El espíritu pedagógico de los institucionistas
Francisco Giner de los Ríos, la figura que personifica el esfuerzo pedagógico de los reformadores de la España contemporánea, y Marcelino Menéndez Pelayo, el polígrafo santanderino tomado por los conservadores -e incluso por los reaccionarios- como bandera para el martillo de los heterodoxos, son nombres estrechamente unidos al origen y a la historia de la Universidad Internacional de Verano en Santander. En el discurso que abrió en 1933 las aulas del palacio de la Magdalena, el ministro de Instrucción Pública Fernando de los Ríos, sobrino del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, no olvidó citar a los dos, puntualizando que el segundo habíase curado de los extremismos tradicionalistas en los últimos años de su vida.Giner de los Ríos quería traer Europa a España, y Menéndez Pelayo, llevarla a Europa. Necesariamente tenían que encontrarse en el camino, y ese encuentro, según el biógrafo de la UIMP, Benito Madariaga, queda resumido en el experimento pedagógico que se realiza precisamente en la capital de Cantabria por el largo proceso de sensibilidad cultural" de Santander y en memoria de quienes "figuran en la constelación de los dioses mayores de la inteligencia", según palabras de Fernando de los Ríos, que citaba al naturalista Augusto González de Linares -"tan genial era que parecía un hombre del Renacimiento"- y a Marcelino Menéndez Pelayo, un sabio con el que coincidían los fundadores -y no era poco, sino lo fundamental- en el respeto y la admiración por la cultura.
La pedagogía, por arriba
La universidad imaginada por los nietos de Giner de los Ríos (Azaña, Besteiro, Gregorio Marañón, incluso Ortega, por supuesto Machado ... ) abandona la consigna de la pedagogía desde abajo, para realizar lo que sólo fugazmente pudo intentar la primera generación -los hijos- de discípulos de Giner (Salmerón, Canalejas, Costa, Ramón y Cajal, etcétera), porque, como es lógico, para llevar a cabo con eficacia la pedagogía desde arriba hace falta primero tener poder para cambiar las estructuras políticas.
"Leyes, decretos, ¿para qué? ¡Sí no tenemos gente para aplicarlos! ... Hombres, hombres es lo que falta", decía el fundador de la Institución Libre de Enseñanza. Y efectivamente, para la buscada reforma del hombre español -"que todos los españoles nos lavemos a diario con jabón, y muchos, además, con estropajo", en metáfora de Unamuno-, los institucionistas sa bían que había que empezar, más que por las escuelas, por aquella universidad española agría pero justamente ridiculizada por Baroja. Frente a tantos sabios y a tantos listos, buscaban un universitario nuevo caracterizado por el rigor en su preparación científica y profesional (tan rara entonces), pero también por su integridad moral y su conciencia regeneradora. Ellos mismos, los hombres de Giner, debían predicar con el ejemplo, y el propio Menéndez Pelayo, de acerada y fácil crítica hacia todo lo que oliese a krausismo, lo reconocía en una carta a Valera, en el verano de 1886: "Valen más como hombres que como pensadores".
Era la mejor alabanza que podría salir de labios de un conservador en una España en la que las virtudes cívicas no eran precisamente muy comunes. Pero los institucionistas aspiraban al hombre integral, y para ello, además de su labor en las escuelas normales, entre los maestros, crearon la Junta para Ampliación de Estudios, de cuya primera dirección formó parte, por cierto, Menéndez Pelayo, y más tarde la residencia de estudiantes, buscando a los mejores, a "la aristocracia del espíritu".
A nivel de la hoy UIMP, se trataba de reunir durante dos o tres meses a profesores y estudiantes españoles y extranjeros para la convivencia y el mutuo conocimiento de elementos destacados de la cultura actual. Se trataba, en definitiva, de trascender la faceta profesoral o profesional de las universidades clásicas -sus programas rígidos, los exámenes, la enseñanza de lo establecido-, para alcanzar una universitas en la que se atiendan "los requerimientos de cualquier conciencia sensible a la contemporaneidad". El centro veraniego de Santander debería ser, por tanto -según los primeros estatutos-, "un organismo de cultura internacional e interregional que aspirase a romper la incomunicación entre profesores y estudiantes de distintas regiones y grados de enseñanza y a proporcionar a nuestros estudiosos un contacto fecundo con los intelectuales extranjeros".
Por no ser centro para la ampliación o el perfeccionamiento de los estudios realizados en las universidades de invierno, sino un lugar de intercambio de experiencias entre intelectuales y científicos, cada año -en una costumbre ya perdida- eran invitados algunos sabios, que pasaban por la Magdalena "sin obligación alguna de enseñar ni dar conferencias, y tan sólo con el propósito de que se encuentren allí con algunos de sus colegas españoles y cambien ideas libremente durante su estancia del modo más familiar".
Pedro Salinas, que contaba así la experiencia años después, citaba entre los invitados a los químicos Willstäter, Von Euler y Matignon, los físicos Schödinger y Ellis, el antropólogo Fischer, el sociólogo Harol Laski y el aeronauta Auguste Piccard, pero tampoco iban a faltar Maritain, Bertrand Russel, Bataillon, Paul Valéry, Gabriel Marcel, por citar sólo a extranjeros -no vino Einstein, aunque figuró en un programa.
Babelia
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