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Polonia, entre el odio y el miedo a los militares

ENVIADO ESPECIAL Tras los últimos disturbios en muchos puntos de Polonia, ha quedado de manifiesto que, desde la clandestinidad, el sindicato independiente Solidaridad puede movilizar el odio de la sociedad polaca contra el régimen, pero encuentra dificultades para vencer el miedo de amplios sectores sociales.

Un dirigente de Solidaridad confesaba al enviado de este periódico, la víspera de las manifestaciones del martes, que el sindicato no tiene fuerza organizativa para preparar una huelga general en el país. "Tenemos que limitarnos a manifestaciones, porque en las fábricas es muy difícil. El que es descubierto pierde el puesto de trabajo, y esto atemoriza a casi todos. En la calle es diferente, porque el riesgo es menor".

El Gobierno insiste en su táctica de dividir entre buenos ("la clase obrera que no respondió al llamamiento de manifestarse") y malos ("los jóvenes gamberros que recurrieron a la violencia"). La diferencia más realista sería entre el odio y el miedo, entre los que el sentimiento de odio al régimen es más fuerte que el miedo a la represión.

Ante el 31 de agosto, las autoridades agotaron casi todos los recursos para impedir las manifestaciones: halagos y amenazas, campaña de propaganda y confusión, programas deportivos en la televisión y la disuasión por la fuerza. A esta actividad del Gobierno hay que sumar el llamamiento del primado, Jozef Glemp, en Jasna Gora y la carta pastoral del episcopado contra el derramamiento de sangre y el empleo de las calles, en vez de la mesa, como lugar de enfrentamiento.

A pesar de todo, las manifestaciones sacudieron a casi todo el país. Quizá el número de manifestantes no fue tan elevado como esperaban los organizadores, pero la violencia superó lo previsto. La fuerza del odio es muy fuerte hoy día en Polonia.

En Kierunki (Direcciones), publicación clandestina de una "comisión de entendimiento interempresarial", se publica un diálogo entre jóvenes que resulta sintomático del estado de conciencia de muchos de los que el pasado martes se enfrentaron a las fuerzas policiales.

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Krzysiek argumenta sobre las manifestaciones que "son necesarias, aunque haya muertos. Son necesarias porque esto une a las personas y les permite reunir ánimo para la lucha. Ellos saben lo que les espera en el futuro".

La respuesta de Tadek no es menos radical: "Si no conseguimos las cosas con la violencia, no nos las devolverán. Si hay una revolución, tendrá que ser sangrienta".

Polonia ha entrado, cuando se van a cumplir nueve meses de la declaración de estado de guerra, en un callejón sin salida y en la espiral de la violencia-represión-más violencia. De nada sirve que la policía intente emplear métodos sofisticados de represión para evitar los enfrentamientos, porque será casi imposible evitar que, con movilizaciones como la del pasado 31 de agosto, en cualquier punto del país se llegue al recurso de las armas, con la consiguiente secuela de muertos y mártires, que son semilla de más radicales.

Incluso en los interlocutores más moderados de Solidaridad, como el que habló con EL PAIS, no se excluye que las manifestaciones puedan beneficiar a los sectores más duros del régimen. La víspera decía el dirigente citado que "es posible que las manifestaciones hagan caer a Jaruzelski o le obliguen a una política de mayor dureza", pero, a pesar de ello, las justificaba, "porque tenemos que acabar con la sensación de que aquí no pasa nada".

A pesar del esfuerzo movilizador desplegado por Solidaridad desde la clandestinidad, la situación de tablas no se ha modificado. El Gobierno tiene la fuerza de las armas, y esto le permite resolver, desde el punto de vista del mero orden público, una situación como la planteada el 31 de agosto En ocho meses, Solidaridad no ha sido borrada de la memoria del pueblo polaco y está presente, pero con una debilidad operativa en la clandestinidad. Gente próxima al sindicato independiente reconoce que si se llegase a la suspensión definitiva, Solidaridad no estaría en condiciones de responder con una huelga importante.

"Sobre las bayonetas es posible hacer muchas cosas, menos sentarse encima", recordó el disidente Adam Michnik desde su internamiento en la cárcel de Bialoleka. Los militares polacos siguen sentados sobre ellas y, aunque el asiento es incómodo, no parece que de momento vayan a abandonarlo.

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