Jorge Guillén
Hay un homenaje nacional a Jorge Guillén, que va a cumplir noventa años. Guillén, del que vengo escribiendo toda mi vida, se resume hoy para mí en dos palabras: optimismo y rigor.La musa. de Guillén fue el optimismo (lo sigue siendo en su muy avanzada juventud), pero un optimismo que: nacía del rigor y en él se atemperaba. Por una especie de ascetismo estético, renuncia pronto al barroquismo / gongorismo del grupo, el 27, y funciona mediante el silogismo lírico que, por ejemplo, define un borbollón de agua como "frescor hacia forma". Esto no viene de Francia y la poesía pura, como tanto han dicho algunos críticos indecibles, sino del regeneracionismo de izquierdas (aquí hemos hablado el otro día de regeneracionismos), es decir, la Institución Libre de Enseñanza, don Francisco Giner de los Ríos y la Residencia de Estudiantes. En el 27, huyendo por sublimación del dictador (el otro: Primo de Rivera), los poetas se plantean tres mundos posibles: la Historia (Góngora), Europa (el surrealismo), y, finalmente, la gran opción ética nacional del momento: el institucionismo. En quienes más claro está el institucionismo es en Juan Ramón Jiménez, padre del 27, y en Guillén. No sé si Aurora de Albornoz se ha preguntado alguna vez si no será el institucionismo lo que va depurando la voz modernista / decadentista del primer Juan Ramón, tanto como la propia autoexigencia del poeta (que no estaba solo en el universo, contra lo que él, bellamente, creía). Toda una respuesta moral, en fin, la de Guillén (aunque expresada estéticamente) al escándalo cívico de una dictadura halagada y mareada de organillos, ripios, Marquinas y Villaespesas (lo que el propio Juan Ramón definiera, con su genial plasticidad, como "el villaespesismo").
El Cántico completo lo compré, por los cincuenta, en una librería de viejo / clandestino de Valladolid, en veinte duros que me dieron el día de mi santo. Ya en los últimos poemas, este libro, tallado de luz y puntualidad, se oscurece con lo político expreso, como Potencia de Pérez, respuesta del poeta exiliado al dictador, otra vez (pero al subsiguiente, a Franco). Encuentros personales con Guillén y alguna correspondencia entre ambos. Al quebrársele el universo ("el pie caminante siente la redondez del planeta"), Guillén se refugia en la Historia, en el pasado culto, por que el pasado es un presente a salvo. Ningún dictador se le va a meter ya, montando el caballo de Atila, en el Huerto de Melibea. Tras su conflicto con el mundo, Maremágnum, su salvación en la cultura: Clamor, Homenaje, Final. Lo que la crítica inercial ha llamado "poesía pura" es, más bien, una poesía altamente impura de compromiso con lo humano mejor, de engagement estético con el hombre y sus industrias mentales (y manuales), una escritura que anula el tiempo convencional para encontrarse con Lázaro o Fernando de Rojas, ya que el tiempo no es sucesivo ni consecuente. Quevedo, barroco, vive y muere víctima de un tiempo sagitario. Guillén, clásico, se mueve en el cielo dorado de la "ética estética" (otra vez JRJ), antes y después de que Fra Angélico pinte el cielo azul, o sea real, o sea falso y caedizo. Cuando uno ha tomado posesión del tiempo total, como Guillén, es cuando se llega tan puesto a los noventa años. Sólo los periodistas le contamos los años. El cuenta por siglos. Nunca le han dado el Nobel, porque el Nobel es así, pero, bien pensado, habría sido un anacronismo.
Ortega le publica el primer Cántico en la Revista de Occídente. Frente al 98, que había sido una generación casticista, el 27 es ya una generación euro / orteguiana de entrada, sin problemas. Yo, adolescente, ingresé en Guillén como se entra en religión. Como en un monacato de luz. Nunca debiera haber salido.
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