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Toros y Siroco

ENVIADO ESPECIALVamos para atrás, como los cangrejos. Ayer, en vez de cigalas, hubo siroco; en vez de sol, lluvia; en vez de toros, becerrada. Se levantó un viento con vocación de huracán que arrastraba esa especia de arena del desierto que tiene el ruedo de Almería. Las señoras protegían la merienda como podían y llegó un momento en que tuvieron que optar por y protegerse ellas mismas.

Fuimos los espectadores los que, a grito pelado, reclamamos agua y salió el auto-cuba a regar. Pero no sabemos qué resultó peor, pues el vendabal levantaba el agua hasta los tendidos y mezclada con la arena que llevábamos encima, nos llenó de churretes. Como al final también llovió, salimos hechos un asco.

Plaza de Almería

26 de agosto. Segunda de feria.Toros de Guardiola Domínguez; segundo, sobrero de Guardiola Fantoni. Chicos, flojos y sospechosos de pitones. Emilio Muñoz. Estocada (oreja protestada). Bajonazo (oreja sin petición). Tomás Campuzano. Pinchazo y bajonazo (dos orejas). Dos pinchazos y estocada corta (oreja). Espartaco. Pinchazo muy bajo y bajonazo (silencio). Estocada caída (oreja protestadísima).

Ibamos a juego con la corrida, que también había sido un asco. La primera mitad de la corrida salió anovillada y sin pitones. De la otra mitad, sólo el sexto tenía trapío y fuerza, pero ese era el más pobre de cabeza. La palabra "afeitado" corría de boca en boca. Y luego está ese pintoresco presidente que representa a la autoridad, ¡ja, ja, ja!, el cual parece heredero universal de los triunfalistas tiempos del cordobesismo -aquella década de los años 60 de nefasta memoria- y regala orejas que nadie pide. Le comprendemos, porque es una forma de disimular el atropello de que se hace objeto al público ya en el planteamiento del festejo, en el que tiene la máxima responsabilidad. Primero autoriza que se lidie esa pantomima de toros y después, con la abundancia de orejas que regala, hace creer que el público se ha divertido. Y no es así. El público almeriense de ayer, que naturalmente merendó a dos carrillos (sin cigalas, o al menos yo no las ví), aparte el regusto del paladar no se divirtió en absoluto. Hizo la vista gorda para los dos primeros tercios de cada toro que le burlaron ladinamente, y soportó el derechacismo de unos coletudos sin inspiración, aplicado febrilmente a una gatada inválida. Unicamente Tomás Campuzano -como el día anterior su hermano José Antonio en esta misma plaza tuvo a bien recordar, en algunos pasajes de su actuación, qué es el toreo, principalmente en unos estatuarios y en varias series de redondos, bien ligados con el pase de pecho, el trincherazo o el molinete: Emilio Muñoz inició su faena al que abrió plaza con unos ayudados hondos, y no tenían sentido pues el pobre toro medio se mató del esfuerzo. Tuvieron que levantarlo los peones tirando de los cuernecillos y del rabo. Con corridas así, los subalternos son peones-grúa y no necesitan torería sino músculo. Aurelio Calatayud, El Miura y otros banderilleros de similar trapío, son los adecuados para estas verbenas.

La epidemia derechacista atacó especialmente a Espartaco, que la aplicó con tanto entusiasmo come mediocridad al anovillado y encastado tercero y no pudo con el sexto, el único toro de la tarde, y bien que se notó. Lo cual no fue obstáculo para que el presidente le regalara la oreja que nadie había pedido. Con mucha protesta y mucho churrete encima abandonó el buen público la plaza. Y si no llega a ser porque se había regalado el paladar muy a su contento, aquello no queda así.

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