El Gobierno socialdemócrata decano de Europa es un modelo para los socialistas españoles
"No tenemos recetas para todos nuestros amigos", dijo el canciller austriaco Bruno Kreisky, masticando las palabras según su modo de hablar característico, cuando se le preguntó si el modelo de Austria podría también ser aplicable a España por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE).Kreisky, jefe del Gobierno austríaco desde 1970 y presidente del Partido Socialista (SPOE), se expresaba así durante la cumbre económica que la Internacional Socialista (IS) celebró en Viena a principios de otoño para elaborar una alternativa propia a la crisis.
Sin embargo, aquella cumbre dejó bien claro que la gestión socialdemócrata en Austria se toma como ejemplo en otros partidos pertenecientes a la IS, en un contexto internacional de inestabilidad económica y paro. Así se especificaba en las conclusiones de la reunión y así lo reconoció, salvando las distancias, el representante del PSOE en la misma, Enrique Barón.
Tras las elecciones que dieron el poder a los socialistas en Francia y Suecia, respectivamente, dos oleadas sucesivas de periodistas de ambos países han invadido el país alpino, buscando las claves del llamado modelo austriaco.
Ahora, creen los funcionarios del SPOE, les toca el turno a los españoles.
Dos son los principales motivos de orgullo para el SPOE: uno de los porcentajes de desempleo más bajos del mundo, calculado en un 3,6% para este año, y una inflación inferior a la de la mayoría de países industrializados, entre un 5,5 y un 6,5% para 1982.
Con siete millones y medio de habitantes y una superficie equivalente al doble de toda Cataluña, Austria es un país neutral en política exterior, con estructura federal y, hoy por hoy, el Estado europeo con el Gobierno socialdemocrata decano del continente.
El 'viejo Bruno'
Rojo y blanco, los colores de la bandera nacional austriaca, son los tonos predominantes en los carteles que el SPOE comienza a extender sistemáticamente por el país este otoño. La carrera electoral, que culminará con las elecciones parlamentarias del 24 de abril de 1983, ha comenzado ya.
Con unos 700.000 afiliados aproximadamente y 95 escaños en el Parlamento (el Partido Populista -OEVP- democristiano y principal fuerza en la oposición, tiene 77 escaños, y el Partido Liberal, once), el SPOE espera continuar en el poder tras los comicios. Pese a los desgastes que ha supuesto el ejercicio del poder para el partido, espera hacerlo con mayoría absoluta y sin recurrir a coaliciones.
Los socialistas confían, sobre todo, en la presencia mágica de Bruno Kreisky, quien, a punto de cumplir 72 años, parece haberse recuperado de los trastornos de salud que le aquejaron el año pasado. Kreisky es una figura capaz por sí misma de obtener numerosos votos con independencia del partido, según demuestran las encuestas.
El viejo Bruno personifica la integridad moral y la continuidad al frente de la nación. Las opiniones de Kreisky, a quien le gusta manifestarse sobre casi todo, dan lugar a enconadas polémicas en ocasiones, pero los -austríacos le quieren y le respetan y también le llaman por teléfono a su casa por las mañanas.
Tintineo de cucharillas
De 8 a 8.30, el jefe del Gobierno contesta personalmente a las preguntas de los ciudadanos sobre el fondo sonoro tintineante de las cucharillas del desayuno. Es ésta una vieja tradición del diálogo que se remonta a los tiempos del emperador Francisco José.
La campaña socialista para las próximas elecciones se concentra en tres temas fundamentales -dar trabajo, asegurar la paz y proteger el medio ambiente- que se reiteran sobre imágenes entrañables (madre abraza a hija, joven pareja con aire desenvuelto y sonriente), tendentes a ablandar al electorado.
Mantener el nivel de empleo y vida alcanzado en la década de los setenta resulta una tarea muy ardua, ya que Austria, que vive del turismo y de las exportaciones sobre todo, experimenta las consecuencias de la recesión económica en Occidente y en el Este.
Dos programas especiales para el fomento del empleo han sido aprobados este año. En ellos se prevé estimular la inversión, mejorar los servicios públicos, modernizar los ferrocarriles y la administración de correos, construir viviendas, fomentar la pequeña y mediana empresa con políticas crediticias favorables, revitalizar las exportaciones y sanear la industria nacionalizada, semana de 35 horas, el aumento de las vacaciones anuales a cinco semanas, las jubilaciones anticipadas... son medidas que se discuten actualmente con el mismo fin. Esta política se refleja, sin embargo, en el presupuesto del año próximo, que, según las previsiones, arrojará un déficit de 73 millones de chelines, aproximadamente (unos 4.300 millones de pesetas).
Un quebradero de cabeza
La industria nacionalizada, que da trabajo a 115.000 personas, un quinto de todos los obreros industriales, es uno de los quebraderos de cabeza de los socialistas y uno de los caballos de batalla de la oposición, que la acusa de estar anticuada y falta de rentabilidad.
Esta industria, que se ha visto obligada a recortar 5.000 puestos de trabajo por distintos métodos en los últimos años, vive de la exportación y se ha resentido de la crisis del acero sobre todo.
En Austria, la nacionalización afecta a casi todos los sectores básicos (petroquímica, hidroeléctrica, carbón, química, hierro y acero) y se llevó a cabo con el consenso de todas las fuerzas políticas en 1946, cuando el país estaba ocupado por las potencias vencedoras de la segunda guerra mundial.
La nacionalización fue entonces un modo de evitar que las propiedades austriacas confiscadas como botín de guerra fueran retenidas por los ocupantes. Dentro del Partido Populista se han mantenido, sin embargo, tendencias a la reprivatización, que se acentúan con la crisis en el sector.
Uno de los pilares básicos de la estabilidad austriaca es el consenso social -la Sozial Partners chaft- entre empresarios y sindicatos. Este consenso, que regula precios y salarios, ha convertido a Austria en un país donde el tiempo de huelga anual por habitante era de tres minutos en 1980.
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