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La temporada teatral de Barcelona, entre el circo y el drama

La temporada teatral barcelonesa se ha iniciado formalmente esta semana con dos espectáculos en el Centro Dramático de la Generalitat. Uno de ellos, en la sede del centro, en el teatro Romea, es un singular espectáculo circense a cargo de Victoria Chaplin, hija del famoso cómico cinematográfico. El otro montaje, Món, dimoni i carn es un relato de la vida de Anselm Tarmeda, un frascicano medieval que renegó del cristianismo y profesó la religión musulmana.

Había una vez un circo en el que las patas del elefante eran delgadas, como si fuesen zancos, y su trompa un espantasuegras carmesí. Había una vez un circo en el que una funámbula se dormía sobre el alambre y su hermosa cabellera colgaba sobre el vacío, como una Ofelia imposible. Había una vez un circo en el que no había tigres ni leones ni osos amaestrados: tan sólo un calamar perezoso, una medusa pizpireta y una ostra asustadiza. Había una vez un circo en el que un conejo se sacaba un ilusionista del sombrero de copa. Había una vez un circo en el que el televisivo alarido del ¿Cómo están ustedes...? era sustituido por unas pompas de jabón que un poeta reventaba con la ayuda de un martillo.Ese circo tantas veces soñado, fantástico, utópico, deseado, imaginé, está ahí, en el Romea, admirablemente servido por Victoria Chaplin y Jean Baptiste Thierrée, ayudados por un niño, un conejo y un par de palomas.

El Cirque imaginaire es un circo en el que el más difícil todavía se convierte en el más fácil todavía, en el que la imaginación no tiene, menuda suerte, por qué tomar ningún poder.

Un fraile peculiar

El personaje de Fra Anselmo, o Abdalá-al-Trahuman que es como le conocen los tunecinos, tiene gancho. Nacido en Mallorca el 1352 o 55, el fraile franciscano Anselm Turmeda, hombre docto, que ha estudiado en Lérida, Bolonia y París, que es una autoridad en latín, hebreo, astronomía, química y otras materias, y que encima es un poeta como una catedral, decide, un buen día, colgar los hábitos, largarse a Túnez, y convertirse al Islam. Cuentan los historiadores que llegó a ser jefe de la Aduana de Túnez y que casó con la hija de un notable tunecino, la cual le dio un hijo, Muhammad. Murió en 1423, y su tumba es todavía hoy venerada en la ciudad de Túnez, donde al que se le ocurre comentar que el tal Abdalá era catalán, le responden: Quoi, catalan? Mais non, monsieur, mais non...

El personaje, la época, el enfrentamiento de dos culturas, todo ello tiene un gran interés teatral, tiene muchas posibilidades de dar un estupendo juego sobre un escenario. "Anselm Turmeda, y también el Anselm Turmeda de Maria Aurèlia Capmany, tiene algo de un personaje de Pirandello", escribe Carme Portaceli en el programa de mano. Y algo lleva de razón. Sólo que del Anselm Turmeda de la Capmany a Pirandello distan muchos kilómetros, muchos años, muchos platos de sopa de letras teatrales. Da la impresión sobre el papel que esa peripecia, humana, del mallorquín, incluyendo su autojustificación y la apología del ser libre (¿libre un franciscano que termina por convertirse a la religión de Mahoma, funcionario del sultán de Túnez?) que realiza la escritora por boca del personaje, es un texto hinchado.

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