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Tribuna
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El país de los poderes ocultos

A finales del ochocientos, el escándalo de la Banca Romana estuvo a punto de estropear, en el momento mismo de su nacimiento, la carrera más tarde brillantísima de uno de los pocos estadistas surgidos en Italia: Giovanni Giolitti. Acabó con casi todos los periódicos romanos de aquel tiempo, se salvó sólo Il Messaggero, que había sido el único diario que no había aceptado dinero del banquero en quiebra Tanlondo.Hoy, bajo el vendaval de la P 2 y del escándalo Calvi, ha caído también la mayor empresa editorial italiana y la nube negra ofusca casi todo el panorama de la Prensa italiana. La historia, pues, se repite, inútilmente. Como se repite la de los agujeros negros creados en la finanza pública por el desastre de los bancos unidos al poder de la Iglesia (como en el caso fresquísimo del Ambrosiano). Con el concordato de 1929, Benito Mussolini saneó toda una serie de quiebras de bancos católicos. Y los saneó a alto precio. "En pocos años", escribió algún tiempo después el entonces ministro de Finanzas, De Stefani, "toda la organización de los bancos católicos había destruido unos 40.000 millones de pesetas de ahorro nacional". En 1928, el Estado italiano había gastado 130 millones de pesetas para salir al paso de la. hemorragia producida en el Banco de Roma. El banco instalado por el Vaticano después que se abrieron las puertas del gueto de Roma.

Hoy, el problema renace con el abrazo entre el IOR (Instituto de Obras de Religión) y el Banco Ambrosiano, salvado este último por un consorcio de bancos públicos y privados. El ministro del Tesoro, democristiano, el catedrático Beniamino Andreatta, que ha hecho sólo su deber recordando al Vaticano y al mismo Papa la necesidad de respetar los acuerdos tomados, ha sido llamado al orden (religioso, evidentemente) por el presidente del consejo nacional de la Democracia Cristiana, Flaminio Piccoli, el cual habla de los lazos especialisimos que tienen que unir a los católicos, aun cuando sean ministros de un Estado laico, a la Iglesia, a la Santa Sede. ¿Sólo un episodio? Quizá, pero demuestra también el sentido del Estado que durante decenios han demostrado los católicos representados por la Democracia Cristiana. Se explica así el hecho que en Italia ciertas reformas civiles, comenzando por el divorcio, han sido introducidas por ley contra el partido de mayoría relativa (la DC) y ratificadas después por el voto popular del referéndum.

La falta de alternativa política ha hecho coja la democracia italiana, tan viva bajo otros aspectos. Ha condicionado fuertemente su crecimiento y su desarrollo hasta el punto que el nuevo secretario general de la DC, Ciriaco de Mita, habla ahora de "democracia inacabada". Desde hace cuarenta años, es decir, desde la caída del fascismo, Italia está con un partido siempre en el Gobierno, la Democracia Cristiana, y un partido (prácticamente) siempre en la oposición, el Partido Comunista Italiano, sin que maduren las condiciones para un recambio efectivo de mayorías de coaliciones. O mejor, el recambio existe: en los ayuntamientos, provincias y regiones. No existe en el Gobierno nacional, ¿por qué? Porque durante demasiados aflos el Partido Socialista Italiano ha estado siempre unido con doble nudo al Partido Comunista, y cuando se separó de él no fue capaz, durante su colaboración con la Democracia Cristiana, de obtener resultados tales que indujeran a la gente a votarlo más, a hacerlo crecer. Sólo recientemente este proceso ha empezado con notable empuje. El partido comunista no acaba de poder llegar al Gobierno nacional porque, tras haber estado durante años en subordinación a la Unión Soviética y al PCUS, posee aún hoy una fuerte componente filosoviética contraria a la ruptura con Moscú y se presenta aún largo el camino de la revisión ideológica que conduce al socialismo europeo. La falta de recambio, la paralización de las opciones electorales, lleva a que la Democracia Cristiana acabe siendo considerada como la menos mala por quien votar. Un partido que sabe mezclar hábilmente moderación y populismo en un cóctel de democracia industrial y de asistencialismo peronista. Falta de alternativa significa falta de control democrático: quiere decir que se pueden ocultar secretos de Estado. Sin temor a que, por lo menos durante un determinado período de tiempo, puedan ser descubiertos por una nueva coalición de mayoría. De aquí el acumularse de secretos y escándalos públicos. Un ejemplo entre tantos: en 1964 el centro izquierda, es decir, la alianza histórica entre católicos y socialistas, que hasta entonces había dado resultados interesantes y que, por tanto, preocupaba mucho al stablishment conservador, agotó su mejor empuje en el túnel de una crisis de Gobierno casi interminable y bajo la amenaza de un golpe de Estado de extrema derecha favorecido por una parte del Ejército. El partido socialista salió con los huesos rotos o casi volviendo al Gobierno en condiciones de necesidad claramente mortificadoras.

Pues bien, se descubrió después que los servicios secretos de Estado, el Sifar, en vez de hacer contraespionaje para tutelar la democracia italiana, espiaba hombres políticos, dirigentes sindicales e industriales, etcétera, recogiendo acerca de ellos informes chantajistas. En el Parlamento, antes de que dichos informes fueran destruidos, se dijo que eran 32.000. Hace pocos días, en el proceso Moro, un alto oficial de los servicios secretos ha afirmado que en realidad dichos informes del Sifar eran sólo 16.000, y que otros tantos fueron fabricados para respetar la cifra comunicada al Parlamento. ¿Dónde está la verdad de este increíble asunto? Todavía no lo sabemos.

A su tiempo, el presidente del Consejo, Aldo Moro, puso toda una serie de omissis a la, relación redactada sobre el escándalo Sifar sobre el fallido golpe de Estado de 1964. ¿Qué hay en aquellas páginas blancas? No lo sabemos. Hoy, dicha operación no sería posible, y, sin embargo, los misterios continúan. Algunos informes secretos que, al parecer, fueron fotocopiados aparecen aún de cuando en cuando. Lo mismo sucede con las escuchas telefónicas. Es la demostración de que una democracia sin recambio fisiológico acaba cubriéndose de misterios y de escándalos. La entera cumbre de los servicios secretos, civiles y militares, ha aparecido dentro de la P 2, la logia masónica secreta de Licio Gelli. ¿Sólo para espiar sus movimientos? Evidentemente, estaba allí por otros motivos bien distintos, como un superaparato oculto dispuesto quién sabe a qué tipo de operaciones.

Vittorio Emiliani es director de Il Messaggero.

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