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Gullón aconseja el 'rigor absoluto' en el análisis de la novela

Volver al rigor absoluto en el análisis de la obra literaria, apartándose de lecturas aproximadas y profundizando en el texto para descubrir el sentido es, según el profesor de la Universidad de Chicago, Ricardo Gullón, el objetivo del curso que, en tomo a la renovación de la novela española en el período comprendido entre 1902 y 1930, dirige en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander.El poema Soledades, de Antonio Machado y Amor y pedagogía, de Miguel de Unamuno, fueron los ejemplos elegidos por Gullón para explicar el cambio que supone para la literatura española la introducción de nuevos modos de enfrentarse a la realidad, a comienzos del siglo.

"La idea", señala Gullón, "es hablar de literatura, no en el vacío, pero sí en el contexto literario mismo. Esto puede suscitar reservas en el público", precisó, "generalmente habituado a que los acercamientos a la novela estén contagiados de otro tipo de intereses".

El seminario, que se prolongará durante las dos próximas semanas, pretende "llevar a los estudiantes a reflexionar y analizar los textos, pensando, al mismo tiempo, que la crítica literaria como lectores, profesionales y críticos tiene que estar necesariamente imbuída de alguna idea teórica, porque si no se debatiría en base al puro expresionismo o de la cita ingeniosa".

En su opinión, la presencia de Fernando Lázaro Carreter, pronunciando la lección inaugural del curso, expresa claramente la creencia en que los problemas lingüísticos no pueden estar lejos de la mente del crítico literario.

Lázaro Carreter inició su intervención en tomo a las relaciones entre lenguaje y literatura justificando el hecho de haber tomado 1902 como punto de partida, porque supuso un punto de ruptura y renovación de la literatura española.

Concretó esta renovación en la obra de Unamuno, Azorín y Ramón del Valle-Inclán, en contraposición con Benito Pérez Galdós. Para el conferenciante, el escritor canario se fundamenta en el dogma realista de que el escritor debe copiar al mundo que le rodea, reproduciendo en el microcosmos de la obra literaria lo que ocurre a gran escala, criterio que Lázaro considera imposible, pues mientras que "el lenguaje es un sistema de signos, el mundo no tiene una estructura tan determinante". Señaló cómo los citados autores de primeros de siglos rompen con el dogma del realismo, renunciando a la mímesis e introduciendo en sus obras el subjetivismo.

En esa afloración de la subjetividad, Azorín, Pío Baroja y Unamuno coinciden en "abominar de la pedagogía", lo que, en su opinión, no es casual, porque ésta significaba el "dominio de la norma sobre el individuo".

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