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Una política de exterminio

"No pudimos defenderte porque éramos pequeñitos, a muchos igual les pasó. La aldea vacía está. No tengas pena, papá; cuidaremos de mamá. Tu sangre, que has derramado, jamás se olvidará..." (Canción infantil del Departamento de El Quiché) Una dictadura militar clásica, incluso demasiado clásica, ha sido sustituida en Guatemala por otra encubierta de mesianismo y carisma. Al derrocado general Romeo Lucas García -la imagen dura y correosa de un déspota latinoamericano- le ha sustituido Efraín Ríos Montt, estilizado, predicador, militante de la iglesia del Verbo Divino.

Pero los números cantan, a pesar de que desde las zonas selváticas las noticias llegan tarde. Y las denuncias de matanzas vienen de todas partes, avaladas por testigos presenciales, por huídos, por organizaciones como Amnistía Internacional, la Comisión de Derechos Humanos de Guatemala, el Comité Pro-Justicia y Paz del país centroamericano, privadamente por los periodistas. Son miles los muertos desde aquel golpe de Estado de palacio dado el 23 de marzo de este año.

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Guatemala, noticia de sangre

Nueve mil familias escapadas a México, cifras de indios asesinados que oscilan, según estén o no puestas al día, entre 3.000 y 5.000 en pocos meses. El Quiché, Chimaltenango, Huehuetenango, zonas enteras convertidas en tierra de nadie.

Los lemas del golpe que llevó a la presidencia a Ríos Montt fueron la erradicación de la corrupición y el inicio de una época de respeto a los derechos humanos en una nación semi-ignorada donde los muertos por la represión política se han contado por decenas de miles en los últimos años.

El 1 de junio se decretó una amnistía, que hoy reconocen fracasada funcionarios del propio Gobierno de Guatemala y de la administración norteamericana, aunque para Washington oficialmente "haya mejorado el respeto a los derechos humanos". El 1 de julio se implantó el estado de sitio, que no admite ni siquiera el derecho de habeas corpus. Dice una disposición del decreto oficial: "Tribunales de fuero especial, integrados por un presidente y dos vocales, nombrados por el presidente de la República, se encargarán de juzgar, con plena potestad, y hasta condenar a muerte a los autores de delitos subversivos".

Es difícil identificar hoy en Guatemala a los subversivos. Para el general Efraín Ríos Montt lo son todos aquellos indios o ladinos que no colaboran con el Ejército A ellos se les extermina, además obviamente, de a los miembros de las cuatro organizaciones políticomilitares izquierdistas (Ejercito Guerrillero de los Pobres, Fuerzas Armadas Revolucionarias, Organización del Pueblo en Armas y Partido Guatemalteco de Trabajo) que combaten abiertamente en vastas zonas del territorio.

Las aldeas estratégicas, siguiendo el modelo de Vietnam, son la gran novedad de la nueva y despiadada fase de la lucha contra la subversión. Los campesinos son concentrados en ellas, oficialmente bajo la protección del Ejército, después de que poblaciones enteras hayan sido arrasadas, bosques destruidos, cosechas quemadas.

Víctimas de este estado de cosas cuentan estos días lo que ocurre, a quien lo quiera escuchar, en Madrid, México o Nueva York. Los narradores tienen nombre y apellidos, actúan a cara descubierta, no pertenecen a organizaciones guerrilleras ni tienen otra filiación política que la de ser, a pesar de todo, ciudadanos guatemaltecos. Se envenenan aguas, se asesina a niños, se viola a mujeres embarazadas. Las tropas kaibiles, unidades especiales antiguerrilleras, se han convertido en las temidas protagonistas de esta persecución a las etnias indígenas.

La prensa mientras tanto está amordazada. La información de muertos en combates sólo es proporcionada por el Gobierno. El pasado 14 de septiembre, el ministro de Gobernación, Ricardo Méndez, advirtió a los periodistas que se abstuvieran de publicar noticias "ofensivas para el Gobierno". Los partidos políticos que vieron en la llegada de Ríos Montt una promesa de resurgir civilizado, están proscritos. Los partidos guatemaltecos, ninguno de los cuales va más allá de un tímido centro izquierda, complotan ya abiertamente para desvincularse de un estado de cosas que ha ensangrentado todavía más la imagen de su país en el exterior. Parece que también lo hacen miembros de las Fuerzas Armadas que consideran su dignidad en entredicho.

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