El Papa llega hoy a Sicilia, mientras el cardenal Pappalardo critica a la Prensa
Juan Pablo II llega hoy a la isla de Sicilia. Es la primera vez que, en la era moderna, un Papa aterriza en esta tierra, tristemente conocida en el mundo por una palabra que aquí es mágica, impronunciable, como si tuviera veneno: Mafia.
El cardenal de Palermo, Salvatore Pappalardo, pronunció esta palabra, con no poca dificultad, sólo después de un cuarto de hora de conferencia de Prensa empleado en arremeter contra la Prensa porque ésta, dijo, había enfocado la atención del viaje del Papa a Sicilia "sobre estos hechos tristes, que ciertamente no aprobamos, pero que no son la realidad más importante de este país"."¿Es que ha echado marcha atrás, señor cardenal?", le preguntó el enviado de un diario comunista, recordando su explosiva homilía de septiembre el día del funeral del asesinado general Carlo Alberto dalla Chiesa, en la que el cardenal condenó a la Mafia y sus connivencias como nunca lo había hecho la Iglesia de Sicilia.
"Atrás no se vuelve", respondió, "pero es indigno que la Prensa hable sólo de Mafia cuando escribe de Sicilia, y no lo haga más bien de sus problemas, de las virtudes de esta gente heroica, de sus exigencias de resurgir de un pasado doloroso".
¿Por qué no irá el Papa a visitar alguno de los barrios pobres de Palermo? "Por motivos de seguridad". ¿Es que los pobres son más peligrosos que los ricos? "No se trata de eso. Es que hubiesen sido necesarios kilómetros de vallas para proteger al Papa de la gente, y ya se han preparado varios kilómetros".
Pappalardo lanzó después una nueva catilinaria contra los periodistas: "Alzo aquí", dijo, "mi voz de protesta contrá la Prensa y los medios de comunicación que recogen sólo dos frases de mis sermones en los que denuncio a la Mafia y omiten todo lo demás".
¿Por qué la Iglesia no hace su autocrítica de los últimos treinta años de connivencia con los poderes que protegen a la Mafia?, insistió el enviado de Il Messagero. "La Iglesia", respondió, "es la única institución que cada mañana, durante la misa, hace el acto penitencial acusando sus pecados y pide perdón por ellos". Y añadió: "Pero lo importante no es sólo acusarse y pedir perdón, sino arrepentirse y enmendarse".
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