¿Quién mató a Norma Jean?
El primer recuerdo que de sí misma tuvo Norma Jean Baker, Gifford, Mortenson, Monroe, Dougherty, ¿también Slatzer?, DiMaggio, Miller, es el de su asesinato. ¿Pueden recordarse sucesos vividos a la edad de un año? Tal vez, si son tan excepcionales como los que siguen y la configuración de la propia identidad depende estrechamente de ellos. Norma Jean los relató una y otra vez a decenas de personas, que no dudaron nunca de la sinceridad de su relato.Abrió los ojos y vio una extraña oscuridad lechosa; luego sintió una sensación de presión sobre el rostro, a la que siguió la sensación de que le estallaban los ojos; ahora, echada boca arriba en su cuna, Norma Jean se retuerce; con sus manecitas intenta hacer retroceder esa oscuridad sólida que le aplasta el rostro y le impide respirar, pero encuentra otra mano, larga, huesuda, mucho más grande que las suyas, que se lo impide; poco a poco la luz opaca va desvaneciéndose; pero de repente la opresión retrocede y, tras ella, arriba, recortado contra el techo de su habitación, descubre el rostro hermoso e iluminado de su abuela materna, Della Monroe Grainger, con una almohada en la mano y la mirada fija, desvariada, extraviada. La primera imagen de la vida de Marilyn es la de su muerte.
La oscura voz del padre
Norma Jean había comenzado a morir antes de nacer: su madre, presionada por Della, hizo lo imposible por abortarla. Era hija ilegítima de Gladys Monroe Baker y un tal C. Stanley Gifford, empleado itinerante de la Consolidated Film Industries de Los Angeles, donde su madre, casada con Edward Mortenson, que había huido de su mujer sin dejar rastro, trabajaba en una sala de montaje. Norma Jean describió así a su padre: "Usaba un sombrero chato inclinado hacia la izquierda. Tenía un pequeño bigote y era guapo como Clark Gable, ¿sabes?, fuerte y varonil". El mito del padre-Gable había surgido de una pequeña y velada fotografía. Este fue el único contacto que la actriz tuvo con su padre. Unos meses antes de morir, en mayo de 1962, Norma Jean recibió una llamada telefónica: "Soy tu padre". Concertó una cita con la oscura voz. Gable ya había caído y, según su viuda, Marilyn aceleró su muerte. No acudió a la cita con aquella voz de ultratumba.
Su abuela Della, mujer bellísima de cabellos rojos, acercó cada vez más unos a otros sus ataques de demencia y canceló su cuenta de días en la Tierra en el manicomio de Dorwalk, en los alredores de Hawthorne. Poco antes había intentado nuevamente redimir a su nieta de la sucia vida humana. La obsesión de exterminarla marcó los últimos pasos por el mundo de esta mujer. Un matrimonio vecino, Ida y Albert Wayne Bolender, pudieron impedir en el último momento la muerte de Norma Jean. Los Bolender se llevaron a la niña y Della ingresó en la nómina de los dementes, sin retorno. Murió en agosto de 1927. Norma Jean tenía trece meses.
Tras un largo período de pequeña intrusa en el hogar de los Bolender, en el que su más agudo recuerdo fue la muerte a escopetazos de su perrito Tippy y el tartamudeo que este sangriento suceso originó en ella para toda la vida -su famosa media voz insegura, trémula y sensual proviene de allí-, Norma Jean pasó a manos de su madre, Gladys Monroe, otra mujer pelirroja, bellísima y demente, como Della. Se instalaron en Hollywood, y Norma Jean entró a partir de entonces en la órbita de un sistema solar del que ya no escaparía nunca.
La identidad y la locura
Norma Jean vivió con su madre un par de años de tregua. Una mañana de 1934 -tenía ocho años- volvió de la escuela y Gladys no estaba en la puerta de la casa, como de costumbre, para recibirla. Su cerebro había estallado, por entre sus innumerables grietas, unas horas antes, y la habían ingresado, con urgencia en el manicomio, casi panteón familiar, de Norwalk, de donde ya no volvió a salir, salvo en algunas raras y cortas etapas en que la ofuscación cedía paso al estupor. Norma Jean, con sus padres vivos, ingresó en medio de un llanto inconsolable en el orfanato de Los Angeles. Tuvieron que arrastrarla, atada de pies y manos, dentro.
Sin identidad precisa y cercada por la locura, Norma Jean vivió durante varios años a un tiro de piedra del olimpo de los actores y olfateó su destino. El instinto del actor innato se alimenta de las quiebras de su identidad, y de la amenaza de la locura. No le hacía falta a Norma Jean salir de Hollywood en el resto de su, vida. Todo cuanto necesitaba para combatir su muerte y morir en el combate estaba allí, y lo buscó frenéticamente durante años y años, nada más salir, convertida en una opulenta adolescente de pelo rubio pajizo, del orfanato. Deambuló de un hogar adoptivo a otro, de hostilidad en hostilidad, con el solo paréntesis de una relación amistosa con su tía Ana Lowers. Esta murió y de nuevo las calles se le abrieron.
Cuando tenía dieciséis años se casó, sin ningún rastro de amor, para obtener así un status adulto, con un tosco y bonachón irlandés llamado Jim Dougherty, un obrero aspirante a policía. La madrugada del 5 al 6 de agosto de 1962, la segunda esposa de Dougherty preparaba el desayuno a su marido antes de despertarle. Oía la radio y dieron un boletín especial de noticias. La mujer se dirigió al dormitorio y despertó suavemente al policía: "Jim, despierta, Norma Jean se ha suicidado".
El burdel abarrotado
Dougherty, con su uniforme puesto, pudo atravesar las murallas, y dirigir su mirada húmeda y taciturna hacia el cuerpo desnudo -era ahora más hermoso e infinitamente blanco-de su primera mujer. No lo había visto desde 1944, año en que a él le movilizaron y ella escapó. Mantenía de aquel cuerpo, el más codiciado de este siglo, un recuerdo amable y tibio: una desproporción entre las espectativas sexuales que provocaba y las que era capaz de dar; ofrecía una aguda arnimalidad y en los hechos daba una invasora sentimentalidad; llamaba a la pasión y proporcionaba una vaga ternura; provocaba agresividad y pedía protección. Dougherty fue el primer sujeto y la primera víctima de una incongruencia, casi una ironía sexual que conmovió los estereotipos eróticos de una época.
Entre las fantasías eróticas de Norma Jean -aparte de su mitomanía defensiva, por la cual se consideraba víctima de violaciones ilusorias por parte de sus padres adoptivos- dominó siempre, desde niña, la imagen de sí misma entrando desnuda en una iglesia. La desnudez obsesionó a Norma Jean siempre y, tal vez por ello, aceptó con entusiasmo la propuesta de André de Dienes de posar desnuda en una serie de tomas destinadas a un calendario. Era el año 1946.
"Hollywood es un burdel abarrotado", dijo Norma Jean en una de sus primeras exploraciones del camino hacia la fama como rubia de tercera clase en la sala de espera de la 20th-Century-Fox. Ella no se consideraba ajena al antro. Tras Dienes, se hizo inquilino de su cama el veterano Joe Schenk, de setenta años; luego el viejo capataz de la Columbia, Harry Cohn; al que siguieron Milton Berle, caricato y bufo, Fred Karger, profesor de vocalización, Bob Slatzer, guionista, y Johnny Hyde, un anciano agente que la lanzó a la fama. Todos, excepto uno, triplicaban su edad. El fantasma del-padre-Gable seguía y siguió toda su vida siendo su fantasía erótica primordial, prolongada en sus matrimonios con el jugador de béisbol Joe DiMaggio y el dramaturgo Arthur Miller, y hasta en su último y desdichado encuentro con el propio Clark Gable, ya tocado por la muerte, durante el rodaje de Vidas rebeldes.
No consiguió nunca retener -salvo a Hyde, que murió en el intento- a un solo hombre en su vida íntima. Se le fueron todos. Frank Sinatra, Marlon Brando, John y Robert Kennedy, Yves Montand. Cuenta Irving Wallace que la diosa del amor moría de desamor, era asaltada por brutales insomnios, era presa de insufribles y violentos cambios de humor, pasaba horas y días deambulando desnuda en su casa, raras veces se bañaba, eructaba y expulsaba constantemente ventosidades sin preocuparse de quién estaba a su alrededor, comía en la cama, su servilleta eran sus sábanas, no usaba ningún tipo de ropa interior, incluso cuando tenía el periodo, se decoloraba con métodos rudimentarios el pubis, lo que le causaba constantes infecciones, abortó dos veces, consumía dósis masivas de barbitúricos. La diosa del sexo era, secretamente, la imagen perturbada y perturbadora de la descomposición y la quiebra.
Intentó suicidarse en múltiples ocasiones, siempre con oscuros objetivos histéricos. Esta es probablemente la razón de que nadie hiciera caso de ella la noche del 5 de agosto de 1962, en que comenzó a llamar por teléfono a diestro y siniestro, anunciando que se moría. Cuando, a la mañana siguiente, encontraron, recto, blanco, rígido, helado, su legendario cuerpo, nadie quiso darse por destinatario de ninguna de esas llamadas. Se cuenta que muchos de sus amigos no pudieron evitar un respiro de alivio al conocer la noticia. Todos cuantos la conocieron fueron sus asesinos o se sintieron como tales. Estaban en lo cierto.
Babelia
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