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Un síntoma estimulante, una adquisición notable

La adquisición de tres cuadros de Dalí por parte del Estado español es una excelente noticia, cuya importancia merece una reflexión valorativa. En primer lugar porque está adquisicióriclubre parcialmente la vergonzosa laguna que hay en las coleccíones oficiales de obras pertenecientes a los grandes artistas españoles de vanguardia, triunfadores internacionalmente y ausentes, paradójicamente, en los museos de su propio pais; en segundo lugar, porque en el caso concreto de Dalí, a diferencia de otros creadores, no había circunstancia política alguna que justificara esta insultante desidia oficial, lo cual demuestra cómo la mezquindad sobrevive tantas veces a la ideología.Es cierto que, el Museo Español de Arte Contemporáneo poseía ya algún Dalí de su primera época, y entre ellos, además, algunos muy hermosos, como los exquisitamente realistas Muchacha sentada y vista de espaldas y Muchacha asomada a la ventana, ambos de 1925; y el Museo de Arte Moderno de Barcelona, el sólido e imponente Retrato de mi padre, pintado también en aquel mismo año. Con todo, no dejaba de ser paradójico que el Dalí superrealista, el que se hace famoso por todo el mundo a partir de los años treinta, fuera aquí prácticamente inédito.

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Las actuales adquisiciones -Senícitas (1926-1927), Arlequín (1927) y Los tres enigmas de Gala (1982), esta última donada por el pintor- no suplen, desde luego, esta lamentable deficiencia, pero suponen, al menos, un estimulante síntoma de cambio en la actitud oficial. Respecto al valor artístico de los cuadros adquiridos resaltaré e) de los dos primeros citados -Senícitas y Arlequín-, pues son los que conoz,co, ya que el de Gala -al parecer, de este año- no he tenido oportunidad de contemplarlo, aunque debo confesar que me produce una especial curiosidad ver cómo es, dadas las circunstandias que han rodeado la existencia del último Dalí. Senícitas y Arleqúín están pintados, como dije, entre 1926 y 1927, unas fechas cruciales en la evolución biográfica y artística de Dalí. Veamos porqué. En 1926, Dalí viaja por primera vez a París, donde conoce al monstruo sagrado Picasso, que, desde su trono, fascinaba entonces por igual a los superrealistas y a Dalí, a cada cual por separado, pues, hasta 1929, aunque Dalí seguía desde hacía mucho con entusiasmo los pasos del movimiento de Bréton, no se integró oficialmente en el grupo. Visita, pués, Dalí a Picasso y le enseña el cuadro Mujer en la ventana en Figueras, que impresionó bastante al pintor malagueño, pero también alarga el viaje y llega hasta Bélgica para contemplar en directo las obras de El Bosco, Brueghel y Vermeer, una inclinación muy reveladora. En 1926, en fin, Dalí es expulsado definitivamente de la escuela áe San Fernando y realiza su segunda exposición individual en la galería Dalmau, de Barcelona. Al siguiente año (1927), libre ya de estudios, realiza el servicio militar, dibuja los figurines para Mariana Pineda, de García Lorca, que se estrenó en el teatro Goya de Barcelona, y publica una serie de artículos muy importantes en L' Amic de les Arts, la famosa revista catalana de vanguardia.

Epoca de la emancipación

Es, por tanto, la época de la emancipación de Dalí: se acaba el escolar travieso y empieza el rebelde, que desafía nó al hogar pequefloburgués, sino al mundo. La obra de aquel momento lo refleja muy vivamente. Ahí están, por ejemplo, los artículos teóricos que escribe entonces, donde define la interesantísima estética por él llamada de "San Sebastián", clave para entender por dónde irá después la batalla daliniana en los cenáculos superrealistas de París. Pero ahí están, sobre todo, sus cuadros, cpmo los de la serie magnífica de El asno podrido, La vaca espectral, Rostro amiba, Carne de pollo inaugural, Los deseos insatisfechos, etcétera, todos de 1928, serie que se anunciaba ya precisamente con cuadros como el de Senícitas, donde la vieja pasión por Picasso parece ceder ante la llamada plástica de los superrealistas Masson y Miró.

En Senícitas, además, está ya todo Dalí. No tiene la potencia de los cuadros de los años treinta, pero produce el mismo escalofrío. En este cuadro se anuncia ya, en efecto, la obsesión daliniana por demostrar que no hace falta echarse a dormir para sufriralucinaciones. He aquí que el paisaje cotidiano se convierte en la orografía de nuestras obsesiones: una inocua línea de horizonte palpitando con la suavidad blanda de los senos nutricios, excitantes, turbadores, amenazantes, de la mujer. Al mismo tiempo, el libre encabalgamiento de las más disparatadas analogías visuales: seno-ojo, seno-cueva, seno-huevo, etcétera, hasta el infinito imaginativo. Al mismo tiempo la amenaza paralizante: la dentadura-prótesis, risa congelada, cepo, castración. Pero, sobre todo, el minucioso deleite por dar hasta el minúsculo detalle de la imagen fascinante, esa soberbia caligrafía con la que escribir pulcramente, hasta lo maniaco, lo que se ha visto y resulta insoportable: el ojo-taladro. Arlequín, por su parte, es una obra menos vistosa, pero muy interesante: significa la transfarmación del cubismo en manos de este peligroso soñador-despierto, capaz de cambiar las duras aristas de la geometría en formas blandas, como si fueran la envoltura de un papel fláccido.

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