La empresa pública española
Formular una propuesta para la empresa pública en España exige atravesar un tupido tejido en el que se superponen y entremezclan su propia y difícil historia, las dispares experiencias de otros países -lejanas algunas, próximas en el espacio y en el tiempo, otras-; finalmente, una literatura rica en análisis, no exenta de propuestas, siempre bañada en valoraciones.Sería muy conveniente que este conjunto de planos sirviera para enriquecer la reflexión específica no para inhibirla o incluso para lle gar a agostarla, porque de lo que se trata es de descubrir y de expre sar de manera operativa la función concreta que se quiere que desempeñe la empresa pública en España y a eso el Gobierno no va a en contrar respuesta directa ni en la literatura, ni en experiencias vividas en contextos diferentes.
Para enfocar esta problemática hay que tomar en cuenta el carácter de los agentes sociales impul sores de nuestro proceso económico: un capital intemo, en general acostumbrado al proteccionismo -a la vez que tributario del exterior en patrón de consumo y tecnología-; unos grandes complejos industriales que, salvo excepciones, no han conseguido desarrollar una verdadera capacidad competitiva frente a sus rivales externos; un capital extranjero fuertemente implantado, directa e indirectamente, en nuestra estructura productíva.
En esta situación, tiende a acentuarse el desfase entre energías disponibles en el cuerpo social y capacidad de utilizarlas por quienes detentan los resortes del empleo y la acumulación, de forma que una salida sobre bases sólidas a la crisis económica necesita introducir elementos de racionalidad que no pueden vehicular en exclusiva la burguesía interior y las empresas extranjeras. Para que el cambio que se inicia llegue a tener continuidad es necesario que la empresa pública, superando su malformación histórica, se convierta en un factor consciente y dinámico de transformación.
Quede clara constancia de que sin una estrategia económica e industrial global, formulada con claridad en sus líneas rectoras y respaldada por una acción coherente de Gobierno, no puede cobrar verdadero sentido la función de la empresa pública en España. En todo caso, conviene atraer la atención sobre dos aspectos de especial relieve en el contexto de la crisis económica intemacional y de las corrientes profundas que la subyacen. Me refiero a la necesidad de mejorar la integración del tejido productivo intemo y al replanteamiento a medio y largo plazo del tipo de inserción de España en el sistema económico internacional, cuestiones ambas que remiten a la política de investigación y desarrollo, así como a las relaciones con la inversión extranjera, entre otras; temas a menudo aludidos y encubiertos con vagas referencias a una ineluctable y supuestamente objetiva internacionalización del capital.
Hacer de la empresa pública un mecanismo bien ajustado, capaz de alcanzar los objetivos que se le fijen con eficacia y competitividad no sólo no debe considerarse una utopía, sino que es el desafío que está obligado a afrontar -y a resolver positivamente- el nuevo Gobierno socialista si no quiere fracasar en una problemática de futuro e importancia insoslayables.
Casos de actuación
Sin embargo, como suele suceder en los campos en que se combinan formulaciones políticas y gestión empresarial, las dificultades tienen verdadera entidad y los campos sobre los que hay que actuar son múltiples. Los siguientes pasos parecen, en cualquier caso, necesarios:
- Separar el ámbito.de los servicios públicos de los que no tienen este carácter.
- Dar un tratamiento separado a las situaciones que, conforme a la lógica del sistema, resultarían inviables sin la intervención del Estado, acotándolas y sometiéndolas a políticas caracterizadas por la cuantificación, la transparencia y la temporalidad, sin por ello crear un espacio separado para procesos de reconversión alejado de¡ resto del aparato productivo, en relación con el cual tienen que reconvertirse.
- Establecer y asentar, cuando ya los hubiere, mecanismos modemos de planificación y gestión, a nivel de empresas, de holdings públicos y en las relaciones con los correspondientes departamentos gubemamentales.
- Formar equipos humanos, caracterizados no sólo por la profesionalidad y la competencia, sino también por la comprensión de la función que se pretende de la empresa pública y por la honesta asunción de sus objetivos, canalizando la expectativa abierta en la sociedad, a la que no tienen por qué ser ajenos nuestros mejores profesionales.
- Buscar la colaboración y la complementariedad con otras empresas e instituciones (universidad, centros de investigación, etcétera) a través de cauces ágiles y de fácil acceso.
- Instaurar una actitud realista, abierta e imaginativa en las relaciones sociales en el seno de las empresas, sin que el conocimiento de su carácter esencialmente contradictorio impida la búsqueda de vías exploratorias de cambio, por limitadas que sean.
- Compatibilizar la eficacia de la gestión pública con la profundidad y el rigor del control, que deben ejercer desde los máximos órganos de representación popular a los más específicamente técnicos, previstos en el ordenamiento.
Un enfoque de la empresa pública de las características expuestas, no vinculado a una política de nacionalizaciones, es lícito que pueda ser considerado inalcanzable por algunos sectores, pero sólo se comprendo que pueda ser objeto de obstrucción o boicó por quienes tienen intereses ocultos que preservar o temen, como consecuencia de sus propios hábitos y carencias, el avance del progreso, la transparencia y el control en la gestión de las empresas públicas.
Un programa de actuación
Al nuevo Gobiemo socialista no se le pueden pedir inmediatas realizaciones en este ámbito, pero, en cambio, sí se le debe exigir que tome público compromiso de presentar en un plazo suficiente, un año, por ejemplo, un diagnóstico de la empresa pública al que se vincule un programa global y fundamentado de medidas y objetivos.
A corto plazo tiene dos claras tareas pendientes. En primer lugar, descubrir, dar confianza y potenciar lo que de sano, indudablemente, existe en la empresa pública, aprendiendo de la experiencia acumulada -aunque sean más las frustraciones que los logros-. En segundo lugar, no cayendo en la tentación de demorar un saneamiento ejemplificador de todo lo que de forma inmediata puede y debe ser corregido, sin ambigüedades, ratificando con hechos frente al país el inicio de una nueva andadura, porque sólo así podrá obtenerse el necesario margen de tiempo, sin generar desesperanza.
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