Más importante que la fecha es el planteamiento
Cada mañana los españoles se desayunan con noticias sistemáticamente malas, de nuevos atentados terroristas; de inversiones paralizadas o perdidas, como la gran central de Lemóniz; de nuevos secuestros y maldades sin cuento; de empresas que cierran o suspenden pagos y, consiguientemente, de trabajadores que pierden su puesto de trabajo; de precios que suben y de ahorros que se destruyen, y de bolsas que bajan; de incendios que destruyen nuestros montes y hasta de fracasos futbolísticos.Al mismo tiempo no oyen hablar de proyectos o soluciones para sus males; de propuestas constructivas o de acuerdos políticos para salir del paso. En reunión tras reunión escuchan que tal o cual persona fracasada o tal o cual triunvirato desavenido discute y pelea, en el conocido juego de "quítate tú, que me pongo yo".
Esta es la cuestión, y no otra. Y, por lo mismo, no se trata de decir sin más cuándo las elecciones, sino cómo. Si las elecciones se hacen sin la adecuada preparación de las fuerzas políticas y sociales; si se celebran en medio del crudo invierno; si, sobre todo, no se presentan opciones claras y convincentes, de suerte que cada uno entienda para qué va a servir su voto, no nos extrañemos de que las elecciones estén dominadas por la abstención y la irrelevancia, y que sus resultados dejen las cosas igual o peor.
Hace tiempo que estoy convencido de que tenemos una pésima ley Electoral y un sistema de partidos provisional y débil. Las elecciones gallegas y andaluzas, y las crisis subsiguientes de los partidos extremistas y nacionalistas, y del comunismo y la UCD han empezado a aclarar las cosas.
España va a tener que optar, claramente, entre dos modelos de sociedad y entre dos equipos.
De un lado, los partidarios de una España claramente servida por un Estado nacional, compatible con las autonomías, que forman parte de su mejor tradición; de otro, una u otra versión del federalismo en una España multinacional. De un lado, los que creen que no hay verdadera libertad más que dentro de la seguridad, el orden y la ley; del otro, los libertarios y progres que piensan lo contrario, o sea, que una iglesia que arde no vale la vida de un republicano. De un lado, los que tienen una visión institucional de la vida social, apoyada en la familia, en las asociaciones intermedias y en toda una red de instituciones; de otro, los que quieren familia débil, escuela única y planificación obligatoria.
De una parte, los que creen en la iniciativa privada y en las leyes del libre mercado y creen que la solución estriba en restablecer la confianza del inversor. De otra, los que ponen su fe en el sector público y, por lo mismo, en la burocratización de la economía, en el aumento del déficit y en el control rígido de las empresas.
Eso es lo que hay que aclarar antes de votar. Por eso no es cuestión de plazo, sino de clarificación.
Creo, por todo ello, que se deben cumplir los plazos, prorrogando (si hace falta) un trimestre el presupuesto, y hacer, de modo concentrado, en la próxima primavera, las elecciones municipales, provinciales, regionales y nacionales.
España tendrá entonces un Gobierno y una oposición, y no el caos anárquico e ineficaz que hoy padecemos y que es el mayor factor desestabilizador que padece nuestra democracia.
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