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Tribuna
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La tragedia de Beguin

Ya no se trata de reprender a Menájem Beguin, de Israel, o de pedir su dimisión. Presumiblemente no es inmortal, y sería un error confundirle con el Estado al que simplemente representa. El no es importante, pero el Estado de Israel sí lo es.De lo que se trata es de que el pueblo de Israel decida si quiere defender el honor de su país. Cuantos más extraños pretendan instruirles acerca de lo que deben hacer es más probable que lo consideren como una interferencia en sus asuntos internos. Beguin y Ariel Sharon, el ministro israelí de Defensa, son asunto suyo y no nuestro.

El problema del Gobierno de Estados Unidos -tanto del Congreso como del presidente- es no malgastar el tiempo intentando imaginar lo que pasa por la cabeza de Beguin o por la de Sharon -por lo que sabemos, no hay nada en ellas-, sino el dejar claro lo que pasa por la cabeza del Gobierno de Estados Unidos.

Tanto la rama ejecutiva como parlamentaria del Gobierno de Washington tienen claro que Israel es una nación fuerte y valiente, la única democracia y el único aliado militar fiablé con que Estados Unidos cuenta en Oriente Próximo, pero Beguin está pidiendo al Gobierno, norteamericano que siga financiando una política en Líbano, en Cisjordania y en la franja de Gaza a la que Washington se opone no solamente en interés de Estados Unidos, sino porque piensa que constituyen una amenaza para la paz e incluso para la seguridad de Israel.

La ayuda norteamericana al Estado de Israel

Casi una cuarta parte de toda la ayuda exterior norteamericana va a parar cada año a Israel. Esa cantidad asciende anualmente a 2.700 millones de dólares (unos 300.000 miHones de pesetas), es decir, entre 3.500 y 4.000 dólares (entre 400.000 y 444.000 pesetas) anuales para cada familia israelí de cinco miembros, cifra superior al subsidio de desempleo en Detroit. Y las armas israelíes que destruyeron una instalación nuclear iraquí, derriban misiles sirios de fabricación soviética e invaden Líbano proceden de Estados Unidos.

Consecuentemente, la Administración Reagan está comenzando a pensar que sus llamamientos públicos y privados a Beguin no valen de nada y que, aunque a regañadientes, debe jugar su carta económica y dejar claro al primer ministro israelí que, si insiste en su política respecto de Líbano, Cisjordania y la franja de Gaza, no puede seguir contando con la ayuda económica y militar de Washington.

Estados Unidos está consternado por la tragedia de la matanza de palestinos en los campos de refugiados de Beirut. No culpa directamente a los israelíes por esta carnicería humana, pero sí les culpa indirectamente. Francia ha informado a Reagan que cuando sus tropas de interposición alcanzaron los campos de refugiados fueron autorizados a destruir las minas, pero las fuerzas israelíes no les permitieron proteger los campos. En consecuencia, los israelíes dejaron abiertos los campos a sus aliados cristianos, que asesinaron a los ocupantes mientras, las tropas israelíes aguardaban afuera.

Los israelíes desmienten todo esto, y pasará mucho tiempo antes de conocer exactamente los hechos. Pero existe la sospecha, en altas instancias del Gobierno de Washington, de que el Gobierno Beguin se vio sorprendido por el discurso de Reagan en el que proponía un acuerdo general sobre el problema palestino que incluía un congelamiento de asentamientos israelíes y la autodeterminación de los palestinos en una Cisjordania ligada al reino de Jordania.

Aún más, existe la creencia en Washington de que Beguin y Sharon ordenaron la invasión de Beirut oeste con el fin de crear una crisis que hiciese inviable el plan de Reagan para un acuerdo general sobre el problema palestino. La matanza de Beirut, obviamente, ha colocado al Gobierno de Beguin a la defensiva, incluso frente a su propio pueblo, y ha modificado los términos la cuestión.

De momento, Reagan. insiste, después de la matanza, en que los israelíes abandonen Líbano; el presidente Mubarak, de Egipto, ha llamado a su embajador en Israel e insiste igualmente en la retirada, y la Prensa y el pueblo israelíes están pidiendo que el Gobierno de Beguin rectifique su política y haga frente a las consecuencias de sus acciones e indiferencia.

Sin embargo, nada se conseguirá probablemente a menos que Reagan, como el presidente Eisenhower en la crisis de Suez, insista ante Israel en que, o cambia su política, o se arriesga a perder la ayuda militar y económica norteamericana.

Beguin no se deja convencer por amenazas puramente retóricas de Reagan o de quien sea. Es indiferente a la opinión del mundo. Está convencido de que la razón está de su parte y luchará porque la promesa bíblica de las tierras de Israel se cumpla como sea.

Empezar y acabar en el terror

Hay que admirar el coraje del primer ministro. Comenzó con el terror y está siendo destruido por él en Líbano. Ha ido demasiado lejos y ha perdido el apoyo de gran parte de su propio pueblo y de muchos de los judíos de Estados Unidos.

Y lo irónico del caso es que, después de la matanza de Beirut, para salvar a su Gobierno Beguin deberá ahora emprender la retirada de Líbano y comenzar a negociar una patria para los palestinos en Cisjordania, de acuerdo con el plan de Reagan, que es lo último que el primer ministro israelí hubiera querido hacer.

Hay algo de triste, incluso de trágico, en este Beguin que lucha hasta el fin apoyándose en sus muletas, cita pasajes seleccionados de la Biblia a propósito de Judea y Samaria y utiliza a mercenarios cristianos, como los vampiros de la Edad Media, para hacer despojo de los refugiados heridos en el campo de batalla.

No se trata solamente de que ha sido indiferente a la suerte de los palestinos de los campos de Beirut, sino que ha sido infiel a la honrosa memoria de Israel.

James Reston es uno de los más prestigiosos columnistas del New York Times y miembro del Council for Foreign Relations de Estados Unidos.

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