Para Europa, el conflicto con Estados Unidos refleja una grave divergencia conceptual de las relaciones Este-Oeste
Francia, cómo los demás países de la Comunidad Económica Europea (CEE), se confronta con Estados Unidos a causa del comercio siderúrgico, de la estrategia monetaria americana de altos tipos de interés, a causa también de la política agrícola de la CEE y, sobre todo, como consecuencia del embargo de EE UU de la venta de tecnología a la Unión Soviética Este último capítulo, más que ningún otro, manifiesta una concepción divergente de las relaciones Este-Oeste. Frente a la determinación del presidente, Ronald Reagan, respaldada por su supremacía económica-militar, se sitúa la frágil unión de la CEE, maltratada además por una crisis sin precedentes.París y Washington mantenían relaciones inesperadamente cordiales desde que el presidente socialista, François Mitterrand, llegó al poder, hace poco más de un año. Pero desde hace pocas semanas -más concretamente desde que se cerró la fastuosa e inútil cumbre del castillo de Versalles-, todo se agria entre el país líder del mundo capitalista y el que pretende haber inventado esa fórmula de recambio que se apellidó socialismo a la francesa. El ministro de Relaciones Exteriores, CIaude Cheysson, formuló atrevidamente esas discrepancias al hablar del divorcio progresivo entre Francia, los demás europeos de la CEE y los americanos. El ministro galo de Economía, Jacques Delors, refiriéndose también a los aliados de EE UU, no se mordió la lengua al declarar que "los norteamericanos nos tratan como si fuésemos sus domésticos". Los ingleses, alemanes, italianos, belgas y austríacos no llegan a esos niveles verbales, pero todos se quejan de la neoagresividad económica, acentuada por los llamados muchachos californianos, que aconsejan a Reagan en su residencia de la Casa Blanca.
Los contenciosos comerciales, que desataron lo que en un primer tiempo fue una especie de guerrilla interaliada, o son viejos o no son realmente nuevos. Los altos tipos de interés impuestos por Reagan desde que subió al poder. azotan a las economías occidentales, incapacitándolas para invertir y, con ello, hundiéndolas en la recesión generadora del dramático desempleo. Norteamérica vive la más aguda crisis agrícola desde el año 1929 y, en estos momentos, acusa a la CEE de haber desestabilizado los mercados mundiales con sus exportaciones subvencionadas, según estipulación de la Política Agrícola Común (PAC), que garantiza un precio mínimo a la producción de este sector y amenaza con aumentar las subvenciones a sus agricultores. La crisis siderúrgica es mundial porque la capacidad de producción supera la demanda y por ello EE UU tasa las importaciones de acero procedentes de Europa occidental.
Pero lo que realmente ha declarado la guerra económica-política entre los norteamericanos y sus aliados es el pleito en torno a la construcción del gasoducto eurosiberiano, que a lo largo de 5.000 kilómetros debe transportar hacia los países de Europa occidental el 30% del consumo de gas de dichos países (esto representa el 6% de su gasto total energético). Durante los últimos meses, la República Federal de Alemania (RFA), Italia, Francia, Bélgica y Austria firmaron contratos de compra de ese gas soviético (en Siberia, la URSS explota los yacimientos más ricos del mundo).
Las transacciones eurosoviéticas -conviene recordar- se han hecho mediante créditos de los países del viejo continente a la URSS y a cambio igualmente de la venta de la tecnología necesaria para construir el ya histórico gasoducto.
Los rotores de la discordia
El país más implicado en el negocio es Francia, cuya firma Alsthom Altantique se ha comprometido a fabricar para la URSS cuarenta de los 125 rotors imprescindibles para las turbinas, de una potencia de veinticinco megavatios, que en última instancia son las que hacen circular el gas por la canalización.Esos rotors sólo pueden construirlos EE UU y Francia, pero esta última, con licencia norteamericana de la empresa antedicha, Alsthom Atlantique. El resto de los rotors, hasta 125, corría por cuenta de la casa madre de tecnología norteamericana, General Electric. El estallido de la guerra euroamericana se produjo precisamente cuando el pagado mes de junio Reagan decretó el embargo tecnológico, empezando por suspender sus compromisos con la URSS, y que afecta igualmente a todas las empresas de Europa que trabajan con licencias norteamericanas, como es el caso de la francesa Alsthom Atlantique.
Los otros grupos industriales europeos embargados por la decisión americana son: el inglés, John Brown; el alemán, AGE; el italiano, Nuevo Pignone. El contrato del grupo francés se eleva a 40.000 millones de dólares, lo que en tiempo de crisis no es desdeñable.
El asunto del gasoducto, como lo! demás contenciosos comerciales entre los americanos y los europeos, es económico en primer término, pero en Europa occidental no se ignora su envergadura política. Los intercambios entre el este y el oeste europeos no son importantes: el volumen de las ventas de los países occidentales a todos los países del este comunista oscila entre el 2% y el 3% de sus exportaciones totales, lo que no significa gran cosa. Pero los alemanes, franceses, italianos y demás países del occidente europeo, a través del comercio, quieren salvar la llamada "distensión" entre el Este y el Oeste. Los americanos, desde que Reagan vive en la Casa, Blanca, han oficializado progresivamente el que fuera su eslogan electoral: recuperación, a toda costa, de su liderazgo político-económico en el mundo, empleando todos los medios a su alcance para arredrar al "enemigo número uno, ideológico y militar, la URSS".
Los europeos consideran también a la URSS como su adversario frontal, pero su ubicación geográfica, en primer lugar, les inspira otra concepción de las relaciones con el Este del continente. Y, en segundo lugar, sus lazos con Estados Unidos no son comparables.
Un reputado comentarista galo escribía ayer que en el momento presente los soviéticos tieneii razones para creer que empiezan a aparecer los primeros síntomas serios de lo que remachaba Stalin en uno de sus últimos escritos: que las contradicciones en el interior del mercado capitalista serían superiores a las contradicciones provocadas por la confrontación entre los mercados capitalista y comunista.
Otro politólogo, Maurice Duverger, en el diarío independiente Le Monde, de ayer, se interrogaba sobre la misma cuestión: "La más grande potencia del mundo, ¿puede permitirse proseguir una política de egoísmo nacional? De la respuesta a esta cuestión dependen las relaciones entre Europa y Estados Unidos y la suerte de todo el universo".
En Francia, como en la RFA y en otros pueblos del viejo continente, se teme, en última instancia, que esa política ultraegoísta de los americanos sea el origen primero del pacifismo y del neutralismo que se desarrollan en algunas sociedades europeas, y que en estas últimas se consideran como "elementos nefastos frente a la determinación ideológica y el potencial militar soviético". El ministro francés de Comercio Exterior, Michel Jobert, en una sonada declaración, refiriéndose a la prolongación del contrato de venta de cereales de Estados Unidos a la URS S resumía irónicamente la indignación antiamericana de los europeos: "Lo que es bueno para los Estados Unidos no es bueno para los europeos", lema que, por otra parte, desafía al que se considera como el espíritu de la política de Washington: "Lo, que es bueno para los Estados Unidos es bueno para todos sus aliados".
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