me impidió escribir sobre él, y ahora me arrepiento de estarlo haciendo. Pero uno no puede andar siempre a la defensiva y resulta cuando menos curioso pensar que, en este momento, cualquiera (un cantante, un crítico, un banquero) puede estar tarareando lo mismo que yo en cualquier otro lugar del planeta.

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