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La victoria sobre el tópico

En el año de mi dirección en el Prado se han celebrado las exposiciones Pintura española en las colecciones centroeuropeas y la del Greco: mi misión en ellas fue recoger la herencia y cuidarla, puesto que ya estaban planeadas al detalle. Mi cuidado giró en organizar un buen marco de conferencias significativas. Señalo esto porque estas exposiciones internacionales se preparan con años de anticipación. La que inauguramos de Murillo ha presentado una cierta tónica contraria: la idea nació en 1978, pero por diversas circunstancias puede decirse que en primavera estaba en situación muy problemática. Para lanzarla era necesario un singular trabajo de dos personas. En primer lugar, el director general de Bellas Artes. Hubo, sí, primariamente, la actividad: voló Pérez Armiñán a Londres, a la Royal Academy, ya un tanto pesimista, y a la vuelta aquello estaba resuelto. Segundo problema: el comisario de la exposición, pieza clave en orden al conocimiento técnico, a la resolución de mil pegas, a la dedicación total: Manuela Mena, en el día y en la noche, en la realidad y en el sueño, en la mesa y en el teléfono, descartada como absurda la idea de vacaciones, ha sido protagonista del heroismo callado.Era fundamental para mí que la exposición quedara aislada dentro del museo. Se podía activar la obra para la sala de exposiciones temporales, que permitirá, por fin, no perturbar la visita normal al museo, pero el tamaño de algunos de los cuadros de Murillo hacía imposible el proyecto. Ha habido que habilitar la nave central, pero con una consigna importante: que las obras de pintura, lo mismo que las eléctricas, quedaran como definitivas. Hay que ser respetuoso con el dinero del Estado, tan respetuoso como si el dinero fuera propio. Disponer de la nave central y de las adyacentes, donde estuvieron las anteriores exposiciones, permite salir de aquella abrumadora acumulación. Hay un cierto orden cronológico, hay los esenciales paneles ilustrativos y el sitio especial para los dibujos. La colaboración del comisario con el servicio de arquitectos ha sido tan continua como cordial.

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Agudo problema es el de la limpieza y restauración. La ampliación, al menos provisional, de restauradores tenía dos problemas. El económico, su ampliación, ha sido resuelto por una ayuda tan generosa como espontánea del Banco de España, a través de su departamento de estudios. Lo otro, el criterio a emplear me parece el justo: fidelidad sin llegar al exceso en el retoque. Las alabanzas que he oído en Washington y en Toledo (Ohio) sobre la restauración de la Trinidad y del San Sebastián hecha en nuestros talleres me han llenado de alegría.

Pasan la exposiciones, pero los catálogos quedan. Me sigue doliendo lo ocurrido con el catálogo del Greco, que me encontré hecho, con su enorme desproporción entre la participación americana y la española: era y es un signo equívoco de lo que signífican los historiadores españoles, aparte de la injusticia hacia Cossío.

En el catálogo de Murillo, financiado por la Fundación March, hay, ¿cómo no?, participación de quienes lo merecen: Elliot y Waterhouse. Me ha parecido justo citar a Kamen en el prólogo. Ahora bien: la participación española es la debida: estudio central de Angulo (toda la conmemoración centenaria lleva implícito el homenaje a don Diego, que ha realizado lo que Ortega pedía en 1914); espléndido estudio sobre la Sevilla en torno del gran maestro Domínguez Ortiz; trabajo esclarecedor de Manuela Mena sobre los dibujos y catálogo que creo exacto y jugoso de estilo.

Ahora mismo, ajuste del gran ciclo de conferencias. Profesores españoles y extranjeros alternarán, y en medio, dentro del ciclo por mí fundado -"Los intelectuales ante el museo"-, Antonio Gala, metido ya entre los ángeles, los niños y los perros de Murillo. Estamos completando la lista. Espero que el resultado sea lo previsto: la victoria sobre el tópico.

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