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La guerra económica euro-norteamericana no ha hecho más que empezar

Reagan acentúa la crisis atlántica y el aislacionismo norteamericano

La cumbre económica que las siete primeras potencias del mundo occidental celebraron hace menos de dos meses en Versalles debía servir para atenuar las diferencias interaliadas, profundamente afectadas por la crisis económica mundial. Pero la evolución de la situación, en particular entre Estados Unidos y los países del Mercado Común, demuestra todo lo contrario. Las espadas siguen en alto, en una esgrima de dudosos vencedores, tanto en el plan del gasoducto siberiano como en la guerra del acero o en el sostén de una política de altos tipos de interés bancario por parte de Estados Unidos.Los líderes de Europa occidental se quejaban amargamente de las incongruencias de la pasada Administración del presidente Jimmy Carter, esperando que el cambio de mandatario en la Casa Blanca, junto al equipo de repuplicanos con tradición de buenos administradores, iba a cambiar el sentido de las siempre dificiles relaciones interaliadas. La cosa no ha sido así. Estados Unidos, bajo la batuta de la Administración Reagan, quiere meter en cintura a los europeos, aun a riesgo de una peligrosa política de aislacionismo.

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Saltó primero la radicalización de las tesis de la Casa Blanca contra el proyecto de construcción del gasoducto soviético. Washington se opuso desde siempre a su construcción, amenazando con sanciones a las empresas norteamericanas que suministraran material para su realización -turbinas en particular-, y llegó a extender las sanciones a las filiales mundiales de las multinacionales de EE UU. Un hecho sin precedentes en la historia. Todo se decidió entre el clan californiano de duros de la Casa Blanca, en un momento en que el por entonces secretario de Estado, Alexandier Haig, estaba conversando en Nueva York con su homólogo soviético, Andrei Gromyko.

La línea firme de Washington hacia Moscú, justificada en EE UU por la represión política en Polonia y la situición de Afganistán, provocó el primer enfrentamiento serio entre los aliados. "Estados Unidos no puede detener el proyecto del gasoducto", dijo recientemente el canciller de la República Federal de Alemania, Helmut Schmidt, mientras Francia e Italia habían decidido ignorar las advertencias de Reagan y financiar el programa del gasoducto.

"Son querellas dentro de una misma familia", obligó a decir a Reagan la postura de rebelión de los principales países de Europa occidental en el conflictivo punto del gasoducto. De una familia, sin embargo, que el presidente Reagan quiere que marche excesivamente al son de la Casa Blanca, sin escaramuzas ni desviacionismos.

Ante una batalla perdida como la del gasoducto, que sólo habrá servido para acentuar innecesariamente el foso entre los miembros de la Alianza Atlántica, el presidente Reagan quedó con las manos más libres para mantener el embargo de material para el gasoducto a la vez que prorrogaba el acuerdo anual de suministro de grano norteamericano a la URSS. Un gesto de difícil comprensión en Europa, ante la doble vía de la Administración Reagan a la hora de dictar embargos comerciales, teóricamente destinados a doblegar la política exterior soviética.

El acero resquebraja

El gasoducto no es el único punto de discordia entre norteamericanos y europeos. Aunque la Administración Reagan preconiza una doctrina de liberalismo económico a ultranza, como estrategia para superar la crisis económica en EE UU, a la hora de aplicar el mismo principio en las relaciones comerciales internacionales también hay una doble vía. Washington acusa a la industria siderúrgica europea (incluida la española) de practicar una política de subvenciones a la exportación para facilitar sus ventas en el mercado norteamericano.

Las recientes reuniones en la capital federal de Estados Unidos, entre funcionarios de las Comunidades Europeas y del Departamento de Comercio estadounidense, no dieron resultado ante la disparidad de posturas. En primer lugar, los europeos aceptan difícilmente el concepto de subvencionar su producción de acero. En segundo lugar, no quieren una auto-limitación superior al 10%. de las ventas a EE UU. Por el contrario, Washington desea reducir la entrada de acero europeo en un 20% durante el próximo año 1983.

Otro litigio viene de la política de la Administración Reagan de mantener unos altos tipos de interés que penalizan la inversión en Europa, aunque también en Estados Unidos. Utilizado como estrategia para dominar la inflación -que se ha reducido considerablemente en EE UU y sólo alcanzará, posiblemente, el 7% en 1982-, el Banco Federal de Reservas, dirigido por Paul Volker, mantiene una política de estricto control monetario. Los europeos se quejan. El presidente Reagan dice que "hay que dejar actuar las reglas del mercado" y recuerda que la tendencia de los tipos de interés (que hace dos años rozaron el 20,5%) está hoy en el 15,5%.

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