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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lo que se puede hacer con Lorca

La casa de Bernarda Alba es una obra preexistencialista: los barrotes cruzados del espacio y el tiempo encerrando a unos seres. llenos de vitalidad son característicos de lo que luego sería el huis clos -por antonomasia- del existencialismo. Es también una descripción de la condición femenina en una sociedad cerrada y arcaica; y una denuncia de una forma de autocracia. Simultáneamente, por lo tanto, un énfasis sobre la libertad, sobre la razón de la naturaleza humana, sobre la prevalencia del impulso.

Modernidad soslayada

La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca

Intérperete: grupo Tiempo, de Sevilla: Virtudes Soria, Concha Salazar, Lola Portilla, Sara Fernández, Pablo Miguel Peña, F. del Moral, J. Furest, Aurora Tagua, Dolores Rodríguez, Maribel Moreno, Alejandra del Campo, Carmen García Calderón, Concha Martínez, Diana Peñalver, Trinidad Durán, Lola Hidalgo, Sofía Aguilar, Ninojka. Escenografía y dirección, Ramón Resino. Estreno en Sala Olimpia (Muestra de teatro de compañías estables e independientes del Centro Dramático Nacional). 9 de noviembre.

Nada de esto resulta visible, perceptible o adivinable -si no se conoce previamente- en la versión de Tiempo, de Sevilla. La obra pertenece a una época en la que lo significativo del teatro era el texto y la situación creada por él; y a un autor que era dueño mágico de la palabra. La palabra llega mal en esta versión. Quizá -es una suposición- hay un esfuerzo en las actrices por castellanizar su prosodia: un esfuerzo inútil, porque en nada hubiera molestado la belleza de la dicción andaluza en esta obra. Les priva, en cambio, de libertad al hablar.El director, en este aspecto de la interpretación, parece haber soslayado toda la modernidad que tenía la obra de Lorca, y la que aún puede seguir teniendo, con su gran riqueza, apenas apuntada en las primeras líneas de este escrito (es una obviedad a estas alturas pretender descubrir La casa..., mil veces comentada y vista), para retroceder a una forma muy anterior del teatro, en lo que se refiere a interpretación: al drama rural, recargado de acentos, de subrayados de palabras-clave, de gesticulación ampulosa: tal como representaban ese drama las compañías ambulantes, e incluso tal como lo hacían los aficionados de casino cuando imitaban a esas compañías. La grandeza verbal se pierde.

La modernidad la pone (según su idea) el director-escenógrafo: un suelo abullonado de plástico blanco, donde los pasos se hacen difíciles y crujientes; unas cabinas como de teléfono, que representan las habitaciones de las señoritas de la casa, provistas de una especie de falos para cierta ternura erótica; un sillón de peluquería de pueblo para trono de Bernarda Alba, la cual se viste como la madrastra de Blancanieves o como la reina (mala) de los tebeos, y un ascensor para que descienda la abuela vestida de mamarracha, perdida para siempre la ternura que tiene el personaje original.

Algún desnudo pudoroso, breve y algo lejano pone la única nota de vivacidad en esta reconstrucción. Al fin, un bonito cuerpo es siempre una fuente de belleza. El público ovacionó, gritó sus bravos en el estreno oficial, y todos saludaron para corresponder a estas aclamaciones.

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