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Los países europeos confían en un compromiso con Washington sobre el gasoducto soviético

Soledad Gallego-Díaz

Los aliados europeos de Estados Unidos confían todavía en la posibilidad de llegar a un compromiso con la Administración Reagan a fin de que se suavicen las represalias norteamericanas contra las empresas francesas, británicas, italianas y alemanas que han roto o van a romper próximamente el embargo decretado por Washington el pasado mes de junio contra el gasoducto siberiano.

Por el momento, portavoces norteamericanos han matizado que el castigo contra dichas empresas consistirá en un embargo de todo tipo de tecnología relacionada con la industria petrolera, pero no un embargo total como el que se decretó inicialmente contra la filial francesa de la Dresser Industries, cuya casa madre está en Dallas.Además de los contactos secretos que mantienen los cuatro países afectados entre sí y de forma unilateral con Washington, fuentes oficiosas próximas a medios diplomáticos señalaron ayer la posibilidad de una reunión a cinco bandas a nivel ministerial. En cualquier caso, es seguro que la primera reunión informal de ministros de Asuntos Exteriores de la Alianza Atlántica, que se celebrará los próximos días 2 y 3 de octubre en Toronto (Canadá), tratará ampliamente de la crisis interna que el conflicto del gasoducto causa a la OTAN-Unidad europea

En medios aliados se resalta la firmeza con la que los europeos mantienen su posición y el hecho de que los cuatro países directamente implicados se mantengan estrechamente unidos, aunque sus circunstancias sean diferentes. Francia y el Reino Unido, por ejemplo, poseen legislaciones nacionales que les permiten obligar a las filiales norteamericanas radicadas en sus países a cumplir sus contratos, y además habrán roto el embargo cuando se celebre la reunión de Toronto. La República Federal de Alemania e Italia no poseen legislaciones parecidas y probablemente no habrán tenido que realizar los primeros envíos hacia la URSS antes de dicha fecha. Sin embargo, tanto Bonn como Roma están decididos a seguir adelante sin dejarse presionar por las represalias adoptadas contra París o Londres.

El conflicto del gasoducto tiene, a juicio de los aliados europeos, implicaciones de tres tipos: económicas, jurídicas y políticas. Los contratos firmados por cuatro empresas francesas (Dresser France y Creusot Loire, que deberán enviar veintiún compresores a la URSS; Alsthom Atlantique, que empezará a facilitar turbinas el año próximo, y la Rockwell Valves, que proporciona los frigos y los sistemas de refrigeración) suponen más de 78.000 millones de pesetas. Sólo para la Dresser France, los compresores destinados al gasoducto siberiano representan. más de 40.000 horas de trabajo y más del 20% de su cifra de negocios anual. No es Francia, si embargo, el país que firmó contratos más elevados. La AEG alemana, que fabrica las turbinas, posee pedidos por valor de más de 134.000 millones de pesetas, y la Nuovo Pignone, de Italia, por un total de 99.000 millones. La menos afectada es la firma británica John Brown, que también fabrica turbinas con licencia norteamericana, con un contrato por valor de 40.000 millones.

En el plano jurídico, el problema planteado es extremadamente delicado: ¿de quién dependen las filiales de una empresa norteamericana, de la legislación a la que está sometida la casa madre o de la del país en la que está radicada? El problema entraría de lleno en las competencias de la corte internacional de La Haya, pero ni Washington ni los países europeos parecen, interesados en acudir a este tribunal.

Finalmente, la discusión de fondo es de índole política. El ministro italiano de Asuntos Exteriores, el democristiano Emilio Colombo, lo explicó reciente mente en una entrevista: "La auténtica alternativa es ésta: se debe o no se debe abrir una fase de guerra comercial y económica con la URSS. Una alternativa dramática, sobre la que parece que no estamos de acuerdo".

Para los europeos, uno de los elementos estabilizadores en las relaciones Este-Oeste es un cierto desarrollo de las ralaciones comerciales entre los dos bloques, que proporcione un entramado de intereses recíprocos, que, a su vez, ayuden a suavizar cualquier crisis potencial. Esta tesis, ardientemente defendida por Bonn y París, choca con la postura de Ronald Reagan, aunque, al parecer y según el Washington Post, no exista unanimidad en la Administración norteamericana sobre las ventajas de un planteamiento radical.

Inquietud en la OTAN

En cualquier caso, las discrepancias a este respecto entre Estados Unidos y sus principales aliados europeos inquietan en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en cuya sede central de Bruselas se temen las consecuencias políticas de esta crisis. La Alianza atraviesa desde hace dos años un momento difícil, provocado inicialmente por la falta de unanimidad sobre el porcentaje de aumento de los gastos militares (del 3% al 4%, exige Estados Unidos), por las dificultades respecto a la política de rearme nuclear (los euromisiles) y por las diferentes formas de reaccionar frente a hechos como la invasión de Afganistán o estado de guerra en Polonia. La política de dureza de Ronald Reagan hizo temer a los europeos la desaparición de conversaciones entre los dos grandes a propósito de limitación de armamento.

La coincidencia del incremento del pacifismo en Europa y la crisis del gasoducto, unida a los efectos desastrosos que ha tenido la política monetarista estadounidense, han provocado una degradación de la imagen de Estados Unidos.

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