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CUARTA CORRIDA DE LA FERIA

Terroríficos toros de Samuel

ENVIADO ESPECIALTorazos terroríficos salieron ayer por los chiqueros de Pamplona. Apareció el primero y creíamos no haber visto otro toro tan grande en nuestra vida. Pero el quinto aún era mayor, y cuando se engallaba -que se engallaba, el muy ladino-, la guadaña del pitón derecho sobrepasaba con mucho el flequillo de Emilio Muñoz.No fue una corrida de toros. Fue una flota de camiones lo que mandó el ganadero albacetense a Pamplona. Los TIR que han visto los automovilistas por la carretera eran esos galanes, que venían a armar camorra en los sanfermines, Y la armaron. Porque sacaron bronquedad en lugar de la dulzura propia de los de su hierro. Y no se caían, pues eran duros de pezuña. Los toreros pasaron una tarde amarga.

Plaza de Pamplona

9 de julio. Cuarta corrida de los sanfermines.Toros de Samuel Flores, impresionantes de trapío, cornalones ( 1º, 2º y 4º muy romos), mansos y broncos. Jose Mari Manzanares: media estocada caída (silencio). Media estocada baja (bronca). Emilio Muñoz: estocada corta caída (petición y salida al tercio). Bajonazo descarado (oreja) Pepín Jiménez: cinco pinchazos, rueda de peones y descabello (gran bronca). Pinchazo y estocada corta baja (bronca).

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De los tres, sólo Emilio Muñoz levantó el ánimo, y nos lo encogió a los espectadores con esa manera de arrimarse, de afianzar en la arena las zapatillas, de relajar el cuerpo cuya silueta dibujaba el centelleo de los derrotes. Emilio el trianero obligó a tomar la muleta al segundo de la tarde, que era probón, a cambio de una voltereta. Y obligó a tomarla también al quinto, el de mayor corpulencia.- ¡658 kilos en la báscula!-, que además embestía con la cara alta y tiraba cornadas.

Cada vez las tiraba más cerca del torero, pero este aguantaba, embarcaba, ligaba, cerraba las series con el de pecho, daba distancia y volvía a citar. Estábamos todos, con el corazón en un puño, pues la faena transcurría de sobresalto, pero el diestro parecía no dar importancia al peligro, como si tuviera el corazón de hielo. Mató mal, de bajonazo descarado, y este fue motivo suficiente para que le protestaran la oreja, que había ganado con creces.

Por delante del trianero actuó Manzanares, esa sombra. Con el único toro noble de la corrida, el primero, no se confió. Dió unos pases por la derecha sin ligar, otros por la izquierda ayudándose con el estoque, y no tuvo ánimos para más. En el cuarto, reservón y querencioso, macheteó por la cara. Le abroncaron, naturalmente, pero sin demasiada saña, pues ya interesa poco este "fino torero alicantino" que llaman.

Dentro de la terrorífica corrida, el peor lote correspondió a Pepín Jiménez, un torerito sin recursos. Sus dos camorristas enemigos eran huídos, y avisado el que se lidió en tercer lugar, al cual muleteó por la cara y lo mató a la última. El sexto no quería caballos y durante un cuarto de hora largo que duró el primer tercio, la brega fue una sórdida capea. Sólo el peón José Luis Sánchez daba la cara y los mozos, con irresponsabilidad manifiesta, arrojaron a los toreros, preferentemente al picador, almohadillas, botes, botellas, pan, fruta, cubos y cuanto tenían a mano. Así es imposible torear, ni siquiera mal.

Convertido en un vertedero la mitad del redondel, Pepín Jiménez dejó que el toro se metiera en la basura y allí se pudo comprobar que el terrorífico Samuel estaba acobardado. Por el pitón derecho tomaba el engaño sin ganas, pero sin problemas. Ahora bien, si pocas ganas tenía el toro de embestir, menos las tenía Jiménez de torear.

De manera que ensayó derechazos distanciado, perdió cuatro veces, cuatro, la franela, y no le quedó inspiración para más. Le armaron la bronca y para abandonar la plaza se arrimó a Emilio Muñoz, el cual le sirvió de pararrayos. Pero lo bueno es que Pepín y el resto de las cuadrillas pudieron irse por su pie al hotel, y el miedo pasado ya es recuerdo.

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